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La meritocracia es una mentira, el victimismo es una necedad

Más que meritocracia o privilegio, la suerte. Imagen: Jesús Eca, via Unsplash

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¿Qué decide quién tiene éxito y quién no? Los defensores de la meritocracia plantean que el esfuerzo y el talento son los elementos definitivos para definir el éxito o el fracaso de los seres humanos. Por el contrario, el victimismo progre atribuye el éxito a las condiciones de privilegio y el fracaso al racismo (o sexismo, cisgenerismo y cualquier otro “ismo”) sistémico que supuestamente beneficia absolutamente a un grupo de personas a cambio del perjuicio inescapable de muchas otras.

Ambos enfoques están equivocados

La meritocracia es una mentira evidente a la vista. Es cierto que las personas más exitosas suelen distinguirse por sus altos niveles por talento y sus méritos, pero también es cierto que por cada superatleta, superastro de cine o supermillonario hay literalmente miles más que dedicaron niveles de esfuerzo semejantes y, sin embargo, fracasaron; o lograron un éxito relativo, pero muy lejano al de las superestrellas globales.

Por cada Taylor Swift, Lionel Messi y Bruce Willis hay muchas personas más trabajando de coristas, cantantes de bodas, futbolistas de llano, actores de teatro aficionado o extras de televisión, a pesar de que incluso pueden ser más talentosos o trabajadores que los referentes globales.

Sin embargo, el enfoque victimista, obsesionado con un supuesto esquema de privilegios sistemáticos y absolutos no solo es una mentira, sino también una necedad. El hecho es que, al menos en Occidente, no subsisten los sistemas de privilegios jurídicos raciales o de género que existieron en otros tiempos o que todavía podemos encontrar en partes del mundo musulmán o del tercer mundo.

Esto no significa que no haya personas racistas o prejuiciosas, pero sí que dichos sesgos no tienen el respaldo del marco jurídico y del consenso social con la fuerza suficiente para determinar el destino de los seres humanos en forma sistemática. Por supuesto, quien nazca en una familia rica y con amplias conexiones sociales de alto nivel tendrá una ventaja sobre quién nace en la parte más baja del escalafón económico, pero ello no se debe a las leyes, sino a la naturaleza humana.

Además, dicho sesgo no es absoluto. Quién nace en condiciones de privilegio puede perder la ventaja de su posicionamiento, de la misma manera en que quien nace en condiciones de pobreza puede también, con las condiciones adecuadas, llegar a la clase media o incluso a los más altos peldaños de la economía. Se puede y sí sucede.

Entonces, si ni el mérito ni el privilegio son el gran motor del éxito humano, ¿cuál es?

La suerte, simple y llanamente, la suerte

Como atinadamente escribió el español Augusto Algueró en aquella canción que hiciera famosa Marisol, La vida es una tómbola, el gran mecanismo que define el éxito o fracaso de las personas es la suerte, pero no una suerte “tonta” y absolutamente aleatoria, sino influida tanto por el esfuerzo en que hacen énfasis los defensores de la meritocracia como por las ventajas y desventajas en las que se enfocan quienes hablan de privilegios.

¿Cómo funciona entonces? La vida es efectivamente una tómbola, un sorteo, y nuestras circunstancias equivalen a la cantidad de boletos que hemos comprado. El trabajo duro, los talentos innatos, las conexiones sociales, el color de la piel, la cualidad introvertida o extrovertida de nuestro carácter, la orientación sexual, la religión, la amabilidad o arrogancia en nuestro trato y otros mil y unos factores más suman o restan boletos para tómbolas específicas en nuestra vida personal, laboral económica y social.

Dicho de otro modo, si trabajas más que el promedio, dispones de un buen nivel de inteligencia y reflejas las condiciones físicas o culturales apreciadas en una sociedad específica, será más probable que logres las conexiones que te permitan transformar tu esfuerzo en éxito, pero no lo garantizan. Puedes hacer todo bien y acabar en el promedio.

