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El hombre blanco como enemigo: la raza y segregación como arma política

El hombre blanco como enemigo: la raza y segregación como arma política

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La segregación ha sido una de las armas políticas más eficaces de los últimos siglos para tomar y preservar el poder, la trillada frase “divide y vencerás” no es sencillamente una muletilla sacada del manual de causas comunes para simular sabiduría, en el mercado de axiomas hay pocos tan irrefutables.

En el pasado fue el Partido Demócrata el que a grosso modo defendió la esclavitud y el racismo sistémico en Estados Unidos, fueron integrantes de este partido junto a otro grupo de radicales los que fundaron la organización terrorista y racista del Ku Klux Klan; de hecho, el republicano Abraham Lincoln se vio en la obligación de declarar la guerra a los estados del sur para evitar la desintegración de la Unión y abolir las políticas defendidas por los demócratas del sur de mantener sometidos a los negros como una insignificante mercancía más.

A mediados del siglo pasado todavía existían en algunos estados de la Unión políticas de segregación para escuelas públicas, baños, restaurantes o unidades de transporte, los negros solo podían sentarse en la parte trasera de los autobuses y tenían prohibida la entrada a determinados sitios, todo esto impulsado por lo que se conoció en el país como las leyes de Jim Crow, esas mismas que recientemente citó el presidente Biden para tratar de adjudicarle a los republicanos la responsabilidad sobre el racismo que existió —o que según ellos existe todavía— en Estados Unidos.

El terrible pasado de los afroamericanos en el país es algo completamente doloroso e innegable, sin embargo, hasta hace no mucho llegó a la presidencia de Estados Unidos un hombre de piel negra llamado Barack Obama por el Partido Demócrata, y anteriormente ya había ejercido como secretaria de Estado —el segundo cargo más importante en Washington— una mujer afroamericana por el Partido Republicano llamada Condoleezza Rice; a todo esto se suma una cantidad de negros exitosos en el mundo cultural, el cine, la música, incluso los negocios y también el deporte. ¿Cómo podría un país que elige mayoritariamente a un presidente negro y tiene como grandes ídolos a Michael Jordan, Morgan Freeman, Oprah Winfrey, entre otros, ser racista?

Proyecto Cassandra, Hezbollah, DEA
Presidente Barack Obama (Archivo)

Las leyes de segregación se abolieron hace varias décadas, sin embargo el mismo partido que en el pasado defendió la esclavitud hoy intenta imponer la narrativa de que en el país existe un “racismo sistémico”, y tildan de “supremacistas blancos” a todo aquel que se oponga a la agenda progresista, aun cuando —perdón la redundancia— su candidato afroamericano ganó la presidencia hace menos de diez años.

Por supuesto que quienes lideran esta campaña de segregación no son estúpidos, sus declaraciones y políticas van dirigidas precisamente a erigir más barreras y llenar de etiquetas a las personas para así jugar a su antojo con la demografía: si destruyes la confianza de los ciudadanos entre ellos mismos, solo les queda confiar y someterse a los designios del Estado; ya decía Maquiavelo que “el único medio seguro de dominar una ciudad —país— acostumbrado a vivir libre es destruirlo”.

Los gritos y las consignas para abolir la policía, destruir ICE, abarrotar la Corte Suprema de Justicia, e incluso las protestas violentas que han ocasionado saqueos, incendios y destrucción de la propiedad privada no son hechos aislados, aunque los ejecutores se desconozcan y unos piensen no tener nada que ver con el otro, la clase más baja de la cadena política —los ciudadanos de bajos recursos—, están siendo utilizados por los políticos de tendencia izquierdista para erosionar el ecosistema social y darle cada vez más poder, no solo al Estado, sino al partido político que promueve la narrativa de que Estados Unidos es el país más injusto, cruel y miserable de la tierra.

Mujer en Miami pide quitar el financiamiento a la Policía (EFE)

La segregación del hombre blanco

El nuevo enemigo que se ha erigido en la que fue durante siglos la tierra de las libertades es el hombre blanco, sin importar que fueron sus antepasados y no ellos quienes esclavizaron a los negros, hoy pareciera que tener piel clara es un pecado.

En Oakland, California, por ejemplo, la alcaldesa de la ciudad, la demócrata Libby Schaaf —una mujer blanca—, decretó un programa de subvenciones que otorgará cheques de 500 dólares mensuales a las familias que estén en situación de pobreza, con la excepción de aquellos que cometan el error de tener piel blanca; en Boston un hospital anunció un programa para proporcionar atención médica preferencial a negros y latinos, dándoles prioridad por encima de personas blancas; en la gran multinacional Coca-Cola sometieron a todos sus empleados a un entrenamiento para “ser menos blancos”, e incluso en la Universidad de Columbia las graduaciones han empezado a dividirse por razas.

Efectivamente si ponemos todo esto en una balanza podemos decir entonces que Estados Unidos sí es un país racista, pero en la actualidad no precisamente contra los negros. Es evidente que quienes se llaman a sí mismos “antirracistas” están promoviendo un nuevo apartheid anulando por completo el carácter americano que une a todos los habitantes del país.

Si la nueva élite progresista realmente tuviese la intención de combatir el “racismo”, no estarían reclamando cuotas raciales e imponiendo privilegios a determinados grupos demográficos sobre otros, eso que ellos llaman “antirracismo”, es realmente una actitud racista.

Ni los negros, ni los latinos, ni los asiáticos son más o menos que un blanco, ninguno merece tener un trato especial ante la ley, pues todos son iguales y cada uno de ellos son simplemente americanos, sí, americanos, así, sin apellidos.

En el discurso oficial, en los medios de comunicación progresistas y en los mecanismos de propaganda woke se ha creado un nuevo enemigo: el hombre blanco. Queda de parte de quienes realmente nos oponemos al racismo destruir la agenda de apartheid y enseñarle al mundo que a ningún hombre lo define su origen o color de piel, sino sus acciones y pensamientos.

Emmanuel Rincón is a lawyer, writer, novelist and essayist. He has won several international literary awards. He is Editor-at-large at El American // Emmanuel Rincón es abogado, escritor, novelista y ensayista. Ganador de diversos premios literarios internacionales. Es editor-at-large en El American

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