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Reconquistaremos el derecho a la búsqueda de la felicidad

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Nos guste o no –y a usted y a mí, amigo conservador, no nos podría disgustar más– las posibilidades de salvar un segundo término de Trump de lo que él mismo denunció como un presunto fraude electoral, son hoy remotas. Los Estados Unidos están ante el abismo de un Gobierno socialista. Biden encabezará –si la improbable sorpresa no lo impide en enero– una administración social-comunista –socialdemócrata o socialista democrática, pero socialista al fin, por Biden y marxista revolucionaria por Harris– que representará perfectamente al nuevo partido demócrata.

Y sin todavía tenerlo todo asegurado –Trump no se rinde y junto a quienes lo apoyan en el GOP luchará hasta el final, por remota que sea la esperanza– como es tradicional entre socialistas, las dos alas de burros ya pelean a cuchillo por controlar una administración de la que dependerá todo para ellos.

La ultraizquierda –con Harris como su primera ficha– ya exige –y eventualmente recurrirá a fuego y caos en las calles para lograrlo– mucho más peso en la administración. Poco les importó  comprometer la estratégica elección de Georgia. ¿Confían en que lo que primero afirmaban que no ocurrió y ahora que sí ocurrió pero no “suficiente” para torcer resultados, se repita ahí? Tal vez. O tal vez en imponer otra de sus tempranas exigencias. El gobierno de decretos ejecutivos por encima de un Senado de mayoría conservadora, que tanto reclaman sus más vociferantes representantes.

Lo que solía ser el ala izquierda tradicional –y lo más corrupto– del viejo partido demócrata –hoy socialdemócrata con una nueva ala de ultraizquierda, organizada, poderosa e influyente– se aferra a controlar la administración –y al partido– asumiendo más y más del discurso –y los objetivos– de su propia ultraizquierda. Pero a su pantanosa manera.

Todos apuestan por imponer una forma de socialismo sobre los Estados Unidos, en una o dos décadas. Pero cada ala apuesta por su forma de socialismo. Creen que han llegado a la Casa Blanca –antes de pisarla– para retenerla por décadas. Apuestan por emplear las más terribles armas de inteligencia –antes usadas exclusivamente contra los peores enemigos externos– contra la oposición conservadora en casa.

Sueñan con aplastar al movimiento conservador dentro –y alrededor– del GOP para imponer a sus rinocerontes –insisto en denominar rhino al R.I.N.O. porque las categorías que el arte de la caricatura política le ha dado al análisis de la realidad de los Estados Unidos son más precisas y útiles que las de buena parte la academia actual– y transformar la republica de los pesos y contrapesos de los Padres Fundadores en una democracia clientelar de demagogos. Primer paso indispensable del camino al  socialismo.

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“Los Estados Unidos están ante el abismo de un Gobierno socialista”

Imposible no es. Aunque los Estados Unidos fueron –y siguen siendo– un ideal y una práctica política excepcional. República, antes y más que democracia. Y justo por ello una república democrática exitosa, como ninguna otra. Una que desde el primer momento reclamó entre los derechos que justifican la existencia misma –y la legitimidad– de gobiernos entre los hombres, el derecho a la búsqueda de la felicidad. De ahí, más que de cualquier otra parte, nace lo excepcional.

La búsqueda de la felicidad es posible, única y exclusivamente en una sociedad capaz de tolerar que cada quien la persiga como cada cual considera mejor, en tanto no dañe a terceros, sin importar que nos agrade o nos repugne su manera, tan diferente de la nuestra. Ni es fácil estar a la altura de eso, ni lo estuvieron los Estados Unidos siempre, pero desde que fue expresado por primera vez, el avance hacia eso ha sido indetenible, doloroso y difícil, pero indetenible. Eso ha diferenciado la cultura política estadounidense.

Y es eso lo que atacó por décadas esa ultraizquierda desde universidades, prensa y espectáculo –y también arte. Menos influyente que el espectáculo– sumando accidentalmente a sus filas a las grandes tecnológicas, porque en las universidades habían ya adoctrinado ha quienes las hacen funcionar.

Enfrentamos la censura, la cancelación, la imposición de una visión de “la felicidad” única y obligatoria para todos. Ferozmente intolerante con la disidencia. Abiertamente totalitaria imposición de lo que todos han de creer, sentir y pensar. Consenso de una élite de autoproclamada –y falsa– superioridad moral. Muy corrupta y de profunda hipocresía real. Empezó, sin que lo notásemos hace  tiempo. Se extendió y llegó a imponerse como matriz cerrada en la que hoy vive –contra la realidad misma–  casi medio país. Una que hace imposible el dialogo y la diversidad real en donde realmente cuenta.

Porque aquella batalla no se lucho entonces, hoy se lucha por detener la imposición del socialismo –que sí es posible– en los Estados Unidos de América. Y cada patriota es necesario en la guerra por el corazón y la conciencia de su nación. Si Estados Unidos cae en las garras del socialismo, el mundo entero caerá en el más obscuro abismo. Y justo en el momento en que más libertad, prosperidad y posibilidades tiene la humanidad.

La paradoja es espantosa. En esta hora obscura le digo que si bien lo peor es posible mañana en los Estados Unidos, como en cualquier otra parte, está muy lejos de ser una certeza. La salvación de la republica requiere hoy que sus defensores no olviden jamás que entre las banderas que sus antepasados levantaron contra la tiranía, la más noble se limito a exigir eso hoy pretenden negarnos “por nuestro propio bien”. El derecho la búsqueda de felicidad –con nuestras diferentes preferencias y valores– para todos y cada uno.

Advertía entonces –como advierte hoy– como la víbora cascabel que mostraba, simplemente: ¡no me pises! Pisarnos impunemente es lo que busca la nueva tiranía en ciernes. Lo ha hecho hace décadas donde quiera que se ha impuesto. Pero no será impunemente mientras nos quede un último aliento de vida. Jamás nos pisarán impunemente, resistiremos, responderemos y lograremos derrotarlos para reconquistar ese sagrado derecho natural  inalienable para todos, incluso para ellos, los empeñados en negarlo a todos.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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