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¿Quién le teme a Elon Musk?

Elon Musk, El American

Uno de los documentos republicanos de mayor relevancia en Venezuela fue el Programa de febrero de 1936 diseñado por el presidente Eleazar López Contreras (1936-1941) para modelar la navegación de un país que se despedía de una tiranía e ingresaba, tal vez con más temores que certezas, en una transición a la democracia. A pesar de haberse formado en la dictadura de Juan Vicente Gómez, López le da la bienvenida a lo que será el fundamento de la relación entre el Gobierno y sus administrados que no es otro que el régimen de legalidad, sin dejar de mencionar en ese mismo documento lo que consideraba como los vicios del pasado, un pasado al que se sabía ligado y no negaba su pertenencia. La intermediación de la ley representaba el paso gigantesco de una sociedad acostumbrada a obedecer y a ser maltratada en sus derechos a otra cuyo respaldo era la vigencia del derecho. López Contreras pertenecía a la mentalidad no superada de que la acción estatal interventora generaba beneficios y cambios. Por ello, cuando se traza el mapa del futuro lo hace a sabiendas de ese valimiento del Estado como dador y munificente. Hasta establece distancias con un capitalismo libertario al estilo del que hizo crisis en 1929 y comete la imprudencia de pontificar que al capitalismo había que moralizarlo. Es posible que no hubiese leído a Adam Smith porque en yo acuso a los sucesos del 29 y el desplome de la bolsa de Nueva York, veía como protagonista de ese fracaso al propio capitalismo cuando en honor a la verdad era de quienes no supieron competir con ética, elemento completamente imbricado al hecho mismo de la competencia leal. Sin embargo, merece la pena resaltarse una frase del documento que siempre celebro con mis alumnos como de poesía económica, y que vale más que todas las advertencias de López sobre cómo le provocaba enfocar la libertad económica en Venezuela, cuando dice que “En un régimen de legalidad, los derechos de los patronos y de los obreros tienen que concurrir a una finalidad común, o sea la de crear la mayor suma de riqueza pública y de bienestar individual.” 

La riqueza siempre es beneficiosa. Donde hay riqueza existe prosperidad, mayor nivel y expectativa de vida y acceso a los bienes culturales. El Renacimiento pudo ser lo que fue gracias al superávit económico de las repúblicas italianas del Cinquecento. En las sociedades prósperas se produce más y mucho mejor. En pocas palabras, la vida es más estimulante en un ambiente de crecimiento económico y abunda en múltiples perspectivas para la emancipación espiritual, que es como definía Immanuel Kant a la libertad. Pero la riqueza hay que construirla, procurarla y crearla. No basta sonreír ante su posibilidad, sino que hay que obtenerla. En nuestro mundo contemporáneo hay una estigmatización hacia la riqueza. Todos aparentan querer conseguirla, pero por la vía mágica o súbita. De allí el éxito de las loterías o de la riqueza fácil por vía de la corrupción en todas sus salsas y combinaciones. En los regímenes políticos anclados en la corrupción, unos pocos son ricos, mientras la mayoría vive en una miseria con aspiración a la riqueza sin esfuerzo. Y el rico mientras más lo sea más lo señalan. Dicho sea de paso, el dinero para quien lo obtiene y posee la inteligencia y el trabajo de generarlo nunca es un fin en sí mismo, a menos que se llame Scrooge, Shylock o Rico Mac Pato, sino un medio a través del cual se obtienen los medios de la elevación del estatus de vida. Huelga decir que el socialismo busca la riqueza para destruirla. Por ello, los sistemas colectivistas conocen tan solo cómo repartir la miseria.

Últimamente, las víctimas favoritas del odio público son los billonarios. Se han ganado el desprecio público desde todos sus peldaños. Desde el hombre común, el opinador, el trabajador, el burócrata, el político hasta el moralista que juzga que tener mucho es irresponsable con el resto de la sociedad. Cuantas veces no escuchamos el argumento demagógico que aspira a la distribución de la riqueza y a la justicia social. No se repara en el hecho de que si algo hacen estos súper ricos es contribuir a la exaltación material y moral de las sociedades generando trabajos, oportunidades, empleos y un mayor acceso a los bienes culturales. Sin mencionar que la absoluta mayoría destina sus ganancias a proyectos sociales, culturales, de emprendimiento y transformación material. Uno de los benefactores de la humanidad es Bill Gates. Su fortuna hoy va dirigida a la investigación científica y a procurar mejores condiciones de vida al continente africano. En ese club ad hoc de los billonarios, quizá moderado por Warren Buffett existe el consenso de las grandes donaciones para beneficio del género humano. Y lo que estos innovadores están logrando es una mejor civilización con adelantos técnicos, lucha por controlar el cambio climático, mejorar el medioambiente, transformar la educación y hacer del hombre un ser mucho mejor de lo que es a pesar de sus tantísimas miserias. Cada vez que entro en un museo de cierta importancia leo con emoción que el patrocinio al arte viene justamente de esos acusados magnates. Ojalá que todos los que aspiran a ser ricos aspiren también a ser cultos.

