fbpx
Saltar al contenido

El sagrado derecho a insultar al Islam

El gesto de honestidad del ex premier malayo ilustra perfectamente la naturaleza del Islam fundamentalista: «Los musulmanes tienen derecho a estar molestos y matar millones de franceses por las masacres del pasado», escribió Mahathir Mohamad en Twitter.

El ex premier reacciona a que Emmanuel Macron se puso finalmente los pantalones: Francia le hará frente a la barbarie islámica de los fundamentalistas. Y Mohamad, musulmán, un político malayo con supuesto prestigio, está indignado. Aclara que reprueba la decapitación del profesor; pero —porque para el Islam siempre hay un pero—, «mientras creo en la libertad de expresión, no creo que eso incluya el derecho a insultar a otros».

Bullshit. Precisamente, la libertad de expresión es eso, un valor —frase en la que el preludio de expresión es libertad—, que consagra como punto inamovible el derecho a la blasfemia, al insulto. «El sagrado derecho a la blasfemia», diría Lluís Bassets. A insultar al Islam. Al cristianismo, al hinduismo y a toda religión que algún hombre profese.

No hay cabida para peros. La culpa de que lo decapitaran no es del profesor. La culpa de que la degollaran en la basílica de Niza no es de la mujer. La culpa de que a Charb lo agujerearan frente a Charlie Hebdo no es del caricaturista. La culpa, Islam, no es de la víctima. Es de los bárbaros que, ungidos y al son de «Al·lahu-àkbar», van matando a diestra y siniestra.

O Macron se pone las charreteras o Francia está jodida. Lo escribió Arturo Pérez-Reverte hace seis años: «Es la guerra santa, idiotas». E idiotas hay que llamarlos, porque Europa hoy es víctima de su propia cobardía. Mira cómo han tratado a Polonia, supuestamente por xenófobos, y resulta que al checheno que decapita le negaron primero la entrada los polacos. Varsovia está bastante lejos de ser París.

«Porque es la Yihad, idiotas. Lo sabe quien haya leído historia, o sea capaz de encarar los periódicos y la tele con lucidez. Lo sabe quien busque en Internet los miles de videos y fotografías de ejecuciones, de cabezas cortadas, de críos mostrando sonrientes a los degollados por sus padres, de mujeres y niños violados por infieles al Islam, de adúlteras lapidadas —cómo callan en eso las ultrafeministas, tan sensibles para otras chorradas—, de criminales cortando cuellos en vivo mientras gritan ‘Alá Ajbar’ y docenas de espectadores lo graban con sus putos teléfonos móviles», escribió Pérez-Reverte.

óvenes encienden velas frente a la entrada de la Basílica de Notre Dame, en Niza, este 29 de octubre de 2020, luego de un atentado terrorista de un fiel del Islam.
Nice (France), 29/10/2020.- Jóvenes encienden velas frente a la entrada de la Basílica de Notre Dame, en Niza, este 29 de octubre de 2020, luego de un atentado terrorista de un fiel del Islam. El ataque se da menos de un mes luego de que decapitaran, supuestamente por ofender a Mahoma, a un profesor en París. (Atentado, Francia, Niza) EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER

Oponerse a la barbarie que azota Europa de mano del Islam radical es un gesto a favor de la libertad. De la libertad de expresión, sobre todo, y de la vida. Y oponerse es coincidir con que andamos en guerra, y que, aunque nos gustaría, esta vez no se resuelve con consensos y apretones.

«Esta pelea es inusual porque no hay compromiso disponible que satisfaga a ambas partes. O crees en los principios de la democracia liberal occidental, o no. Y si crees en ellos, debes defenderlos también, porque sabemos que quienes se oponen al liberalismo están convencido de su propia rectitud», nos escribió Alex Massie en The Spectator.

Y de eso se trata. De que de este lado hay cobardía, complejos y vergüenza. Quizá es una tara de nuestra naturaleza liberal; pero vivimos en la timidez constante de quiénes somos, de dónde venimos, qué nos caracteriza. Nos retraemos, nos ruboriza nuestra prosperidad, nuestra moral, lo que nos hace grande. Y como nos acompleja tanto, les damos espacio a los intolerantes. A ellos, que nos odian, los toleramos, les abrimos las puertas. A los que, como dice el Segundo Advenimiento de Yeats, «gozan de apasionada intensidad»; y nosotros, en cambio, carecemos de convicción.

Toca apostar por esa gran mayoría de musulmanes que desean ser pacíficos y liberales, sin aún lograrlo del todo. Toca apostarle a las voluntades de millones de reformar una religión tomada, cada tanto, por los fundamentalistas. Toca apostar por quienes, como nosotros, atesoran como inapelable la libertad de expresión. El sagrado derecho a la blasfemia.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

2 comentarios en «El sagrado derecho a insultar al Islam»

  1. El problema es que los buenos muslmanes, son los que crian a los malos, para mi la solución es una guerra donde en lugar de balas los bombardeen con sangre de cerdo y donde haya concentraciones de ellos soltar piaras para que los hostiguen.

  2. Hola, mi opinión es que ni se debe faltar el respeto a religiones, sexos, nacionalidades, etc; ni tampoco se debe usar la violencia para resolver esos conflictos, debe haber un balance, que sé que a veces es difícil saber qué publicar o no. Creo que las dos partes tuvieron culpa de lo que pasó en mayor o menor grado. Por eso siempre hay que pensar en los demás cuando se va decir algo. Ojo, no estoy justificando la violencia, no debió haber muertos ni heridos, como dije, hay que pensar antes de hablar. Gracias

Deja una respuesta

Total
0
Share