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Opinión │ Santa Evita

SEGÚN ME CONTABA el recordado escritor e historiador argentino José Ignacio García Hamilton, en la Argentina peronista que siguió a la muerte de Eva Duarte de Perón, Evita, las funciones de cine detenían su proyección a las ocho y veinticinco de la noche y encendían las luces del teatro para que los espectadores homenajearan la hora de partida de la señora Perón. José Ignacio además fue un liberal convencido, enemigo de los populismos, y diputado por la Unión Cívica Radical. Nunca hizo buenas migas con el peronismo. Siendo diputado, allá por el 2007, le preguntó a Chávez —de visita a su carnal Néstor Kirchner— si procedería como Bolívar con la convención de Ocaña si perdía el referendo para la reforma constitucional. Chávez titubeó y no entendió la pregunta. García Hamilton además era periodista, propietario de La Gaceta de Tucumán, y abogado de escritores ilustres como Adolfo Bioy Casares y del legado de Roberto Arlt. Hago esta invocación para recordar que los argentinos ilustres que he tratado comparten una característica común: ninguno es peronista.  Quienes han visitado Buenos Aires no pueden entender cómo esa ciudad en la que se manejan una serie de mitos apócrifos como los de la ciudad europea, en la que sus ciudadanos descienden de los barcos, que ese país continúe en el clásico subdesarrollo latinoamericano del cual escriben y rescriben sus memorias a diario. Uno atestigua con estremecimiento la avenida 9 de Julio, las opulentas residencias hoy convertidas en embajadas, las sedes ministeriales y toda la pompa arquitectónica del glorioso ayer y se pregunta como en el verso de Jorge Manrique “qué fue de tanta invención como truxeron”. Hoy mismo mientras garabateo estos caracteres leo en El País de España un titular muchas veces reiterado: “Argentina busca una salida para la crisis”. Habrá que pedirle a don Arturo Pérez Reverte, académico de la RAE, que solicite eliminar la palabra crisis mientras los lingüistas inventan alguna otra que explique la verdadera condición de estos países en un permanente deterioro y al borde de la aniquilación moral. Argentina lo está, lo ha estado y lo estará si no logra enterrar para siempre la herencia depredadora del peronismo, ese justicialismo de los resentidos, inaugurado por el funesto milico llamado Juan Domingo Perón y por la reina de la redención social que fue Eva, su esposa.

Ciudadanos visitan hoy el Museo Evita durante la conmemoración de su 70 aniversario luctuoso, en Buenos Aires (Argentina). (EFE)

En atención a la figura de Eva hay que decir varias cosas. Quienes la exaltan, especialmente en el exterior, no la conocen lo suficiente como supongo que nadie conoce suficientemente la historia y se deja guiar por la inconsistencia de las mayorías equivocadas. En su país la han elevado a la categoría mitológica y la santidad; ya en vida comenzaban a decir que hacía milagros, no sólo de los que saborean en el Vaticano sino los muy terrenales que realizó al frente de la Fundación Eva Perón. No cabe duda de que tuvo una vida fulgurante a pesar de su brevedad, brevedad que la exaltó al morir temprano como los héroes griegos en la flor de la juventud que se eternizan. La Jefa Espiritual de la Nación Argentina, título póstumo que le fue otorgado, ingresó al Olimpo de los dioses latinoamericanos que hacen demagogia y populismo y que disponen de bienes y dinero ajeno para repartir lo que no es de ellos. Sólo en el primer semestre de 1951, Eva Duarte de Perón regaló 25 mil casas a sus grasitas, como gustaba en llamar a ese pueblo llano al que se le convierte en pedigüeño y dependiente. Evita había nacido en la localidad de Los Toldos, en la provincia de Junín, que como su nombre lo indica debió haber sido una ranchería precaria que la propia señora hizo borrar del mapa. Hija de un “segundo frente” de su padre, a la muerte de este fue humillada por su familia legítima. Esa humillación permaneció supurando por una herida que no desapareció y que la ayudó a alimentar sus prejuicios contra oligarcas de todo cuño a quienes siempre acusó de algo. Maltratar o indiferenciar a alguien puede ser altamente peligroso. Baste recordar al joven Robespierre recitando escolarmente ante su rey Luis XVI a quien no le importó bostezar de aburrimiento en la cara del alumno brillante. Maximiliano se la cobraría viendo rodar su regia cabeza en la plaza de la revolución. Ese odio que Evita sintió por quienes poseían, le sirvió de apoyo y le dio el aliento suficiente para elevarse por encima de su condición. Se instaló en Buenos Aires a probar fortuna como actriz. El día que conoció a Perón le soltó la tan manida frase, muy cursi por cierto, de “gracias por existir”. Lo demás, el encumbramiento, el ascenso fue un trabajo en equipo. Perón hizo a Eva (lo mismo que su peluquero Julio Alcaraz, como este solía decir) y Eva entendió tan extraordinariamente la metáfora del poder y sus posibilidades que ayudó a Perón a más que a existir.

