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¿Por qué no funciona planear el desarrollo de naciones subdesarrolladas?

idea de pobreza, El American

Sin desarrollo económico no hay estabilidad política civilizada ni democracia republicana viable. El caso más reciente —y sangrante— sería el de Afganistán, pero lo cierto es que tras más de un siglo de los más diversos y optimistas “modelos de desarrollo” implementados “de arriba hacia abajo” en las más diversas sociedades subdesarrolladas—en buena parte desde afuera y con miles de millones en ayuda externa—, en la mayoría de los casos es de admitir que los usos y costumbres institucionalizados de los que surgió espontáneamente “de abajo hacia arriba” el desarrollo en las naciones de su propio seno, no son fáciles de copiar.

Un dato importante es que los estudios del desarrollo han sido territorio casi exclusivo de partidarios de la ingeniería social, en términos que pueden ir del intervencionismo a la planificación económica centralizada directa o indirecta.

Únicamente cuando se entiende que la vía hacia el desarrollo pasa por una economía de libre mercado y se reconoce que su funcionamiento requiere de ciertos usos y costumbres en cuanto al trabajo, producción y comercio—que rara vez encontraremos en sociedades subdesarrolladas—, y que para adoptar esos usos y costumbres se requiere aceptar de ciertos valores morales sobre el trabajo, la producción y la justicia retributiva—muy lejanos del ancestral atavismo colectivista de la envidia—, se tiene claro el problema.

Lo que ocasiona el desarrollo se podría emular —y se ha emulado con éxito en algunos casos notables— porque los seres humanos copiamos naturalmente lo que consideramos exitoso, pero no se puede imponer ese cambio tan profundo a toda una sociedad desde arriba, a menos que la abrumadora mayoría de los habitantes lo adopte voluntariamente en su propio interés.

El desarrollo, como quiera que lo definamos, pasa por el crecimiento económico y un incremento del nivel material de vida, pocos rechazarían esos resultados de tenerlos a su alcance, pero muchos rechazan los cambios en ideas, valores, usos y costumbres, que llegar a esos resultados requiere. Valoran subjetivamente en más sus valores tradicionales de lo que valoran los resultados materiales que también desean. Y como no pueden tener al mismo tiempo unos y otros, se frustran y culpan a cualquiera, excepto a sí mismos, de los resultados de sus acciones.

La idea de un “modelo de desarrollo es algo que muy probablemente no está realmente a nuestro alcance, después de todo el que algunas naciones se desarrollasen espontáneamente, de abajo hacia arriba, no significa que sepamos realmente cuáles fueron las infinitamente complejas interrelaciones de causa efecto en todo aquello. Conocemos algo, tal vez mucho, pero cada fallido intento de replicarlo nos muestra que no conocemos todo. Y no es raro porque hablamos de procesos de evolución social que son resultado de “la acción pero no de la voluntad” de quienes los ponen en marcha. Sin embargo, se puede intentar concebir políticas de desarrollo flexibles y prudentes, mediante de incentivos hacia la adopción gradual de instituciones capaces de actuar como catalizadores de procesos diferentes pero similares en ciertos aspectos claves de los desarrollos espontáneos primarios.

No es lo que ha sucedido en la mayor parte del planeta han sido los intentos de alcanzar el desarrollo mediante experimentos estatistas de ingeniería social que fracasaron en proporción directa a la inviable centralización de la planificación del desarrollo. Y a la ausencia o debilidad del marco institucional —propiedad privada, Estado de derecho, moral civilizada, sistema de precios, etc.— hay que sumar que los esfuerzos conscientes por introducir tales elementos en marcos culturales diferentes de aquéllos en los que surgieron, tropieza con las dificultades que hoy es “políticamente incorrecto” y por tanto académicamente inaceptable —en entornos académicos woke— estudiar abiertamente.

El mayor fracaso de la ingeniería social en su promesa de desarrollo secundario mediante la planificación central de la economía fue el colapso del socialismo soviético, claramente predicho por la teoría de la inviabilidad del socialismo de Mises, así que nos encontramos ahora mayormente ante versiones mixtas, intervencionistas, socialdemócratas y/o mercantilistas cuya inherente inviabilidad acumulativa será también objeto de estudio para economistas austriacos.

Aunque hay casos de resurgimiento del socialismo radical, cuya inviabilidad inherente acumulada es más clara, lo cierto es que a estas alturas es cuando menos de igual importancia encontrar soluciones con posibilidades de resultar dinámicamente eficientes al problema del fracaso de esa ingeniería social que la explicación de los motivos del fracasado de sus experimentos, no obstante que la terca insistencia ideológica en la repetición de los errores implique la urgencia de mantener y profundizar la explicación de su inviabilidad inherente; sigue resultando importante señalar que la teoría económica de la escuela austríaca predecía tales fracasos como inevitables desde principios del siglo XX.

Que el socialismo es inviable es algo que ya tendrían que haber deducido de la experiencia empírica quienes negaban lo que de aquello predecía la escuela austriaca. Y deberían admitir que tratan con realidades sociales demasiado complejas, que no pueden reducir, no sólo a modelos económico-matemáticos simples, sino siquiera a estudios en que suponen una racionalidad instrumental del agente sin considerar las implicaciones que sobre la determinación subjetiva de escalas de fines y selecciones de medios tienen factores culturales que determinan los arreglos institucionales que a su vez condicionan los incentivos económicos.

Es de admitir que, si bien muchos siguen paradigmáticamente encerrados en el error, no faltan quienes ya lo ponen en duda tras tomar consciencia del genocida costo humano de los peores fracasos en el diseño y aplicación de políticas de desarrollo que terminaron resultando experimentos criminales frecuentemente genocidas.

Al pasar de una teoría del desarrollo a un esfuerzo por alcanzarlo aceleradamente, marxistas, keynesianos e incluso neoclásicos han terminado exclusivamente —o casi exclusivamente— en fracasos, tras muchas décadas de esfuerzos de teóricos, políticos y burócratas empeñados en planificar el desarrollo. Y lo más impactante es que entre los escasos casos de éxito, destaquen los que se adelantaron en abierta oposición a teorías y recomendaciones de los “expertos en desarrollo”.

Guillermo Rodríguez González

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