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¿Enviaría Ocasio-Cortez a 73 millones de personas a la lista negra?

Ocasio Cortez

Por Jon Miltimore

¿Deben las opiniones políticas de un empleado calificado determinar si obtiene o mantiene un trabajo? Para un número creciente de norteamericanos, esto ya es una realidad. Como escribí en un artículo publicado recientemente en American Greatness:

[El mes pasado] un jefe de policía de Pensilvania fue obligado a jubilarse por su “alcalde progresista” después de 26 años en el trabajo. ¿Su ofensa? La esposa del jefe publicó un mensaje en Facebook apoyando al presidente Donald Trump. 

El jefe de la policía de Lancaster, Jarrad Berkihiser, puede ser una de las últimas víctimas de la cultura de la cancelación, pero no será el último. 

El artículo fue escrito antes de las elecciones de 2020. Desde entonces la mujer afroamericana, jefa de policía de Portsmouth, Virginia, perdió su trabajo. La dirección progresista de la ciudad despidió a Angela Greene después de que presentara cargos contra los alborotadores que decapitaron y derribaron una estatua de la Confederación, golpeando en la cabeza a un hombre negro de mediana edad. La lesión lo dejó en coma temporalmente, y esto no fue el único daño, ya que se le hinchó el cerebro peligrosamente, y requirió meses de terapia para enseñarle a caminar y hablar de nuevo. Los funcionarios de la ciudad despidieron a Greene el lunes por la mañana, un poco más de dos meses después de haberle dado un permiso remunerado. Ella dijo que planea demandar.

Greene estará acompañada en la fila del desempleo, y no sólo por la otra ronda de cierres propuestos por el COVID-19 o inminentes subidas del salario mínimo. Varias figuras políticas han declarado una Doctrina Bush contra la administración Trump: no harán ninguna distinción entre el 45º presidente y aquellos que lo “apoyan”. Por ejemplo, el exsecretario del Tesoro de la administración Clinton, Robert Reich, propuso una “Comisión de la Verdad y la Reconciliación” para descubrir los nombres de todos los que ayudaron a “habilitar” la administración Trump.

La diputada Alexandria Ocasio-Cortez, demócrata de Nueva York, twiteó en apoyo al Proyecto de Rendición de Cuentas de Trump, un esfuerzo para poner en la lista negra a los “simpatizantes-psicópatas de Trump” para frenar sus posibilidades de empleo.

“Los empleadores que los consideren deben saber que hay consecuencias por contratar a cualquiera que haya ayudado a Trump a atacar los valores norteamericanos”, dijo el exportavoz de la campaña de Obama, Hari Sevugan, amenazando no sólo a los republicanos, sino a quienes contraten a republicanos.

Dependiendo de cuán ampliamente se quiera definir la “ayuda”, esta descripción podría abarcar a 73 millones de estadounidenses. Podría ir mucho más allá de los exalumnos de la administración Trump para incluir a cualquiera que no apoye suficientemente el Gran Despertar, y tal vez el objetivo sea inculcar el máximo nivel de temor en el mayor número de apóstatas políticos.

Esto es alarmante. Los norteamericanos de todos los orígenes políticos deberían tratar de revertir esta lamentable tendencia por varias razones.

En primer lugar, amenazar con excluir a alguien de la “sociedad educada” por diferencias políticas corrientes normaliza la discriminación. Si bien algunos consideran más aceptable discriminar a las personas por sus creencias y no por factores inmutables como la etnia, el sexo o la identidad de género, la legitimación del sesgo laboral contra cualquier grupo abre la posibilidad de un sesgo contra todos los grupos. Peor aún, los investigadores han encontrado que los estadounidenses ya se permiten la animosidad política “en un grado que excede la discriminación basada en la raza”.

En segundo lugar, el sesgo laboral niega a la gente la oportunidad de compartir sus dones y talentos dados por Dios con otros. Privan a sus familias de un medio de vida adecuado.

Pero la discriminación no sólo perjudica a los que son discriminados. También viola el interés propio del fanático. La discriminación en el lugar de trabajo niega a una empresa el talento más productivo basándose en prejuicios a menudo irracionales. Eso disminuye la eficiencia, la productividad y el ingenio en la oficina.

Dos investigadores, Shanto Iyengar y Sean Westwood, lo corroboraron realizando un experimento que permitió a los participantes conceder becas al solicitante más cualificado o a un estudiante que compartía los mismos puntos de vista políticos. Cuando llegó el momento de elegir, escribieron, “el partidismo simplemente triunfó sobre la excelencia académica”. Discriminar a los mejores y más brillantes deja a las empresas intolerantes compitiendo por el segundo lugar.

La contratación con prejuicios políticos también perjudica a las empresas de otra manera. Una fuente resumió de esta manera el innovador trabajo del difunto economista Gary S. Becker sobre la economía de la discriminación:

Supongamos que un empleador no quiere emplear a miembros de un grupo en particular aunque estos trabajadores sean tan productivos como cualquier otro. Si la empresa tiene que pagar a todos los trabajadores el mismo salario, simplemente no empleará a miembros del grupo desfavorecido. Sin embargo, si es posible pagar a esos trabajadores menos que a los de otros grupos, la empresa se enfrenta entonces a una disyuntiva: puede emplear a miembros del grupo desfavorecido con salarios más bajos y aumentar así su rentabilidad, o puede discriminar y emplear sólo a trabajadores del grupo de salarios altos, aunque esto signifique menores beneficios. La discriminación en este último caso, por lo tanto, impone un costo a la empresa.

Por último, si los neo-McCartianos creen realmente que el presidente Trump y sus partidarios son revolucionarios, lo último que deberían querer es que este grupo se encuentre sin empleo, agraviado e inundado de tiempo libre. Si honestamente piensan que la pérdida de empleos hace que la gente “se aferre a las armas o a la religión, o a la antipatía hacia la gente que no es como ellos”, les convendría ver a sus enemigos políticos ocupados golpeando los relojes de tiempo, creando bienes y servicios, y enredados en las alegrías de la vida familiar. Uno sólo puede especular cómo las mejores perspectivas de empleo podrían haber frustrado las revoluciones anteriores. ¿Y si Adolf Hitler hubiera sido un mejor artista? ¿Y si Fidel Castro hubiera sido un mejor jugador de béisbol?

Por razones tanto económicas como filosóficas y morales, deberíamos oponernos a la discriminación de puntos de vista en la educación y el empleo secular. Como escribí en American Greatness:

Debemos defender a Jarrad Berkihiser. Debemos exigir nuestro derecho a ofender y a ser ofendidos. Debemos insistir en que se nos juzgue por el contenido de nuestro carácter, no por el color de nuestra piel.

Entre esos derechos está el de ser juzgados por nuestro desempeño, no por nuestra ortodoxia política.


Jonathan Miltimore es Managing Editor de FEE.org. 

Foundation for Economic Education (FEE)

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