fbpx
Saltar al contenido

Confundir libertad con poder es clave para destruir la libertad individual real

En la Antigüedad en Occidente se entendió la libertad como una condición legal diferente y opuesta a la esclavitud, por lo que el hombre “libre” antiguo podía encontrarse bajo caprichosas restricciones a lo que hoy entenderíamos como su libertad individual y, de todas formas, considerarse libre.

La libertad de los antiguos se limitaba a la protección de las leyes como privilegio reservado a la ciudadanía. Un griego o un romano libres fueron quienes además de no ser esclavos, eran ciudadanos de un Estado —en el sentido antiguo del término— libre, que se rigió por sus propias leyes. Por ejemplo, la antigüedad occidental es muy tolerante en materia de religión, pero no por ello disfruta nadie de protección ante las leyes de la religión oficial. Eso explica que Sócrates fuera condenado por un delito religioso por unos atenienses para quienes religión y Estado no estaban separados.

Sin embargo, las diferencias del orden político entre Atenas y Esparta son enormes, pero las dos ciudades se consideraban libres, en el sentido antiguo de estar regidas por sus propias leyes, y libres se consideraban sus ciudadanos en ambas, porque en las dos se podía decir que estaban sujetos a la ley tanto gobernantes como gobernados. Atenas llega a una democracia que termina por colapsar en medio de la demagogia, mientras en Esparta emerge el primer proto-totalitarismo de la historia occidental. Lo que explica ambos fenómenos “libres” es que la comprensión de la libertad de los griegos no incluía proteger el ámbito privado e individual frente al público y colectivo.

Pero, con la reforma de Solón en Atenas se intenta aplicar mejor principios previamente descubiertos en su tradición jurídica para equilibrar los poderes e intentar asegurar la isonomía, y así comienza a dibujarse en Occidente cierta incipiente protección a algún ámbito individual y privado ante el Estado. Una idea que permeará el pensamiento romano y evolucionará para llegar a ser la noción misma de libertad en el orden social de la cultura occidental moderna.

En el elogio fúnebre a los atenienses caídos en el primer año de la Guerra de Peloponeso, Tucídides nos cita como Pericles les recordó a sus compatriotas que los diferenciaba de sus enemigos espartanos:

“En nuestras relación con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano (…) Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, (…) que están establecidas (…) y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida”.

Ya en Roma, en el año 91 a.C. Cicerón afirmaba que las leyes romanas eran superiores a las de otros pueblos por ser producto del esfuerzo de muchos hombres a lo largo de muchas generaciones:  

“Nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia”.

He ahí la dependencia mutua entre el imperio de la ley y la libertad individual del hombre en sociedad que dependen a su vez de lo que entendemos por ley legitima. Con lo que rozamos los orígenes a tres acercamientos a la idea de la libertad que son el motivo de los conflictos entre “libertades” de nuestros tiempos:

  • La irrealizable idea de libertad del hombre ante la realidad misma, que aunque irrealizable es una mentira muy atractiva que se puede asociar a atavismos ancestrales emocionalmente poderosos como la envidia.
  • La libertad política en cuanto a estar inmerso en un orden político y jurídico como ciudadano o súbdito de un Estado autónomo y en ese sentido libre.
  • La libertad como en ámbito privado protegido del individuo ante otros hombres, ante el propio Estado y ante la religión, que es la verdadera libertad individual, y la única libertad individual real y posible en el orden social.

En los dos primeros casos vemos una confusión entre libertad y poder —de buena o mala fe— que en el primero permite proponer y defender restricciones a libertad individual para una siempre fallida redistribución del poder que se vende como promesa de mayor “libertad” para los pobres.

En el segundo caso encontraremos —para nuestros democráticos tiempos— la falaz identificación de la libertad con la participación en una elección del propio gobierno bajo nuestras propias leyes. Lo errado del asunto queda claro cada vez que se inicia el camino al futuro Gobierno totalitario mediante el voto mayoritario en elecciones libres.

La libertad política en sentido colectivo, no garantiza que una mayoría no vote destruir la libertad de todos. Ha ocurrido más de una vez. Y la soberanía de unos ante otros Estados, nada asegura sobre libertad de sus súbditos. Bajo un Gobierno foráneo puede regir el imperio de la ley mejor que bajo uno local.

Y la libertad de la nación suele servir de excusa para someter a los nacionales a innecesarias, arbitrarias e injustificables restricciones a su libertad personal, tanto a título extraordinario como permanente. Por lo que jamás debemos olvidar que la libertad en el orden social no es otra cosa que el ámbito privado libre de restricciones. Las otras “libertades” son, ante todo, sinónimos de poder que chocan entre sí y destruyen la única libertad posible en el orden social.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

Deja una respuesta

Total
0
Share