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¿Podría el putinismo ser el modelo de transición del castrismo?

Putinismo, El American

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Cuando un régimen autocrático cae, una sociedad libre y abierta no es un resultado indudable. No todas las transiciones políticas son democráticas. Algunos procesos de democratización se revierten. Otros solo migran a diferentes formatos de despotismo. Algunos son bastante inteligentes. Samuel P. Huntington argumentó en su libro de 1991, La Tercera Ola, que los grandes cambios democráticos se producen en bloque y forman parte de las tendencias históricas. El politólogo americano también señaló que estos procesos seminales suelen ser revocados. 

La política es una dinámica. Las dictaduras se dan cuenta de que, para mantenerse en el poder, deben reformular su modelo cada cierto tiempo. El castrocomunismo tiene serios problemas de supervivencia. La necesidad de seguir ejerciendo formas brutales de terrorismo de Estado contra su pueblo, tras más de seis décadas de control totalitario, es de lo más frustrante, desde la perspectiva de un tirano. Aunque cada caso contiene siempre elementos sui generis, hay varias opciones no democráticas que el régimen marxista de Cuba puede intentar emular.

Están los modelos chino y vietnamita. Estas dictaduras comunistas de partido único han renovado sus sistemas económicos según modelos de mercado controlados por el partido que coexisten con un estado leninista. La ideología marxista con particularidades nacionalistas sigue siendo el dogma oficial. El sketch dictatorial del Foro de São Paulo, un invento del difunto tirano cubano Fidel Castro, es otra opción. Este formato está diseñado para imitar una “democracia”. Tiene procesos de votación amañados, una pseudo oposición ineficaz, límites salientes a la libertad, ningún Estado de derecho, y coopta los reinos empresarial y militar.   

En Rusia, tras el colapso de la URSS, surgió un modelo dictatorial post-soviético que hizo que muchos en Occidente creyeran que el gigante euroasiático estaba experimentando una transición democrática. Quizás esa era la intención de Boris Yeltsin. Sin embargo, el inconformista reformista probablemente se dio cuenta de lo que Mijaíl Gorbachov aprendió por las malas: la burocracia, los servicios de inteligencia, los militares y la cúpula del partido soviéticos no iban a desprenderse fácilmente de las prebendas del poder. El plan de “privatización” de Rusia era una licencia literal para robar para un capitalismo desprestigiado. Los marxistas sandinistas lo llamaban “piñata”.

Vladimir Putin perfeccionó la autocracia cleptocrática que se construyó en Rusia, en la década de 1990. Este modelo autoritario merece el nombre de “putinismo”. En el año 2000, Putin se convirtió en el dictador de facto. En pocos años, el formato de crimen organizado que prevalecía en la Rusia post-soviética, se transformó en una dictadura altamente personalista, donde todos los tentáculos del poder: económico, político, de inteligencia y militar, estaban en deuda con él. Una clase económica de oligarcas se enriquecería, gracias al putinismo. El sociólogo Max Weber habría calificado este tipo de liderazgo como sultanismo.  

El régimen castrista comparte actualmente muchas de las características de la Rusia de Putin. La Cuba comunista, hay que subrayarlo, sigue teniendo una estructura totalitaria. La dictadura post-soviética en Rusia es autoritaria. Los rusos disfrutan de mayores espacios de movimiento y están materialmente en mejores condiciones. Sin embargo, no son libres. La transición rusa del totalitarismo al autoritarismo fue testigo del mayor plan de privatización de la historia. Las grandes empresas se subastaron a licitadores selectos mediante préstamos del gobierno por acciones, propuestas de vales cuestionables y otros mecanismos nebulosos. El resultado fue una oligarquía, primero criminal y luego controlada políticamente. El paradigma autoritario de Putin anuló cualquier institución que pudiera frenar su poder.  

La economía del comunismo cubano es hoy una mezcla de capitalismo de Estado y de concesión (de amigos). Las empresas estatales castristas controlan directamente el 75 % de la economía. En el sector turístico, esa cifra es aún mayor. El actual sistema económico cubano se prestaría perfectamente a un esquema de “privatización” similar. La riqueza de Cuba ya ha sido saqueada entre los miembros de la familia de los hermanos Castro, sus asociados y la élite gobernante. Al igual que los oligarcas de Putin, la mayoría de ellos viven, a tiempo completo o parcial, en Occidente. Muchos incluso han adoptado la doble nacionalidad o la residencia en el extranjero. Se trata de un intento de proteger los activos mal habidos. 

La desinformación para el régimen de Putin, así como para el castro-comunismo, es una forma de vida. Ambas dictaduras invierten enormemente en el campo de pintar imágenes falsas que se adapten a sus objetivos políticos, a través de operaciones de inteligencia y contrainteligencia. El putinismo y el castrismo son, inherentemente, imperialistas. El modo de liderazgo altamente personalista y caudillista del poder ejecutivo es otro denominador común que comparten ambas dictaduras. La institucionalización del partido es débil en ambos regímenes. El sistema legal es arbitrario y sirve al putinismo y al castrismo de modo similar. 

El comunismo cubano seguramente incorporará elementos de los otros modelos dictatoriales que se aferran a alguna noción de sustento ideológico, aunque sea solamente de nombre. Se incorporarán piezas de los modelos chino y vietnamita. Sin embargo, el putinismo ofrece al régimen castrista un cómodo punto de partida para migrar su modelo tiránico. Las fuerzas de la libertad deben estar atentas a esta estratagema. La única transición democratizadora exitosa en Cuba, tendrá que pasar primero por el proceso de liberación y luego por la justicia transicional. Los errores de otros no deben repetirse.    

Julio M Shiling, political scientist, writer, director of Patria de Martí and The Cuban American Voice, lecturer and media commentator. A native of Cuba, he currently lives in the United States. Twitter: @JulioMShiling // Julio es politólogo, escritor, director de Patria de Martí y The Cuban American Voice. Conferenciante y comentarista en los medios. Natural de Cuba, vive actualmente en EE UU.

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