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La cruel lógica del hambre como herramienta política del socialismo revolucionario

Socialismo, El American

El hambre como política es muy socialista. Lenin la usó en el exterminio de los kulaks, los campesinos más productivos, y cuando el hambre amenazó a sus bases urbanas recurrió al temporal mercado campesino “libre” hasta que el muy leninista Stalin —un paso atrás dos adelante— exterminó al viejo campesinado, hambrunas mediante, durante una colectivización forzosa genocida. 

De Mao a Pol Pot, casi todos los caudillos socialistas apelaron al hambre para el control social. En Venezuela, por ejemplo, la mayor parte del aparato productivo fue destruido por el socialismo revolucionario en el poder. Al principio, el alto precio del petróleo les permitía importar y distribuir, así que recurrían a amplias redes clientelares populistas. 

Una vez que cayó el precio del petróleo y junto a las limitadas importaciones por falta de divisas, la escasez que ya existía como resultado inevitable del control de precios se hizo desesperante. Y como la propia industria petrolera estatal fue literalmente destruida —igual que el azúcar en Cuba— por la arrogante e ineficaz planificación central y la ampliamente extendida corrupción chavista, el asunto terminó en que una decreciente cantidad de alimentos —y otros recursos básicos— es distribuida entre un número creciente de bocas empobrecidas, mediante racionamiento y corrupción, o mediante precios “de mercado” sin seguridad jurídica alguna para quien invierte y/o emprende.

El problema es cruelmente simple: Imagine un mercado simplificado de diez compradores y siete vendedores. Ahora imagine que hay cinco compradores que pueden comprar y cinco vendedores pueden vender. Tres vendedores no logran vender porque el precio es muy bajo para ellos y perderían vendiendo así. Cinco  compradores no compran porque no les alcanza y prefieren usar su dinero en otra cosa que valoran más.

Ahora imagine al Gobierno imponiendo un precio más bajo, igual a lo que podría pagar el de menos capacidad de compra de todos. Le informo que el resultado no serán de 10 felices compradores –que ciertamente correrían a comprar confiados a ese precio regulado– sino que ahora tendríamos menos de 5 vendedores dispuestos a vender, pues al precio artificialmente menor serán más de tres los que pierden y menos de cinco los que podrán vender con alguna ganancia reducida, digamos dos para ser optimistas.

Como la oferta se reduce a dos vendedores y la demanda crece a diez compradores ahora son ocho, en lugar de cinco, los que se quedan sin producto. De los diez que creen que pueden comprar, únicamente los dos que lleguen primero comprarán a ese precio y esos podrían revender al precio más alto posible —mucho mayor al del mercado libre— a los dos con mayor poder de compra. 

En una economía de racionamientos lo importante no es producir sino llegar primero a la fila del racionamiento. Así surge el mercado negro. Y así dejó de existir en el caso de Venezuela el 80 % (o más) de su economía y la ridícula excusa del inexistente “bloqueo” se desmonta fácilmente porque lo peor ocurrió mucho antes que empezaran las muy limitadas sanciones del Gobierno de Estados Unidos contra personas y empresas —en el poder o cercanas al Gobierno venezolano— presuntamente involucradas en redes internacionales de terrorismo y crimen organizado antiamericano.

Póngase en el lugar del socialista en el poder, imagine sus verdaderos objetivos, medios y problemas inmediatos y futuros. Los problemas son la caída de popularidad, entre otras causas por la escasez, y si todavía conserva algo de “democracia” a medias, el riesgo de derrotas electorales masivas que no podrá neutralizar sin dejar claro que la democracia le sirve si gana y no le importa saltársela a la torera si pierde. Y cuando vea que perderá, o se sorprenda con que perdió, como buen socialista dejará de lado el ventajismo del poder en sus elecciones amañadas, pero no para ir a una verdadera democracia, sino para asumir sin máscara que primero decidirá cuáles “fueron” los resultados electorales falsos, después designará desde el poder una “oposición” oficial cómplice y finalmente realizará la “elección”, como en Venezuela o Nicaragua actualmente, o como en Europa Oriental cuando se imponía el comunismo bajo la bota del ejército de ocupación soviético.

Pero incluso asumiendo el totalitarismo, sigue temiendo todo supremo dictador el perder el poder, porque la represión es costosa y mientras más la usa más debe temer de sus propios esbirros. Además, la economía socialista es ineficiente como ninguna otra y la propaganda y censura no pueden ocultarlo.

Sus medios son “organizaciones de base” más o menos disciplinadas, violentas y profundamente resentidas  como Antifa y BLM que en Estados Unidos ya están en capacidad de cumplir ese papel y lo han cumplido ya hasta cierto punto ya que su núcleo tiene cuatro marxistas revolucionarios. Además tiene a sus esbirros armados ante una población desarmada. Lo costoso será el espionaje y represión dentro de sus propias fuerzas militares y policiales por la policía política, junto al espionaje y represión de unas secciones de la policía política por otras. En el mundo de hoy le convendría mantener la imagen de “democracia” aunque en realidad tenga un autoritarismo competitivo arbitrario y ventajista, pero eventualmente no podrá correr el riesgo y cerrará el círculo totalitario hasta donde pueda.

La solución del socialismo revolucionario —y la miseria de sus gobernados— es repetir lo que le “funcionó”. Lógica de incentivos elemental: premio y castigo. En Venezuela empezó con un apartheid político temporal que negó derechos a millones por el lado del castigo. Y con nuevos servicios médicos mediante el tráfico de neo-esclavos con bata blanca que exporta y explota La Habana, del lado de los “premios”. 

Pero pronto faltaron recursos para otros míseros “premios”, porque las políticas socialistas ocasionan una escasez que solo se mitiga con métodos medio capitalistas a regañadientes. Hay métodos socialistas de manual: cartillas de racionamiento controladas por el partido para usar las escasas raciones como “premio” y el hambre como castigo. Y usted de ser un dictador socialista los preferiría, pero cuando el camarada Xi le cobre lo que le vende a precio de mercado internacional —y de contado— algo de capitalismo aplicará “a medias” para que sus esclavos medio sobrevivan, sus esbirros medio prosperen y su nomenclatura más próxima se enriquezca sin límite.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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