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Lo que la historia de Janucá puede enseñarnos sobre la actual guerra cultural

Here’s What the Hanukkah Story Can Teach Us About Today’s Culture War, EFE

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Por Jay P. Greene, Ph.D.*

La historia de la fiesta judía de Janucá es en realidad la historia de una guerra cultural, similar en muchos aspectos a los conflictos que asolan la América moderna.

La necesidad de participar y prevalecer en una guerra cultural es una lección central de la festividad, y el hecho de que los antiguos israelitas lo hicieran allanó el camino para la continuidad y supervivencia de los judíos durante los últimos dos milenios. Si queremos asegurarnos de que los aspectos únicos y positivos del Experimento Americano perduren del mismo modo, debemos recordar esta lección de Janucá.

Janucá conmemora el milagroso éxito de los antiguos israelitas liderados por Judas Macabeo al derrotar a las fuerzas mucho mayores del Imperio Seléucida y volver a consagrar el Templo Sagrado. Pero el conflicto no consistió enteramente, ni siquiera principalmente, en la expulsión de un ejército de ocupación extranjero. Por el contrario, el principal enemigo al que repelieron las fuerzas macabeas fue el insidioso desplazamiento de la observancia judía por la cultura y la religión griegas.

Por ejemplo, se erigieron estatuas de deidades griegas en el Templo. La matanza de cerdos sustituyó a los sacrificios y rituales judíos en el Templo. Las autoridades públicas también construyeron gimnasios por todo el país para que los niños pudieran ser educados en las prácticas griegas de las competiciones físicas.

El líder seléucida Antíoco IV impuso estas costumbres helenísticas a petición de una parte de los antiguos israelitas que se habían enamorado de la cultura y los valores griegos. Se sentían atraídos por el helenismo porque lo percibían como más racional y científico y, como estaba vinculado a las autoridades gobernantes, creían que adoptar estas costumbres podría resultar ventajoso. Los que se aferraban a las prácticas tradicionales judías eran vistos como retrógrados, lo que justificaba la coacción para que se modernizaran.

Si esta historia resulta familiar, puede deberse a que guarda muchas semejanzas con nuestros conflictos culturales actuales. Algunas personas se han enamorado de lo que creen que son formas racionales y científicas y están convencidas de la necesidad de desplazar las costumbres tradicionales a las que otros se aferran.

Si, por ejemplo, te resistes a que tus hijas se conviertan en niños, no quieres que chicas y chicos jueguen en los mismos equipos o compartan los mismos vestuarios, es sólo porque no entiendes los avances de la ideología de género y tus hijos necesitan ser rescatados de tu atraso. Eso sí, la ideología de género no es más científica y racional que adorar estatuas, pero las autoridades gobernantes tienden a no dudar de su superioridad.

Del mismo modo, en las escuelas y universidades predomina cada vez más la opinión de que Estados Unidos es sistémicamente racista y que reducir su influencia mundial sería un avance positivo. Quienes no reafirmen esta “verdadera Historia” y sigan creyendo que Estados Unidos, a pesar de todos sus defectos, es una fuerza del bien en el mundo, pueden tener dificultades para criar a sus hijos con esa perspectiva. El amor a la patria no está más de moda entre las élites gobernantes actuales de lo que lo estaba el amor a Dios entre las élites helenizadas de la antigüedad.

A la mayoría de la gente no le gustan las guerras culturales. Es mucho mejor si conseguimos que, como George Washington -citando Miqueas 4:4- escribió a la Congregación Hebrea de Newport, Rhode Island, “Cada uno se sentará seguro bajo su vid y su higuera, y no habrá nadie que le atemorice”.

Pero, ¿qué ocurre cuando algunos se empeñan en reclutar a los hijos de otros o utilizan la coacción para alterar la forma en que los adultos desean vivir sus vidas? Como enseña la historia de Janucá, lo único peor que una guerra cultural es renunciar sin luchar a la libertad de vivir según tus valores.

Al luchar contra la imposición de la cultura y la religión griegas, las fuerzas de Judas Macabeo preservaron la libertad de los judíos para practicar su fe y educar a sus hijos con sus propios valores. Quienes hoy deseen resistirse a que sus hijos o ellos mismos se vean obligados a abrazar ciertos valores deben imitar la firmeza de Judas. Y afortunadamente no hay ningún ejército de ocupación extranjero al que derrotar para que prevalezcan los amantes de la libertad, así que no hay necesidad de imitar la violencia de Judas.

Esperemos y recemos para que nuestros esfuerzos den resultado, como los de los antiguos israelitas, y podamos dar paso a dos milenios más de libertad americana. En esta época del año valoramos la paz entre los hombres, pero también recordamos la necesidad de luchar por la libertad.  


*Jay P. Greene es investigador principal del Centro de Política Educativa de la Heritage Foundation.

Este artículo forma parte de un acuerdo entre El American y The Heritage Foundation.

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