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Los incentivos enfermizos detrás de la cultura de la cancelación

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Por Brittany Turner

Si hubiese un vídeo que documentara cada segundo de mi vida, puedes apostar que contendría algunos comentarios bastante estúpidos hechos a lo largo de los años. Probablemente a mí también me recordarían algunas opiniones en las cuales ya no creo. Si eres honesto contigo mismo, es probable que la tuya sea igual de espeluznante.

Puede que las cosas que hayamos dicho en el pasado no hayan sido escandalosamente ofensivas, pero todos hemos hecho comentarios, o mantenido opiniones, de las cuales luego nos arrepentimos. Al fin y al cabo, somos criaturas intrínsecamente defectuosas.

Pero imaginemos que un caso de mal juicio o una opinión “mala” se nos quedara grabada para siempre. Este es el problema al que se enfrenta nuestra sociedad con la prevalencia de la cultura de la cancelación.

La cultura de la cancelación no está reservada sólo a quienes han hecho comentarios desagradables en el pasado

En 2016, la entonces estudiante de primer año de secundaria Mimi Groves publicó un video en Snapchat en el que hacía un insulto racista. El video circuló por su escuela después, aunque no fue recibido con polémica en ese momento.

Su compañero Jimmy Galligan no había visto la grabación hasta el año pasado, cuando ambos estaban en el último curso, cuatro años después de que se difundiera por primera vez en el Heritage High School. Para entonces, Groves había pasado a centrarse en su papel de capitana entre las animadoras del equipo universitario o cheerleaders, con grandes sueños de asistir a la Universidad de Tennessee, en Knoxville, una escuela conocida por su equipo de cheerleaders clasificado a nivel nacional.

Para Groves, el verano de 2020 había sido una época de celebración al enterarse de que había sido aceptada en el equipo de animadoras de la universidad. Pero su alegría duró poco cuando la muerte de George Floyd indignó a la nación, provocando el resurgimiento del movimiento Black Lives Matter.

Al igual que muchos adolescentes, Groves utilizó sus plataformas de redes sociales para instar a la gente a protestar, donar y firmar peticiones en apoyo del fin de la brutalidad policial. Fue entonces cuando su desafortunado vídeo volvió a perseguirla.

“Tienes la audacia de publicar esto, después de decir la palabra N” (Referiéndose a las personas de color), publicó alguien, desconocido para la adolescente, en su Instagram.

Fue entonces cuando su teléfono empezó a sonar sin parar.

Galligan había conservado el video realizado cuatro años antes y había decidido celebrar la admisión de Groves a la Universidad de Tennessee, difundiendo las imágenes en todas las importantes redes sociales.

Cuando el video empezó a hacerse viral, se desató la indignación del público, que pidió a la universidad que anulara su admisión.

Capitulando ante la multitud, la Universidad de Tennessee la retiró de su equipo de cheerleaders, una decisión que hizo que Groves se retirara de la escuela, por lo que ella percibió como una presión de la oficina de admisiones de la Universidad.

No se equivoquen, hacer insultos raciales de cualquier tipo es un comportamiento degradante e inapropiado. Pero, ¿es un comentario hecho cuatro años antes suficiente para arruinar el futuro de una adolescente que ni siquiera había entrado a la edad adulta?

El tribunal de la opinión pública dijo que sí, sin dar a Groves ninguna oportunidad de redención.

La historia de Groves es sólo una de muchas.

La cultura de la cancelación se ha extendido en los últimos años más de lo que cualquiera podría haber imaginado. Cuando escribí este artículo sobre el tema hace dos años, no tenía ni idea de que el problema llegaría al nivel que ha alcanzado hoy.

Pero la cultura de la cancelación no está reservada sólo a quienes han hecho comentarios desagradables en el pasado.

Hoy en día, quienes defienden cualquier opinión que vaya en contra de la retórica “woke” son ridiculizados en Internet, despedidos de sus trabajos y a algunos se les prohíbe por completo el uso de las redes sociales más populares.

Un profesor de la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington, Mike Adams, incluso se quitó la vida después de que unos tweets interpretados como ofensivos le obligaran a jubilarse anticipadamente tras años de servicio a la institución.

Jonathan Haidt, autor de The Righteous Mind (La Mente Justa) y coautor de The Coddling of the American Mind (El Engaño a la Mente Norteamericana), lleva tiempo criticando abiertamente el fenómeno de la cultura de la cancelación.

“Parte de la cultura de la cancelación es que obtienes crédito en base a lo que ha dicho otra persona si la llegan a “anular” con las denuncias”, dijo en una entrevista de 2018.

