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Pensamiento libertario y abolicionismo en la génesis de la república americana

esclavitud

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La sesgada visión histórica de que la esclavitud continúa siendo el pecado original de Estados Unidos, tiene en Thomas Sowell una sólida refutación intelectual.

Sowell, contrario a que se utilice la historia de la esclavitud como objeto de tergiversación fraudulenta, aclara lo siguiente: “Ni africanos, asiáticos, polinesios ni los pueblos indígenas del hemisferio occidental vieron algo malo en la esclavitud, incluso después de que incipientes segmentos de las sociedades británicas y americanos comenzaron a condenar la esclavitud en el siglo XVIII como moralmente incorrecta”.

Los análisis realizados por Sowell sobre la naturaleza jurídica y política del colonialismo de los siglos XVIII y XIX serían suficientes para refutar la tesis de un sector del pensamiento intelectual de izquierda, obsesionado en ocultar de manera oportunista la verdad histórica de que los americanos se encontraban entre los pocos pueblos que comenzaron a cuestionar la moralidad de tener a seres humanos en esclavitud. Un debate que terminó en guerra civil y que solucionó —creemos que para siempre— la ambivalencia entre la libertad civil de la ciudadanía y el trastorno político de las naciones coloniales.

Thomas Sowell. (ElCato)

De ahí que se haya vuelto un lugar común, entre los historiadores llamados “’progresistas”, señalar que los Padres Fundadores se contradecían en el hecho de defender las ideas de igualdad y libertad durante la revolución americana, al tiempo que reforzaban la institución de la esclavitud. Su tesis sobre esta supuesta contradicción se apoya en asegurar que la pervivencia de la esclavitud se debió más a razones económicas y políticas que exigían el mantenimiento del consorcio esclavista en el Sur, que a la aparición de un discurso revolucionario a favor de un nuevo orden republicano y liberal.

Pero creemos que esa reducida perspectiva histórica delata una sorprendente ignorancia de la historia, o más bien un total desprecio por la verdad.

La crisis del modelo de producción esclavista desde el punto de vista económico, sumado a las aspiraciones libertarias de una parte de la élite intelectual americana norteña cuyo código ético independentista despreciaba la tiranía de la trata negrera, aporta a la polémica para poner fin a la esclavitud una connotación humanitaria, social y política.

Teniendo en cuenta que para buena parte del liberalismo americano dieciochesco la defensa del fin de la institución esclavista pasaba de manera ineludible por los modelos doctrinales del racionalismo iusnaturalista, sustentado conceptualmente por Thomas Hobbes (el Estado autoritario) y John Locke (Estado liberal), al tratar temas tan concernientes a la identidad nacional —como pueden ser la independencia y el fin de la esclavitud—, el núcleo de patricios blancos que lideraron la revolución americana al cuestionar la conveniencia de la institución esclavista, no invocaron nunca el concepto de utilidad sino el de justicia sobre la base de la implementación de la doctrina de los derechos naturales del hombre, encaminada a suprimir los fueros y privilegios del antiguo régimen.

En lugar de preferir un reajuste de estatus con el trono británico, los patriotas americanos adoptaron como principio los conceptos básicos del derecho natural al suscribir que “todos los hombres son creados iguales”, lo que le otorga al ciudadano “derechos inherentes e inalienables como el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad”.

La aparición de un pensamiento liberal conservador con figuras como Pain, Adams, Hamilton, Jefferson y el propio Madison, defensores de la especificidad americana en contra de un poder colonial hegemónico en decadencia y de los intereses de la élite económica sureña, permitió situar en el centro del debate público cuestiones tan importantes como la propiedad, la igualdad, la libertad y los derechos del ciudadano, incorporados desde la última década del siglo XVIII y los primeros años del XIX en los textos fundacionales del pensamiento jurídico de la nueva nación americana.

El debate, previo a la vorágine de la propia revolución de independencia de Estados Unidos, anunciaba ya la precisión conceptual de los derechos naturales, la libertad y la propiedad, analizados en perspectiva para garantizar la independencia individual y la libertad civil, frente a la técnicamente argumentada libertad política.

