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Racismo e izquierda: reflexiones sobre una explotación

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Toda manifestación de racismo es altamente repudiable. Las expresiones de desprecio u odio racial nunca son anodinas ni menores, y como miembros de una sociedad que enfrenta una miríada de desafíos comunes, debemos condenar de la forma más clara posible cualquier justificación de racismo en los ámbitos en los que nos desempeñamos.

Eso que comúnmente denominamos “raza”, de hecho, no tiene sustento científico alguno (dentro del reino “animalia”, en el orden de los primates y en el género “homo”, se encuentra la especie Homo sapiens; y sí, algunos tenemos más o menos melanina; de la misma manera que nuestras narices y ojos presentan ciertas características distintivas, nada más que eso). Cuando en la cotidianeidad hablamos de “raza”, nos referimos a una mera construcción social. 

No hay que tener miedo del concepto “construcción social” solo porque algunas ideologías hayan decidido abusar de él. Una construcción social es simplemente todo aquello que no existe en el plano de lo tangible o científicamente comprobable, pero que es producto de las convenciones sociales.

En este sentido, la libertad es una construcción social; la justicia es una construcción social; la tolerancia es una construcción social. Las construcciones sociales han facilitado el camino hacia una sociedad más abierta, próspera y ecuánime para todos.

Tal no ha sido el caso de la raza, cuya artificialidad y normalización pretenden justificar algunas de las atrocidades más inenarrables de nuestra historia común. El racismo, además, como todo colectivismo, apela a lo rústico, a lo tosco, a lo básico. No es producto de un proceso racional, sino de un conjunto de emociones que, como tales, pueden ser manipuladas según los intereses o políticas de turno.

Todo esto, por supuesto, es bien sabido. Nadie en el siglo XXI puede, en su sano juicio al menos, promover o celebrar tan nefastas expresiones o conductas. 

Racismo e izquierda - El American
«La izquierda, oportunista siempre, usa la división como pan, la división como circo, la división como medio y como fin. Maquiavelo los ve y lamenta no haber sabido llegar así de lejos». (EFE)

Sin embargo, basta un breve paseo por redes sociales para ver que, para nuestro asombro y con la sola excepción de la pandemia actual, es de lo único que se habla: racismo en el lenguaje, racismo en la música clásica, racismo en las matemáticas, racismo en la sopa.

Hemos tomado conciencia de esta práctica indigna y eso es indudablemente positivo. No obstante, estamos siendo testigos de una utilización de un problema real por parte de ideologías cuyo único propósito es dividirnos. A estas ideologías —abarrotadas todas en el extremo izquierdo del espectro político— no les conviene que nos veamos como lo que somos: personas, simplemente personas. Si esto sucediese, el odio ya no sería rentable.

Este uso abyecto no es nuevo. La izquierda es experta en manipulación de causas. Hizo lo suyo con la comunidad LGBT presentándose como única opción tolerante y liberadora ante la amenaza del “heteropatriarcado” y la discriminación. Olvidó, muy convenientemente, sus campos de concentración y gulags para homosexuales. «El trabajo los hará hombres», decía Ernesto “Che” Guevara, el infame (por cierto y al caso, también aseveró que «el negro [sic], indolente y soñador, se gasta sus pesitos en cualquier frivolidad o en ‘pegar unos palos’, el europeo tiene una tradición de trabajo y de ahorro que lo persigue hasta este rincón de América y lo impulsa a progresar, aún independientemente de sus propias aspiraciones individuales»).

La izquierda usó, con arrollador éxito, distintas reivindicaciones feministas y las exhibió como suyas como una idea a quienes pertenecer a ella, los iluminados, los buenos, los humanistas. Poco importa si las mujeres debemos nuestra libertad actual a diferentes necesidades económicas, sociales y políticas, a adaptaciones institucionales y al libre mercado. Poco importa, sí, porque la verdad es irrelevante cuando se puede tergiversar la historia a través de romantizaciones tan eficaces como vacías.

La izquierda vino, además, por el movimiento ambientalista y convirtió una causa noble y urgente en un discurso pseudocientífico y fatalista que pone, con increíble facilidad, a los “buenos” contra los “malos” (y ya sabemos de qué lado aseguran estar ellos).

La izquierda, oportunista siempre, usa la división como pan, la división como circo, la división como medio y como fin. Maquiavelo los ve y lamenta no haber sabido llegar así de lejos.

La izquierda, en definitiva, pone todos sus esfuerzos en dividirnos, porque si apostara a unirnos perdería. Nosotros, que en un descuido intelectual cedimos el monopolio de las buenas intenciones a una ideología que se construye y alimenta con todo lo que nos separa, somos los únicos responsables.

Pris Guinovart is a writer, editor and teacher. In 2014, she published her fiction book «The head of God» (Rumbo, Montevideo). She speaks six languages. Columnist since the age of 19, she has written for media in Latin America and the United States // Pris Guinovart es escritora, editora y docente. En 2014, publicó su libro de ficciones «La cabeza de Dios» (Rumbo, Montevideo). Habla seis idiomas. Columnista desde los 19 años, ha escrito para medios de America Latina y Estados Unidos

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