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¿Hasta dónde llegará Putin con su invasión de Ucrania?

En medio de una invasión rusa cuyo alcance y objetivos reales desconocemos es importante entender cómo se llegó a esto. La OTAN había incrementado su presencia en los estados bálticos, Polonia y Rumanía, pero declarando que se abstendría de una intervención militar. Las amenazas de sanciones contra Rusia fueron tan poco claras como para que Putin estimase que podía invadir como mínimo al Donbass impunemente. Había adelantado aquí que pensaba que el objetivo de Putin sería repetir su éxito al anexar Crimea en 2014. Y todavía lo pienso.

Los Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y Ucrania firmaron en 1994 el Memorando de Budapest, sobre garantías de seguridad para la adhesión de Ucrania al Tratado de no proliferación de armas nucleares. En Budapest, Rusia aceptó “respetar la independencia, soberanía y las fronteras existentes de Ucrania” y al Memorando de Budapest debería aferrarse Washington. Pero me temo que la administración Biden evalúa el conflicto a través del lente de los Acuerdos de Helsinki, en tanto Moscú se aferra a la filosofía del acuerdo de Yalta.

El autoritarismo de Putin se legitima ante gran parte de los rusos por un mito histórico-político que reclama soberanía “histórica” sobre un imperio ruso, hegemonizando el aérea de influencia reconocida al poder soviético tras la II Guerra Mundial. Por eso Moscú y occidente interpretan de formas tan diferentes los acuerdos sobre la unificación alemana y la ampliación de la OTAN. Y por eso Putin ahora afirma que Ucrania es “parte de Rusia”.

La pertenencia a la OTAN de los estados que quiere reconquistar es lo único que ha disuadido hasta ahora a Moscú. Ucrania no es miembro, porque la inestabilidad en el este con los separatistas le ha impedido ingresar. Contra ello firmó los acuerdos de Minsk. Por su lado, el Kremlin sostuvo la violencia separatista para garantizar que Ucrania no entrase en la OTAN, y ahora rompió el acuerdo.

Moscú no se ha limitado a la invasión del Donbass, pero sus operaciones no parecerían ser suficientes para completar exitosamente la toma militar de toda Ucrania. Aunque eso podría cambiar rápidamente y los objetivos que ha declarado Putin, incluyendo la desmilitarización de Ucrania, únicamente podría alcanzarlos ocupando todo el territorio, o haciendo que los propios ucranianos establecieran un gobierno títere del Kremlin. Lo segundo luce por ahora imposible y lo primero dependerá del coste para Moscú.

En 2008 cuando Georgia estaba bajo amenaza y se temía que Tiflis sería bombardeada, la presencia de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en la ciudad dejó claro que occidente apoyaría la soberanía de Georgia. Pero ahora Washington aconsejó a sus ciudadanos que abandonaran Ucrania y trasladó su embajada de Kiev a Lviv, en la frontera con Polonia. Tras el mensaje de debilidad en Afganistán esas acciones en Ucrania no podían ser interpretadas en Moscú (y Beijing) como otra cosa que una retirada en medio del pánico.

El presidente Zelenskiy, que ha mostrado firmeza y serenidad en esta crisis y agradece cualquier  apoyo de Washington, desde antes de la invasión rusa insistió en la necesidad de concretar sanciones coherentes y creíbles como elemento disuasorio. Zelenskiy sabe perfectamente que Putin se apoya en Beijing para medir la voluntad de occidente respecto a Ucrania. Y que sin amenazas creíbles de sanciones rápidas y dolorosas para Moscú, Putin consideraría bajo el costo para Rusia de arrancarle nuevamente territorio a Ucrania.

A menos que la defensa de Ucrania se desmoronase, lo más probable es que el Kremlin mantenga su vieja “táctica del salchichón”, arrancando la rebanada de Ucrania más grande que pueda. Sanciones inmediatas, efectivas y dolorosas a Moscú pueden disuadir a Putin de llegar más lejos, pero me temo que ya no le impedirían cortar otra rebanada de territorio ucraniano. Y tras ello esperar otra oportunidad de hacer lo mismo, una y otra vez, hasta que no quede nada. Por desgracia para Ucrania, Moscú tiene buenos motivos para prever que, ante los hechos consumados, Berlín no sostendrá demasiado tiempo la congelación del gasoducto Nord Stream II; y Washington no mostrará suficiente firmeza y coherencia en ésta crisis.  

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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