Los defensores del fin de la trata —como Thomas Pain, quien fuera fundador de la ‘Sociedad para el Alivio de los Negros Libres Ilegalmente Sujetados en Servidumbre’—, condenaban que “tan monstruoso es hacerlos y mantenerlos esclavos… y los muchos males que acompañan a la práctica, [tales] como vender maridos lejos de las esposas, hijos de los padres y entre ellos, en violación de los lazos sagrados y naturales; y abriendo camino a adulterios, incestos y muchas consecuencias espantosas, por todo lo cual los amos culpables deben responder al juez final …”.

A partir de ese momento, el tema de la esclavitud pasó a formar parte de la cultura política del patriciado, no exenta de polémicas y visiones contrapuestas, con un reflejo directo en el discurso jurídico-constitucionalista bajo el influjo de la Constitución de Massachusetts.

Con demasiada frecuencia la prensa de izquierda articula toda una discursividad moral generalista para identificar a los próceres blancos de la revolución americana como avalistas de la esclavitud. Esa etiqueta historiográfica recurre, por lo general, al recurso de la ambivalencia: la élite de los nobles americanos habrían sido partidarios de la libertad y de la igualdad solo para sus ambiciones de clase, pero no por solidaridad con el resto de los ciudadanos.

Una relectura de los textos clásicos fundacionales del constitucionalismo americano sería suficiente para derribar esos tópicos “progresistas” que identifican el amor por la patria y las virtudes cívicas como facultades exclusivas y sólo reservadas a los blancos ilustrados, interesados según sus premisas en preservar exclusivamente la esclavitud.

Las posiciones delineadas por John Adams en la Constitución de Massachussets permiten entrever la prefiguración de sus ideas en la tradición abolicionista de esta histórica comunidad, y que ponían en evidencia la incongruencia de algunos colonos de querer defender al mismo tiempo los derechos naturales del hombre y la esclavitud de la población negra. La emancipación jurídica de la esclava Elizabeth Freeman sobre su antiguo dueño, el coronel John Ashley, confirma la lealtad del gran jurado con el espíritu de la Carta Magna redactada por Adams.

En el modelo cívico de los dueños de las plantaciones, hacendados y traficantes de esclavos —una posición especialmente instituida en los colonos sureños— el derecho a la propiedad menospreciaba el derecho a la libertad, de la misma manera que la libertad política de los blancos e, incluso, la independencia de la nueva nación, acotaban la libertad civil de los negros.

Tanto en la no aceptación del tópico ilustrado de la inferioridad cultural o moral de la población esclava como en la firmeza de su concepción de los derechos soberanos, Adams se desmarca de las corrientes ambiguas del abolicionismo moralista para insinuar en su articulado jurídico que todo tipo de propiedad —incluida la esclava— dejaba de ser un derecho natural para convertirse en un derecho civil a favor del agraviado.

Enemigo de prejuicios y estereotipos, Adams renuncia a la condición de articular constitucionalismo con esclavitud. La vinculación del derecho civil de propiedad a los derechos naturales de libertad y de igualdad garantizaba la esencia democrática del republicanismo americano.

Entre mediados del siglo XVIII y 1863, con la firma de la Proclamación de la Emancipación por el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln, uno de los principales retos de los liberales americanos fue extender desde el punto de vista constitucional y jurídico la doctrina de los derechos naturales del hombre a todos los ciudadanos de los Estados Unidos. En esa compleja tarea se enfrascaron también previamente patricios ilustrados como Benjamín Franklin, Thomas Jefferson y James Madison, quienes —con sus luces y sus sombras— terminaron condicionando la prerrogativa de la libertad civil de los esclavos sobre la libertad política de la nación. Pero eso será motivo de otro artículo.

Juan Carlos Sánchez, journalist and writer. His columns are published in different newspapers in Spain and the United States. He is the author of several books and is preparing the essay "Nación y libertad en el pensamiento económico del Conde Pozos Dulces" // Juan Carlos es periodista y escritor. Sus columnas se publican en diferentes diarios de España y EE.UU. Autor de varios libros, tiene en preparación la obra de ensayo “Nación y libertad en el pensamiento económico del Conde Pozos Dulces”

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