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¡Hasta la vista, Cheney!

¡Hasta la vista, Cheney! EFE

La aplastante derrota de la congresista Liz Cheney en la primaria republicana de Wyoming demuestra a todas luces el poder político que tiene el expresidente Donald Trump sobre la base del partido. Después de que Cheney votara a favor de empezar un juicio político en contra de Trump a raíz de los eventos del 6 de enero y decidiera participar de la parcializada pesquisa de la Cámara de Representantes sobre lo ocurrido, Trump pidió a los votantes republicanos que la removieran de su escaño y así lo hicieron, votando por su contrincante Harriet Hageman por una amplia mayoría. La caída de Cheney, no obstante, también es evidencia de otra realidad no menos significativa: las huestes republicanas de hoy están cansadas de la vieja guardia del partido, con la que identifican a la congresista, y rechazan la visión política que esta representa.

Tumbar a alguien como Liz Cheney no es cosa fácil. Ella es una líder de un muy alto perfil. Fue miembro de la cúpula del liderato republicano en la Cámara, es hija del exvicepresidente Dick Cheney y siempre ha sido un referente para los medios en diversos temas de política pública.

Cheney, además, había sido muy popular en el estado sólidamente republicano. Recibió 74 % del voto en las primarias republicanas del 2020 y 67 % en las de 2018. Era inimaginable que alguien pudiera desbancarla, hasta que se enfrentó con Trump.

Cheney claramente subestimó la influencia política de Trump. Pensó que, después de las manifestaciones violentas del 6 de enero en el Capitolio, Trump estaba acabado. Sin embargo, la inmensa mayoría de la base no solo no se comió el cuento de que Trump orquestó el ataque al Congreso, sino que se mantuvo incondicionalmente fiel al expresidente.

Por lo que, cuando decidió convertirse en una feroz oponente del expresidente, Cheney selló su destino. De una líder popular se convirtió rápidamente en una paria, despreciada por todos los activistas republicanos. No nos debe sorprender, por tanto, que la semana pasada terminara recibiendo en su primaria solamente un 29 % de los votos.

La popularidad de la cual goza Trump, contrariamente a lo que argumenta Cheney, no se debe a un mero culto a la personalidad. Trump domina la política republicana principalmente por las ideas que acogió y que defendió enérgicamente como presidente.

El Partido Republicano, desde antes de que llegara Trump a la política activa, ya se estaba moviendo hacia la derecha. Las huestes republicanas estaban exigiendo que el partido les prestara más atención a las preocupaciones de los ciudadanos promedio y de las familias trabajadoras que a las prioridades de la clase empresarial y las elites globalistas. Pedían también que el liderato republicano dejara de apoyar el intervencionismo militar en el extranjero y que se comprometiera a defender con firmeza, no solo con palabras, el derecho a la vida, la familia, la libertad religiosa y el patriotismo.

Trump fue brillante en reconocer esa tendencia y en convertirse en el principal vocero de esa derecha populista. Por eso prevaleció en las primarias del 2016, derrotando a más de una docena de conocidos líderes republicanos, y por eso continúa siendo tan popular con la base republicana.

En este sentido, la derrota de Cheney es una muestra más del profundo realineamiento político por el que ha atravesado el Partido Republicano. Si para la base republicana Trump es el portaestandarte del nuevo rumbo ideológico del partido, Cheney, en cambio, representa la antigua clase dirigente del partido y su visión política.

Aunque es cierto que ella apoyó gran parte de la agenda de la administración Trump, Cheney fue muy crítica de la política exterior del presidente a favor de proteger la soberanía de los Estados Unidos y en contra de la excesiva injerencia en conflictos globales. Y esta no es una diferencia menor. Si hay algo que rechaza la inmensa base del Partido Republicano actualmente es el neoconservadurismo de los pasados dirigentes del partido como Bush y McCain, que llevó a guerras interminables sin objetivos claros y que provocó la muerte de miles de americanos.

Cheney se comportó, por otra parte, con la típica timidez de la vieja guardia del partido ante los serios retos culturales que enfrenta la nación, prefiriendo no hablar mucho de ellos y no dándoles la prioridad que ameritan. La base republicana de hoy no tolera la tibieza en las batallas en contra del aborto, la sexualización de nuestros niños en las escuelas y la cultura de la cancelación.

Aun así, es evidente que Liz Cheney no se ha percatado de la nueva realidad política en el Partido Republicano. En vez de retirarse calladamente, Cheney insiste en que continuara en la política activa para que el partido regrese a las políticas del pasado. Incluso ha dicho que pudiera aspirar a la Presidencia.

Cheney no entiende que ella ya no tiene apoyo en los votantes republicanos. Solo una ínfima minoría de la base comulga con ella. Aunque no le guste, Trump domina por completo el partido y la base ya ha pasado la página a las ideas e intereses políticos que ella encarna.

Alfonso Aguilar es de Senior VP and Political Director de El American, exjefe de la Oficina de Ciudadanía de los Estados Unidos durante la administración del presidente George W. Bush y presidente del Latino Partnership for Conservative Principles. // Alfonso Aguilar is the Senior VP and Political Director of El American and former head of the Office of United States Citizenship during the administration of President George W. Bush and president of the Latino Partnership for Conservative Principles.

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