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Réquiem para la mitología castrista

Castroism

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Por Héctor Schamis

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Se mire como se mire, la revuelta popular que comenzó en Cuba el 11 de julio es un punto de inflexión. No sabemos si es el fin del régimen, de ahí la cautela de “revuelta”, pero está claro que ha habido una ruptura, que asusta a una nomenclatura cuya única respuesta es la represión. Buscando encontrar un sentido a esta pequeña o gran discontinuidad, los cubanos están escribiendo la historia de la caída del régimen castrista.

En este mar de incertidumbres, yo apostaría sin embargo por una certeza. La isla no volverá al 10 de julio, por más cómplices sorprendidos, apparatchiks corruptos, pseudoprogresistas en América, Roma o Madrid, burócratas con ideología y coleccionistas de eufemismos que sigan tratando de ocultar lo evidente: que un país donde el poder ha estado en manos del mismo partido —y de la misma familia—  durante 63 años solo puede ser una dictadura. Y punto.

Sin embargo, la cuestión que nos ocupa no es el “fin de la utopía”, la discusión habitual en cualquier crisis de la izquierda —también planteada en esta ocasión—. Para empezar, porque la utopía socialista como tal fue desacreditada hace tiempo, en los años ’60, y desde dentro, por el eurocomunismo, y además con instrumentos analíticos marxistas.

Esto fue, por supuesto, una consecuencia de Budapest 1956 y de Praga 1968. Una revolución llevada a cabo para crear una sociedad sin clases que terminó con el control absoluto de la sociedad por una nueva clase, la nomenclatura del partido. Y por si fuera poco, la “utopía” pereció por segunda vez en noviembre de 1989, literalmente enterrada bajo los escombros del Muro de Berlín.

El contrato social del comunismo —no se habla ni se vota, pero se come—  era insostenible. “Comer y hablar” era la exigencia de los europeos oprimidos por el poder soviético. Y luego votar, naturalmente. El pensamiento socialista ha sido incapaz durante mucho tiempo de ofrecer un ideal deseable al final del camino de la historia, es decir, una utopía.

Nótese a este respecto la considerable diferencia en el contrato social de la versión castrista del comunismo: en Cuba no se habla ni se vota, ni se come. Y, precisamente, la isla no volverá al 10 de julio porque, a pesar de ello, no se escucharon gritos de “queremos comida” o “queremos vacunas”, como pretende la propaganda de exportación del partido. Se escuchó “queremos libertad”.

No hay vuelta atrás

La isla no volverá al 10 de julio porque, a diferencia del levantamiento del Maleconazo de 1994, la geografía de esta revuelta es mucho mayor. A diferencia del Berlín de 1989, la CNN no necesita mostrar la Caída del Muro las 24 horas del día porque miles de cubanos, los verdaderos reporteros de la caída del muro castrista, lo están haciendo con sus teléfonos. Y, a diferencia del “Período Especial”, la generación histórica ya no existe. La Plaza de la Revolución es un mausoleo de los difuntos —por fin— y Díaz-Canel, un aficionado incapaz de imponer obediencia o respeto.

Así, más que la utopía socialista, muerta y enterrada hace tiempo, lo que ha llegado a su fin son los mitos del régimen castrista. La narrativa de una revolución popular, sostenida en la realidad mediante la represión quirúrgica, el miedo, la intimidación y los informantes de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Eso se acabó, ya no basta con la represión selectiva; el control social requiere hoy de la violencia explícita del Estado y de los llamados a la guerra civil.

Tomen nota: “se ha dado la orden de combatir, revolucionarios a la calle”, fue la respuesta de un desesperado Díaz-Canel, transformado en Ceauşescu (derrocado, cabe mencionar, por la inmediata deserción a gran escala de los militares). Con el reparto de palos y bates entre los supuestos revolucionarios, el régimen pone fin a su ficticia epopeya del hombre nuevo. Hoy admite que no es ni nuevo ni bueno, como me dijo una vez Yoani Sánchez.

