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Entregar libertad por pánico no logrará seguridad y concluirá en totalitarismo

libertad por pánico, El American

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La retórica de la crisis permanente, generalmente falsa (y de ser real enormemente exagerada) es una estrategia comunicacional sine qua non del totalitarismo. Dicha retórica, sirve para destruir un sistema de libertades y establecer el totalitarismo y sostenerlo sobre la miseria y la mentira mediante el temor y la envidia en un estado de pánico sin fin. 

El problema de entregar la libertad por pánico

En efecto, si fuera a lo único que los sojuzgados por el totalitarismo temieran, la represión aunque sea la más amplia, brutal y efectiva –y hoy el tecno totalitarismo cuenta con herramientas que sus predecesores no pudieron ni imaginar– tiene sus límites. Se requiere del temor a amenazas invisibles y terribles, de igual forma que agitación y propaganda para encadenar una crisis con otra, una amenaza con otra, un pánico con otro y mantener inerme a la sociedad. Una sociedad que se encuentra inerme e inconsciente ante la pérdida permanente de sus libertades sin recibir a cambio nada de la seguridad o la igualdad prometida. De hecho, todo lo contrario.

La libertad se empieza a perder cuando se la da por hecho. En una carta al editor de una revista  afirmaba acertadamente el presidente Ronald Reagan en su juventud que “la libertad nunca está a más de una generación de perderse”. Y así es, puesto que creemos que podemos entregarla por temor a cambio de unas seguridades que resultan ser falsas. O, incluso, por envidia a cambio de una igualdad que resulta ser la desigualdad más aberrante, en medio de la miseria más completa. 

“Dicha retórica, sirve para destruir un sistema de libertades y establecer el totalitarismo y sostenerlo sobre la miseria y la mentira mediante el temor y la envidia en un estado de pánico sin fin”. (EFE)

Hoy más que nunca, necesitamos recordar que es esa libertad –a la que dándola por hecho y en tal sentido por imposible de perder realmente– la estamos entregando mansamente a quienes no nos darán a cambio lo que prometen –porque todo es mentira– ni estarán dispuestos a regresarnos nuestras libertades voluntariamente tras una crisis que pronto pretenderán hacer pasar por permanente y así sucesivamente.  

Lo que realmente estamos entregando a cambio de humo es algo que costó miles de años y ríos de sangre conquistar. En el elogio fúnebre a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso, Tucídides señala que para explicar por qué luchaban, Pericles les recuerda a los atenienses algo que los diferenciaba radicalmente de sus enemigos lacedemonios: 

“En nuestra relación con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestros vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes […] que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida”. 

Obviamente diferenciamos el concepto de libertad de los antiguos del de los hombres del Medioevo y del que llegó a nosotros con la modernidad, pero hay algo en su elogio fúnebre que toca el alma de los hombres libres de todos los tiempos, porque ahí empezaba a perfilar Pericles la idea de la libertad del hombre ante el Estado y los demás hombres dentro del marco de una ley, que aún no escrita, es por todos reconocida. 

Se dice que la primera libertad en Occidente nace en las polis griegas. Sería mejor decir que nació y murió en Atenas. La libertad, en el sentido antiguo, común a toda la Hélade y rastreable a costumbres reconocibles –hasta donde sabemos, porque es más lo que desconocemos que lo que conocemos de una antigüedad sobre la que descubrimientos nuevos nunca dejan de sorprendernos– ya en los micénicos, es la del hombre que no siendo esclavo y encontrándose bajo el imperio de la ley de su propia nación o tribu, conoce las prerrogativas y obligaciones que le corresponden por su casta y condición. 

Así es libre quien no es esclavo, pero únicamente como ciudadano de un Estado libre. Y libre es cualquier Estado que bajo su propia ley es gobernado por sus propias autoridades. Y así son igualmente libres los espartanos que vivieron bajo el primer totalitarismo –o proto-totalitarismo– de la historia occidental; y los atenienses que comenzaban a concebir y ejercer una incipiente libertad individual ante el Estado y la sociedad misma. 

Esa es  la libertad que debemos hoy recordar que está “a una generación de perderse”. La que esta generación está entregando por pánico. La que definió Lord Acton en 1873 afirmando:

“Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre estará protegido para hacer cuanto crea que es su deber frente a la presión de la autoridad y de la mayoría, de la costumbre y de la opinión […] En la antigüedad, el Estado se arrogaba competencias que no le pertenecían, entrometiendose en el campo de la libertad personal. En la Edad Media, por el contrario, tenía demasiada poca autoridad y debía tolerar que otros se entrometiesen. Los Estados modernos caen habitualmente en ambos excesos. El mejor criterio para juzgar si un país es realmente libre es el grado de seguridad de que gozan las minorías”. 

La libertad como ausencia de toda restricción arbitraria precede y comprende a la libertad como desarrollo de cualquier potencialidad individual. Aunque siempre habrá potencialidades que no se desarrollen porque la escasez –empezando por la de tiempo– que existe, incluso, en la mayor prosperidad. La promesa de “liberarnos” de esa realidad es la mentira de fondo. Una que llega como falsa promesa de seguridad e igualdad o falsa superioridad moral. 

Estamos a tiempo de usar la razón y ver los hechos, pero no nos queda mucho, sin mencionar que mediante la agitación y propaganda, la desinformación y censura, intentan mantenernos en un estado de pánico del que debemos despertar antes de que sea demasiado tarde. 

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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