Uno de los más señalados en estos días es Elon Musk por su compra de Twitter generando toda una retrechería conspiranoica surgida en los medios y las redes sociales donde se le acusa de oligopolista, dominador del mundo, apocalíptico, Dr. NO y demás chorradas que se escriben en medios tan respetados como The New York Times y The New Yorker. En este último leo lo que escribe el editor Ian Crouch en la más reciente entrega de la revista: “Las cualidades que han ayudado a convertir a Musk en un súper usuario de Twitter, o súper troll, no son necesariamente los atributos fundamentales que esperarías en el líder de un espacio público de la ciudad de hecho.” A Musk lo que queda es admirarlo. Primero funda una compañía de pagos ejemplar que supera a la banca oxidada y no conoce fronteras ni alcabalas: PayPal. Como si fuera poco, este sudafricano da un paso adelante, se domicilia en el futuro y revoluciona el mundo del automóvil. Crea una joya llamada Tesla cuyos automóviles no solo no contaminan el ambiente, sino que su aceleración es mayor a la de los carros de combustión. Un luchador superior como Musk no puede quedarse en la tranquilidad y sigue innovando con lo cual funda Space X, inaugurando el primero de los viajes espaciales con una tripulación exclusivamente civil, comprometiendo el desarrollo futuro de la conquista planetaria a una actividad del sector privado desligada de los gobiernos. (Del mismo modo fue la aventura colombina, pagada por los armadores del Mediterráneo y concretamente por Luis de Santángel, Gianotto Berardi, Francesco Pinelli y los hermanos Pinzón). Los cohetes de Musk además son reutilizables. Ahora, Elon Musk ha decidido comprar Twitter y el avispero social se ha agitado. Dicho sea de paso, las dos terceras partes del pago las ha hecho con dinero personal, ganado, huelga decir, lícita y honestamente.

Se trata de la adquisición de una empresa privada que ya estaba en manos privadas. Por si acaso los agitadores no lo saben, Jack Dorsey también es un empresario privado. Musk no controla otra red social por lo que no puede ser acusado de monopolista. Es el empresario que más impuestos ha pagado el año pasado, la bicoca de 11 mil millones de dólares en 2021. Los actores políticos en los Estados Unidos tanto republicanos como demócratas han escogido a las Big Tech como objetos de sus ataques, no para cambiarlas, sino para atacarlas permanentemente y sacar rédito político de sus dardos. Cuando la escandalosa populista Ocasio-Cortez lapida a Mark Zuckerberg en el congreso de ese país, lo hace para obtener visibilidad pública ante sus electores, lo mismo que Elizabeth Warren y Bernie Sanders cuando lo hacen con Musk. La pregunta es por qué entonces no legislan. Porque quieren tener el espectáculo encendido o la teoría de la piñata: dar palos a como dé lugar. Los republicanos populistas quieren también su pedazo de la torta al querer socavar el cifrado de extremo a extremo o que los algoritmos puedan ser monitoreados más allá de las empresas tecnológicas. Otra razón de preocupación volviendo a Musk es que se alerta de que una persona pueda controlar una red social. Esa misma inquietud parece no existir cuando las personas entregan lo que son en manos de irresponsables que se pueden llamar Trump o Putin, o de los que sacan provecho de todo como DeSantis. La política sí parece admitir tiranos, pero la empresa no. Y obviamente Elon Musk no está en el grupo de los déspotas.

Saludo con optimismo que Elon Musk se haya hecho de Twitter, la red en la que me he domiciliado desde varios años. Promete acabar con el absolutismo de los bots, el contenido spam, hacer más libre la red, y sobre todo acabar con el sesgo de facto que el algoritmo de Twitter está teniendo en el discurso público. Propone un algoritmo de código abierto. Es decir, aquel que “pondría a disposición del público el cálculo que determina lo que aparece en el feed de Twitter de una persona”, como escribe la periodista Julia Shapero en Axios. En el fondo, todo el problema de discernir entre la iniciativa privada y el desafortunado control del Estado sobre nuestras vidas se reduce a una pregunta fundamental: ¿queremos que las conquistas de la civilización sean auspiciadas por los emprendedores y su libertad de crear o continuaremos pidiéndole a los Estados que sigan manipulando cada uno de nuestros movimientos? Yo le apuesto a la libertad y a aquella vieja frase que conciliaba el bienestar individual junto a la riqueza.

Karl Krispin es escritor venezolano y columnista en El American. Ha escrito para Zenda y El Nacional. // Karl Krispin is a Venezuelan writer and columnist at El American. He has written for Zenda and El Nacional.

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