Sin embargo, esta señalización de la virtud, que en realidad es solo un medio para demostrar a la sociedad lo “buenas” y “morales” que son tus opiniones, es sólo la mitad de la ecuación. La cultura de la anulación también tiene que ver con la destrucción personal, lo cual es obvio en la situación de Groves, ya que Galligan no utilizó esta munición contra ella hasta que llegó el momento de causar el máximo daño.

“La cultura de la cancelación ha alcanzado un nivel de reivindicación personal, en el que la gente se esfuerza por encontrar formas en que las cosas que dicen otras personas puedan ser interpretadas como insensibles”, dijo Haidt. 

Dejando a un lado los insultos y los comentarios inapropiados, la cultura de la cancelación ha hecho que la gente tenga miedo de compartir sus opiniones para no ser condenada por pensar “incorrectamente” sobre un tema determinado.

Vivimos en una época en la que la gente mira constantemente por encima del hombro, o de la pantalla del ordenador, preocupada por si cualquier opinión que publique le convierte en víctima de la cultura de la cancelación.

No hay oportunidad de cambiar de opinión, ni hay espacio para defender las opiniones en las que realmente se cree. Y esto es un gran problema para cualquier sociedad civil.

La disidencia es lo que hace fuerte a la democracia.

Haidt habló de la importancia de proteger la libertad de expresión para que podamos vivir en una sociedad llena de opiniones variadas entre las que elegir.

“Uno de los aspectos más importantes es que la gente no tenga miedo de compartir sus opiniones, que no tenga miedo de ser avergonzada socialmente por estar en desacuerdo con la opinión dominante”, dijo Haidt.

Es muy probable que tus opiniones sobre ciertos temas cambien con el tiempo. Sin embargo, puede que algunas no lo hagan, y no deberías vivir con el temor de que por tus creencias  te encuentren en la condena social y el aislamiento.

Hoy en día ya no tenemos espacio para compartir nuestras opiniones porque ya no somos capaces de estar en desacuerdo con los demás de forma respetuosa.

No siempre vas a estar de acuerdo con todo lo que dicen los demás, ni tus profesores, ni tus compañeros, ni tus padres. De hecho, puede que incluso descubras que tus propias opiniones cambian a medida que aprendes cosas nuevas y creces como persona y adulto. Pero tener la libertad de considerar todas las opiniones y decidir lo que realmente crees es vital para la experiencia humana y el discurso civil.

Sin la capacidad de hablar libremente y considerar todas las opiniones, no puede haber un discurso civilizado.

Hay un mercado de elecciones en todas las cosas, desde la ropa que te pones, los productos que compras y las ideas que suscribes.

Cuando vas de compras, puede que no te guste la primera prenda que te pruebes. Puede que ni siquiera te guste la segunda o la tercera. Pero probarte diferentes looks u opiniones te permite pensar por tí mismo y averiguar qué es lo que quieres o crees.

Para ser verdaderamente abierto de mente, debes ser capaz de considerar todas las opiniones, en lugar de condenar cualquier pensamiento contrario al tuyo. El libre intercambio de ideas empuja a los individuos a compartir ideas únicas y permite que las opiniones evolucionen.

La disidencia es lo que hace fuerte a la democracia. Nuestra Constitución ha sobrevivido a muchas otras porque los Fundadores discreparon y debatieron entre sí hasta que elaboraron un documento que fomentaba “una unión más perfecta” que la que se había visto antes. Haríamos bien en no olvidar el ejemplo que dieron.

En pocas palabras, avergonzar a los demás no funciona. Es puramente punitivo, y favorece el auto-engrandecimiento. Además, rara vez hace cambiar de opinión a una persona y a menudo radicaliza aún más sus creencias, ampliando la división que ya crece en nuestro país.

Para fomentar un mundo en el que las ideas puedan expresarse libremente, la Pacific Legal Foundation organizó un acto con Haidt en el que se examinaron las numerosas formas en que la libertad de expresión es un principio central de la innovación, la comunidad y la sociedad civil, y cómo podemos preservar y proteger este valor fundamental que hace que nuestra sociedad sea tan extraordinaria.

Sin la capacidad de hablar libremente y de considerar todas las opiniones, el discurso civil no puede tener lugar. En su ausencia, la sociedad tal y como la conocemos dejará de existir y las divisiones entre nosotros seguirán creciendo.


Brittany Turner escribe en FEE.

Foundation for Economic Education (FEE)

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