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La pandemia no está controlada, pero el mundo no se puede detener

La pandemia no está controlada, pero tenemos que seguir adelante. Imagen: Unsplash

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La pandemia no está controlada, y mientras el COVID-19 se extiende, una sociedad cada vez más frustrada y polarizada dibuja preocupantes líneas de guerra acerca de los siguientes pasos a tomar. Un bando se está volviendo cada vez más paranoico, exigiendo nuevos confinamientos generalizados a lo largo del mundo, además de vacunación forzada y el uso permanente de cubrebocas incluso después de recibir la vacuna. El otro bando parece haber decidido que el COVID-19 está bajo control o que ha sido un mero complot gubernamental, así que retornaron a la “normalidad” convertida en una expresión de desafío político.

Ambos bandos están equivocados.

¿Por qué? Porque los dos operan a partir de un encuadre de control, ya sea el de “podemos controlar la pandemia si tan solo paralizamos el mundo durante el tiempo necesario, sin que nada más importe” o el de “la pandemia está bajo control/no existe, así que podemos regresar a la normalidad y cualquiera que discrepe es un tonto manipulado por la propaganda gubernamental”. Parecen estar en lados opuestos de la ecuación, pero de hecho comparten la idea fundamental de que la pandemia es algo que nosotros podemos controlar.

Hay una tercera opción: la pandemia no está controlada. No podemos controlar la pandemia, pero aun así tenemos que seguir viviendo.

La vida es riesgo

A pesar de los evidentes logros internacionales en materia de vacunación, la tercera ola de la pandemia está en marcha, impulsada por el avance de variantes como la delta y la beta, que ponen en entredicho la efectividad de las opciones de vacunación y abren nuevos escenarios de dificultad. A nivel mundial, las áreas COVID de los hospitales, que se habían vaciado casi por completo hace unos meses, comienzan a llenarse de nuevo, mientas las noticias de muertos y enfermos graves vuelven a tomar por asalto los chats de WhatsApp y los timelines de Facebook.

Ante este indudable aumento en los contagios y los igualmente indudables riesgos que conlleva enfermar de COVID-19, pareciera lógico optar (como lo pretenden los paranoicos) por nuevos cierres generalizados de la economía y la convivencia. Sin embargo, eso no sólo es dañino, sino imposible. Incluso las economías más sólidas se vieron profundamente afectadas por los confinamientos del 2020, cuyos daños fueron económicamente graves y socialmente incuantificables.

Esto es clave. Al calcular los efectos de cerrar países enteros no sólo se trata del número de empresas quebradas, empleos perdidos y deudas multiplicadas, sino también del impacto que la soledad y el aislamiento provocan en las vidas de millones de personas.

Ahora, repetir un confinamiento generalizado implicaría costos aún mayores para las empresas y las finanzas públicas, que de por sí enfrentan graves dificultades para mantenerse a flote, además de multiplicar los efectos negativos sobre el bienestar de millones de personas, incluyendo tanto a las que perdieron su fuente de ingresos como aquellas otras para las cuales quedarse en casa ha sido un motivo de graves cargas psicológicas, cuyos plenos daños tardarán años en manifestarse.

Sí, para usted, que trabaja desde la computadora con sueldo seguro y múltiples opciones de comida a domicilio por Uber Eats que le permiten acompañar sus múltiples opciones de series en Netflix y Disney+, quedarse en casa es viable y hasta atractivo. Sin embargo, para muchos millones de personas el confinamiento es una auténtica condena de prisión y depresión.

Un aspecto donde esta diversidad de realidades se vuelve especialmente clara es el de las escuelas. En muchos países las escuelas llevan cerradas prácticamente año y medio, mientras ofrecen “clases a distancia” a cientos de millones de niños que se apoltronan en el sillón para ver interminables sesiones de Zoom que no sirven para nada.

No nos equivoquemos, si su hijo se pasa el día viendo a su maestro en Zoom, no está haciendo homeschooling, simplemente se está aburriendo sin aprender.

Las escuelas necesitan retomar clases presenciales y sí, ello implica un riesgo, pero es inviable esperar hasta que ese riesgo desaparezca o hasta que todos los planteles cuenten con las medidas ideales de bioseguridad, que en muchos casos resultan imposibles de aplicar a plenitud.

La pandemia no está controlada, pero tenemos que seguir adelante. Imagen: Unsplash
La pandemia no está controlada, pero tenemos que seguir adelante. (Unsplash)

¿Qué hacer entonces?

Con las escuelas, al igual que con el resto de la economía, es necesario tomar decisiones flexibles y adaptadas (en la medida de lo posible) a las circunstancias particulares de cada persona, partiendo de 3 principios:

Primero. La mejor opción no es la “ideal”, lo ideal no existe, lo que existen son las opciones viables, y entre ellas habrá que elegir, entendiendo, por inicio de cuentas, que en muchos casos la alternativa en caso de confinamiento no consiste en permanecer protegidos en burbujas hogareñas, sino en arriesgarse al contagio en la colonia o en la calle.

Segundo. El COVID-19 no es el único peligro potencialmente letal que debemos tomar en cuenta. Las afectaciones a la salud mental, el incremento en otros problemas de salud derivados del propio confinamiento, las consecuencias de una crisis económica y los daños psicológicos producidos por el aislamiento también lastiman y también matan. Por lo que deben ser considerados por los gobiernos a la hora de crear políticas públicas.

Tercero. La pandemia no está controlada y no lo estará durante el futuro próximo, pero aun así debemos seguir viviendo. Quizá pasen 5, 10 o 20 años antes de que el virus se estabilice lo suficiente como para normalizarlo plenamente dentro de nuestros sistemas inmunológicos y nuestros sistemas de salud, pero esperar escondidos bajo nuestras cobijas no es opción. Tendremos que seguir saliendo a trabajar, a estudiar, a jugar, a convivir con los demás y también con el riesgo de enfermar y morir.

La pandemia no está controlada, pero el mundo no se detiene

Esta es justamente la lección más difícil de entender respecto al COVID-19. En las últimas décadas nos habíamos acostumbrado a tener a las enfermedades más o menos bajo control y se nos había olvidado esa danza constante con la muerte que fue lo normal para infinidad de generaciones humanas. Últimamente creímos tener al mundo visible e invisible bajo nuestro control, pero nunca fue así. La vida siempre fue un riesgo y a ese riesgo tendremos que enfrentar y vencer durante los próximos años.

En el camino, nuestros aliados serán las precauciones razonables, incluyendo la vacunación, los cubrebocas, la ventilación, la distancia social y (en ciertos casos, sí) incluso nuevos confinamientos, pero sólo en la medida de lo razonable, con base en las circunstancias de cada país, región y persona.

De ahí en más, nuestra sobrevivencia dependerá, como ocurre siempre en la naturaleza, de una mezcla de prevención, ingenio, fortaleza y suerte. Que Dios nos ayude.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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