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La sabiduría y el coraje de Mario Vargas Llosa

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Si, como dice un viejo dicho, se puede saber mucho de un hombre por quiénes son sus enemigos, entonces el premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa ganó puntos extra hace un año. Cuando el coronavirus estalló en todo el mundo en marzo de 2020, Vargas Llosa se enfrentó al régimen comunista chino cuando afirmó que la pandemia podría no haber ocurrido si China “fuera un país libre y democrático en lugar de una dictadura”.

Escribiendo para periódicos de Perú y España, Vargas Llosa señaló lo que el mundo sabe ahora como un hecho indiscutible, a saber, que “al menos un prestigioso médico, y tal vez varios, detectaron este virus con suficiente antelación y en lugar de tomar las medidas correspondientes, el gobierno trató de ocultar la información y silenciar esa voz, o esas voces sensatas, y trató de sofocar la información, como hacen todas las dictaduras”.

El “prestigioso médico” al que aludía Vargas Llosa era el doctor Li Wenliang, de 34 años, una de las primeras víctimas tanto del virus como de la cleptocracia comunista que trató de ocultarlo. Escribí sobre él en FEE.

Los tiranos mentirosos de Pekín sacaron tiempo de su genocidio contra los uigures para reprender a Vargas Llosa por su “difamación arbitraria” y sus “opiniones irresponsables y prejuiciosas”. Merece llevar esas acusaciones como una insignia de honor.

Perú perdió una oportunidad de grandeza cuando sus votantes no eligieron por poco a Mario Vargas Llosa como presidente en 1990. Se trata de un hombre que fue lo suficientemente inteligente como para rechazar el marxismo cuando vio la tiranía y las privaciones que producía en lugares como Cuba. A los 30 años, durante la década de los 70, llegó a abrazar las ideas liberales clásicas de libertad y libre mercado. Es reconocido en todo el mundo como uno de los mejores novelistas latinoamericanos de los últimos tiempos. El 28 de marzo cumple 85 años.

Hace once años, Vargas Llosa recibió el Premio Nobel de Literatura “por su cartografía de las estructuras de poder y sus mordaces imágenes de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”. Decir la verdad al poder no es sólo un motivo frecuente en las novelas y ensayos de Vargas Llosa, sino también un compromiso personal en su propia vida.

En su conferencia del Nobel en Estocolmo el 7 de diciembre de 2010, sostuvo que la base de la buena literatura es la libertad de expresión. Bajo el título “Elogio de la lectura y la ficción”, Vargas Llosa afirmó que lo más importante que le ocurrió en su vida fue aprender a leer a los cinco años. La lectura, explicó, “convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura”.

Un crítico de la conferencia declaró que era “un resonante tributo al poder de la ficción para inspirar a los lectores a una mayor ambición, a la disidencia y a la acción política”.

En honor al 85º cumpleaños de Mario Vargas Llosa, comparto aquí los siguientes extractos de su conferencia del Nobel. Espero que sirvan para que los lectores aprecien mejor las ideas de este gran escritor y se unan a millones de personas de todo el mundo para desearle que siga poniendo su mente y su pluma al servicio de la humanidad.

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gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría.

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 Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión.

Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real.

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 Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

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La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú.

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Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas.

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 No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer.

Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

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En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo.

Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas.

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Happy 85th birthday, Mario Vargas Llosa!

Lawrence writes a weekly op-ed for El American. He is President Emeritus of the Foundation for Economic Education (FEE) in Atlanta, Georgia; and is the author of “Real heroes: inspiring true stories of courage, character, and conviction“ and the best-seller “Was Jesus a Socialist?“ //
Lawrence escribe un artículo de opinión semanal para El American. Es presidente emérito de la Foundation for Economic Education (FEE) en Atlanta, Georgia; y es el autor de “Héroes reales: inspirando historias reales de coraje, carácter y convicción” y el best-seller “¿Fue Jesús un socialista?”

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