Por el contrario, habrá algunas personas extremadamente “suertudas” que, a pesar de no tener talento, trabajo o condiciones valoradas, alcanzan una situación relativa de éxito debido a que simplemente conocieron a la persona correcta y estuvieron en el lugar oportuno en el momento adecuado.

De la suerte dependen éxitos y fracasos, pero el trabajo ayuda a que la suerte se ponga a nuestro favor. En eso la meritocracia tiene toda la razón. Imagen: Unsplash
De la suerte dependen éxitos y fracasos, pero el trabajo ayuda a que esta se ponga a nuestro favor. En eso la meritocracia tiene toda la razón. (Unsplash)

Ni la meritocracia, ni los privilegios son la clave. Entonces, ¿qué hacer?

Una vez entendiendo que la suerte es el gran factor para impulsar la prosperidad, las sociedades tienen 3 caminos posibles: igualar el número de “boletos” que tiene cada persona, incrementar el número de sorteos o incrementar el número de premios en la rifa.

Igualar por decreto el número de boletos por persona es la “solución” impulsada por los colectivismos de izquierda y simplemente no funciona.

Enfocarse en hacer “justicia” enfocándose en las condiciones fisiológicas dio como resultado la espantosa teoría eugenésica del pasado y la destructiva teoría racial crítica de la actualidad. Mientras tanto, enfocarse en equiparar las condiciones económicas dio como resultado regímenes de privilegio solo para unos cuantos y pobreza absoluta para todos los demás, como observamos en los casos de Corea del Norte, Cuba o Venezuela, donde bajo el pretexto de la igualdad una pequeña élite construyó un sistema del más absoluto privilegio para sí misma.

Ello nos deja otros dos caminos

Incrementar el número de sorteos significa generar más oportunidades para la prosperidad y eso es justo lo que sucede en las economías de libre mercado. Al generar condiciones para que florezca el intercambio y la innovación, la libertad económica multiplica esas oportunidades de tener un “golpe de suerte”.

Cuando es más fácil establecer y dirigir una empresa se vuelve más probable que las personas se encuentran eventualmente el boleto premiado para convertirse en emprendedores o empleados exitosos, sencillamente porque hay más de dónde escoger y hay más por intentar.

El último camino también tiene que ver directamente con la libertad económica: incrementar el número de premios, a través de condiciones sociales y económicas para que más personas accedan a condiciones de vida exitosas. Eso fue justamente lo que lograron naciones como Estados Unidos.

USA se volvió el faro de esperanza y el ejemplo del mundo no solo por la multiplicación de sus grandes multimillonarios, sino de sus clases medias. Quizá no obtuviste el premio mayor, pero incluso el “reintegro” significa una casa con dos autos, una cuenta en el banco, una televisión por cuarto y unas buenas vacaciones en Puerto Vallarta. Mucho más de lo que podrían esperar los jugadores en otros países.

Ayudemos a la suerte

El camino no es el de la meritocracia radical, seudodarwiniana, arrogante y aislada. Mucho menos el de un colectivismo rencoroso y fracasado, que eventualmente termina el privilegio para la élite y esclavitud (o genocidio) para todos los demás.

El camino correcto está en reconocer que nuestros éxitos y victorias se deben en parte al trabajo que hemos realizado y el talento con el que nacimos, entre muchos otros factores antes mencionados, pero también es resultado de nuestra buena suerte, por la que debemos estar agradecidos.

No optemos ni por la arrogancia de aquel que cree que todo se lo merece, ni por el derrotismo resentido de quien cree que todo es culpa del sistema. Apostemos por la empatía y el agradecimiento; el agradecimiento por nuestros éxitos y la empatía hacia quienes todavía están en busca ese golpe de suerte que los lleve a un mejor lugar, conscientes de que la mejor manera de ayudarlos es con la libertad económica y la certeza jurídica que multiplican las oportunidades de éxito y permiten que cada vez más personas tengan más suerte.

Lo demás, será cosa del azar.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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