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La muerte del viejo progresismo americano

El Partido Demócrata ya es indiscutiblemente el partido socialista de los Estados Unidos, con un ala marxista revolucionaria profundamente totalitaria, intolerante y racista de autodenominados socialistas “democráticos” y un ala socialdemócrata radicalizada corrupta y autoritaria.

Deberíamos sugerirles un acrónimo para aplicárselo a los viejos progresistas que se niegan a plegarse al hipócrita y divisivo totalitarismo ideológico de la ola woke. Admito, aunque me disguste profundamente, que está extinguiéndose lo mejor de la vieja mentalidad de la izquierda estadounidense, esa que durante la segunda mitad del siglo veinte se hizo dominante dentro de un Partido Demócrata que empezó a dejar de ser el partido del racismo realmente institucionalizado en las leyes de Jim Crow, para transformase en la vanguardia de la lucha por los derechos civiles, exigiendo la plena y real vigencia de una igualdad ante la ley que expresó mejor que nadie el reverendo Martin Luther King Jr. en su histórico discurso “tengo un sueño”.

No hay que olvidar que si el país pareció estar al borde de una nueva guerra civil en los años de aquella agitada lucha por la justicia, el Partido Demócrata fue el epicentro y el campo de batalla por excelencia –y no uno de los bandos–. Era el partido de el KKK al sur y de la NAACP al norte, al mismo tiempo.

En realidad el periodo progresista demócrata fue corto, aunque es de admitir que brillante en muchos sentidos. La abrumadora mayoría de los antiguos progresistas –esos que en Estados Unidos adoptaron la extraña costumbre de auto denominarse liberales para no tener que confesarse socialdemócratas moderados, que es lo que realmente eran– se han plegado completa e hipócritamente al marxismo revolucionario woke, y los que no lo hacen se están extinguiendo como los dinosaurios en medio de la ola de destrucción sociocultural que ocasiona el impacto de ese asteroide.

El acrónimo que les sugiero para que puedan referirse a los que alguna vez fueron el partido demócrata y ya no lo son, es el de D.I.N.O. que por supuesto significaría democrats in name only, para hacer las delicias de los caricaturistas como un entrañable dinosaurio en extinción.

Los racistas de los viejos tiempos –los de capuchas blancas, cruces de fuego, grandes dragones violadores y linchamientos impunes– ya casi extintos en el mundo real, aunque omnipresentes en la mitología e imaginaria woke, entendieron rápidamente lo inevitable: que habían perdido su partido ante el enemigo que más odiaban. En cambio, los viejos progresistas en extinción se niegan a entenderlo e incluso a verlo. Creen que siguen siendo el corazón y el cerebro de un partido azul que apenas los tolera. Uno que tarde y temprano encontrará, por iniciativa de su muy influyente ultraizquierda, la manera de purgarlos.

Me encantaría equivocarme, pero me temo que el Partido Demócrata actual tiene de progresista –en el sentido que a esa palabra solía dársele en el lenguaje político de los Estados Unidos– lo que el presidente Biden tiene de católico: el nombre –porque le conviene– y muy poco o tal vez nada aparte de eso.

Ese viejo progresismo muere mientras intenta seguir siendo lo que fue sin rendirse a la estafa marxista de la involución woke. Muere al aferrarse a lo mejor de lo que fue, mientras olvida que el monstruo que lo devora nació de aquel viejo progresismo y creció nutriéndose de sus ideas. Es la bestia que lucha sin pausa por destruir desde sus cimientos la nación, la promesa y el sueño americano, para instaurar en su lugar un infierno totalitario y no otra cosa.

Lo único que los neo marxistas de la escuela de Frankfurt tuvieron que hacer para crear la monstruosidad woke fue posesionarse de las universidades progresistas y empujar pacientemente su lado oscuro hasta sus últimas consecuencias, para “deducir” de su esencia la teoría crítica, o en sus propios términos, para deconstruir al viejo progresismo en nuevo marxismo.

Por otra parte, los viejos progresistas olvidan –o se niegan a ver– que un extraño ciclo realmente paradójico –casi una maldición– es lo que enfrentan. Su partido está volviendo a ser lo que era antes de que ellos tomaran el control. El Partido Demócrata es nuevamente el partido del racismo y la división de la nación, pero ahora –teoría crítica mediante– han logrado sus nuevos ideólogos que quienes reclamen nuevas leyes de Jim Crow y empiecen a ponerlas en práctica, sean quienes antes las combatieron, es decir, los descendientes de quienes sangraron y murieron para dejar en evidencia la brutal injusticia de “separados pero iguales”.

Hoy los antiguos discriminados que exigían ayer igualdad ante la ley –que sí obtuvieron, poniendo fin a la segregación racial como sistema legal y avanzando rápidamente hacia su condena socio cultural cada vez más severa–, exigen segregación y pureza de raza, aunque admiten para la ciencia biológica el termino raza aplicado a la humanidad. Es absurdo, pues biológicamente habría una sola “raza” humana, si es que la palabra tuviera algún sentido, se aferran sin embargo a definirla como un “constructo cultural” que les permite ser mas racista que un nacionalsocialista alemán de 1930 mientras se declaran los campeones perfectos y definitivos de el anti racismo.

Y claro, como en el mito en el canto del cisne quienes mejor expresan el horror woke no son los conservadores o libertarios que lo combaten –y no olvidemos que hay “conservadores” RINO´s y ”libertarios” progresistas que se pasaron al lado oscuro entregándose al wokeismo, abierta o veladamente– sino esos pocos últimos DINO’s en extinción.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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