En estos días rueda por el streaming una serie dedicada a ella que ha motivado este tema. Lleva por nombre Santa Evita y está teóricamente basada en la también teórica novela de Tomás Eloy Martínez del mismo nombre. Veamos por qué. El propio escritor se cuestionó si su libro se trataba de una novela o de un género híbrido por cuanto hay testimonios recogidos de la realidad que hacen cabalgar la obra entre la novela y la crónica. El problema no es Tomás Eloy Martínez, creador de un trabajo de impecable solvencia si bien no de los vuelos que alcanza en la que para mí es su máxima creación dentro del género de la novela que crece alrededor del hecho histórico, para no llamarla novela histórica que siempre tiene sus retruécanos y contradicciones, que es La novela de Perón. En alguna oportunidad le escribí al propio Tomás Eloy motivado por una gran curiosidad que me dejó la lectura de la novela dedicada a Perón. Le pregunté si no se había planteado escribir sobre José López Rega, el ministro ocultista, brujo y creador de la tristemente célebre Triple AAA, Alianza Anticomunista Argentina. Martínez me contestó que el personaje lo había secado respecto a poder dedicarle algo adicional. Pero volvamos a la santa. Tomás Eloy Martínez apunta que el personaje principal de la novela es un cadáver, y es así: la Evita después de la muerte embalsamada por el doctor Pedro Ara. Un cadáver embalsamado que se pierde, que se oculta, que se reproduce, que finalmente regresa a la posesión del general Perón en su exilio madrileño, donde López Rega hacía sesiones espiritistas junto al general y a su esposa Isabelita (María Estela Martínez de Perón, a quien Juan Domingo conoció como bailarina en el Pasapoga de Caracas) y que finalmente regresa a Argentina para ser enterrado en La Recoleta. Uno de los elementos interesantes de la novela Santa Evita son las propias intervenciones de un narrador identificado como Tomás Eloy Martínez que enriquecen la trama porque la juntan con la explicación de un arte literario que se plantea paralelamente. Evita fue como la Cenicienta, agrega el escritor, y quizá la solidez de protagonismo histórico se traza en esa línea no despojada de melancolía que arranca en la pobreza y corona en el poder.

TOLEDO, 22/06/2022.- La actriz uruguaya Natalia Oreiro hace declaraciones a la prensa durante la presentación de la serie ‘Santa Evita’, de Disney, dentro de la programación de ‘Conecta Fiction & Entertainment’. (EFE)

No siempre las comparaciones dan resultado y menos si son entre un libro y una película o una serie. El libro establece una comunicación personalísima con el lector, a través de un intimismo cómplice, mientras la vía cinematográfica es la imagen apostillada por el texto. Se trata de dos códigos diferentes. Pero lo que ha hecho la productora Salma Hayek es una interpretación disparatada en cuanto a la fidelidad con el libro. Habría sido más que interesante encontrarnos con el propio Tomás Eloy Martínez como protagonista de la serie al tiempo que narrador y personificador del discurso investigativo que se metamorfosea en la novela. Pero no está. En su lugar, se le hace suplantar por un periodista díscolo y problemático llamado Mariano Vásquez, una suerte de Sam Spade despeinado, quien es el hilador de esa trama libre respecto a la novela. Huelga decir que para lograrlo es pateado, golpeado y amenazado como en cualquier policial de segunda. