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«No, vale; yo no creo»

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Si ha habido una frase que ha marcado la vida de los venezolanos en las últimas dos décadas es esa del “no, vale; yo no creo”. Es una frase que combina la incredulidad con la subestimación y que, además, se ha vuelto producto de exportación.

En 1998 era la respuesta característica hacia aquellos que decían que Hugo Chávez convertiría a Venezuela en una segunda Cuba. Hoy, sigue siendo la respuesta que reciben aquellos que creen que países como Argentina, México o España atraviesan el mismo sendero de esa Venezuela que no creía que podía ser Cuba y que ahora está peor que la propia isla.

Son muchos los factores que inciden en que la gente no crea posible que un país pueda ser destruido de la forma como lo hicieron con el nuestro. Ciertamente resulta casi inimaginable que esa Venezuela “modelo” terminara en las ruinas en las que hoy se encuentra, pero no era imposible. Como ocurrió con Venezuela, puede pasar con cualquier otro, como ya pasó con Cuba hace más de seis décadas.

Lo más grave es que, a pesar de la devastación que va teniendo lugar de país en país, todavía algunos sostienen que es un hecho aislado y que nada tiene que ver con la intencionalidad, sino con la ineficiencia. Ese fue, sin duda, un logro del chavismo, aunque en realidad del castrismo: vender la idea de que la situación de miseria que viven sus países es culpa de otros que no les han permitido ser eficientes y no de la plena intención de someter a sus sociedades.

Por si fuera poco, no conformes con negar la intencionalidad de la maldad de esos regímenes, algunos consideran que es tal el estado de miseria y pobreza que viven esos países, que es imposible que puedan influir en otros procesos políticos o de otro orden, porque apenas pueden valerse por sí mismos. Esa conclusión charlatana solo es producto de la ignorancia y de la negación de un proyecto que tiene tantos rostros y momentos como décadas y que se ha venido construyendo a pulso por parte de los enemigos de la libertad y de la democracia.

Así, a todo le llaman “teoría de la conspiración”. Esa es la típica expresión de la arrogancia de una intelectualidad de pacotilla que, disfrazándose de moderación, de neutralidad y de ecuanimidad, pretende estar por encima del bien y del mal todo el tiempo, de forma impoluta, creyéndose dueña de la verdad. En ese supuesto ejercicio de moderación, al que apellidan de “centro”, se termina concretando una especie de alcahuetería en la que se exculpa a regímenes tan sanguinarios como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua porque los “pobrecitos” no son capaces de lograr tanto de lo que se les acusa.

Una de las cosas que ha permitido que el castrismo siga en el poder en Cuba, luego de más de seis décadas, es el haber subestimado su poder e influencia. Hoy pretenden hacer lo mismo con el chavismo, minimizando su capacidad de exportación y de incidir. Esa subestimación del castrismo ha provenido de una buena parte de la “intelectualidad” impoluta que, apelando a la “moderación” —que es en realidad superioridad moral- le ha hecho creer al mundo que los Castro y sus secuaces no son capaces de tanto. Claro, esos sesudos “intelectuales” se creen con el poder de mirar desde arriba y decirle a la gente que las cosas no son como creen, porque ellos tienen la verdad y todo lo demás es una teoría conspirativa.

Así, han negado que el Foro de Sao Paulo o el Grupo de Puebla sean los monstruos que son, por ejemplo. Peor aún, se burlan y hacen chistes de todo, como si fuera un juego. Eso que esa intelectualidad mediocre asume como juego, ha costado millones de víctimas como parte de la implementación de un proyecto bien pensado y a largo plazo, cuyo éxito se ha debido, entre otras cosas, a la excesiva moderación y subestimación que los incrédulos han sembrado.

Cada vez que alguien niega la capacidad real de regímenes como los mencionados, esos regímenes sonríen y ganan. Ganan porque se les lava la cara, se les indulta y se les victimiza, cuando ellos son los victimarios. Esos regímenes se han articulado, en lo individual y en lo colectivo, para azotar a nuestra civilización, pero también para azotar las mentes de los cobardes que ven en ellos un punto medio entre el bien y el mal. Esa intelectualidad moderada debe saber que no hay punto medio entre el crimen y la justicia o entre la libertad y la opresión. Estar en el centro, entre un criminal y sus víctimas, no los hace ecuánimes ni amplios, sino cómplices, y eso aplica para todos quienes incluso ven una solución a nuestra tragedia desde el “merocentrismo”.

Lo más curioso es que la mayoría de esos que van por ahí pontificando por encima de todos, más allá del bien y del mal, hoy lo hacen desde el exilio. Acusan a todo de conspiración, pero ellos mismos son el vivo testimonio de haber tenido que huir de su país para sobrevivir. ¿Cómo es que una teoría conspirativa que, según ellos, es improbable y exagerada, es tan capaz de expulsar a millones de un país? ¿Será porque no es conspiración y porque el plan es ese? Seguro lo saben, pero su arrogancia los atropella.

Mientras más claros estemos del diagnóstico y sepamos lo que enfrentamos, más fácil será derrotar a estos regímenes. No deje que ninguno de esos pacotilleros de oficio venga a decirle que usted prefiere culpar de nuestra tragedia a las teorías conspirativas porque no es capaz de reconocer su propio fracaso enfrentando al régimen. No sólo es un irrespeto a tantas víctimas y a la lucha, sino un ejercicio de subestimación a su inteligencia. Detrás de esos señalamientos infames, está el blanqueo de una realidad dolorosa que tiene responsables que actuaron con toda intención.

Si usted sabe lo que es el chavismo, conoce lo que es el castrismo, sabe cómo se han organizado y cómo operan criminalmente, pues felicidades porque usted ha entendido lo que enfrentamos. Deje solos a los que pretenden acusarlo a usted de conspiranoico, porque son ellos los que en gran medida ayudaron a que el “novaleyonocreísmo” ganara y se consolidara.

La verdadera conspiración es contra la inteligencia y esa viene dada por la subestimación y la incredulidad de la que sufren los que nunca toman posición, pero pretenden decirle a usted que está equivocado y dónde ubicarse. Cada vez que ellos creen que con eso ganan, en realidad quienes ganan son los regímenes a los que minimizan.

Esa es la gran lección por aprender.

Pedro Urruchurtu, is a political scientist. He is the Vice President of RELIAL and coordinator of International Affairs for the Vente Venezuela party // Pedro Urruchurtu es politólogo. Vicepresidente de RELIAL y coordinador de Asuntos Internacionales del partido Vente Venezuela

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