La narrativa castrista ha terminado. Hoy una nueva generación de artistas, raperos, escritores, periodistas y cineastas ha impuesto otra que ha captado y proyectado el imaginario social. Es una narrativa que nace de “Patria y Vida”, el himno de una sublevación que se viene cocinando desde hace meses. A esto se suma un grupo de movimientos sociales —como Cuba Decide, UNPACU, Movimiento San Isidro, entre otros— cuyas innovadoras formas de acción colectiva han permitido una acumulación de capital social como quizás nunca antes.

Si Díaz-Canel recuerda a Ceauşescu, y el movimiento artístico recrea la Carta 77 de Havel y otros intelectuales checos, estos vibrantes movimientos sociales recuerdan a la Solidaridad polaca. La sociedad civil cubana ha renacido; la concepción leninista del partido de vanguardia ha dado paso a una vanguardia diferente: la de los líderes sociales y culturales en contacto con su pueblo que, como la canción de rap “Patria y Vida”, repiten al régimen su estribillo: “Se acabó”.

El mito del bloqueo

Hoy, el mito del bloqueo —una ficción de la propaganda oficial y de quienes se hacen eco de ella en todo el mundo— también ha llegado a su fin. Cuba tiene acuerdos comerciales con casi 100 países, y Estados Unidos es uno de sus principales socios comerciales a pesar de los artículos incluidos en el embargo. Por ello, bastó una mera disposición administrativa para autorizar a los pasajeros que entraban en el país la importación de alimentos, artículos de aseo y medicamentos, sin límite de valor y libre de aranceles. De hecho, la inmensa mayoría de los pasajeros procedentes del extranjero llegan desde Miami.

Es más, si hubiera un verdadero bloqueo, los petroleros que transportan el petróleo venezolano “donado” al régimen castrista ni siquiera podrían acercarse a las costas cubanas. Y si la dictadura se hubiera preocupado sinceramente por las penurias que sufre el pueblo, no habría obstaculizado una y otra vez la entrada de la ayuda humanitaria enviada desde Miami.

Hoy se ha acabado el mito de la alta calidad educativa, en un sistema universitario cuyos fondos bibliográficos son elegidos por los burócratas del partido, así como el de la excelencia en medicina, en un país duramente golpeado incluso antes de la COVID-19 por las epidemias de sarna y dengue. De hecho, no se reportan estadísticas precisas sobre la salud pública, aunque según la ficción oficial existe una vacuna cubana contra el COVID-19.

Con respecto a la salud pública, el mito de la solidaridad también ha llegado a su fin, dado que existe documentación creíble que demuestra que las misiones médicas cubanas son formas contemporáneas de esclavitud; un sistema que opera sobre la base del trabajo forzado y la trata de personas. Marx se equivocó, en Cuba hay una nueva teleología histórica: del capitalismo al socialismo y de nuevo a la esclavitud.

En conclusión, la isla no volverá al 10 de julio. El castrismo se ha desnudado. Ya no tiene mitos, ni épica, ni discurso, ni significado histórico. El cuento, fabricado durante seis décadas, ha llegado a su fin. Observen y tomen posición; no es momento para ingenuos, cómplices, falsos progresistas o corruptos de la Inteligencia G2. Los cubanos quieren libertad. Y la merecen.


Héctor Schamis (@hectorschamis) enseña en la Universidad de Georgetown. Ha publicado libros y artículos académicos sobre temas como la privatización y la reforma del Estado, el populismo, el autoritarismo y la democracia. Sus artículos de opinión han aparecido en Clarín y La Nación (Buenos Aires), El Nacional (Caracas), Semana (Bogotá), Confidencial (Managua), La República (Bogotá) y La República (Guayaquil), entre otros. También ha sido columnista en El País (Madrid). Es columnista de Infobae y comentarista habitual de NTN24.

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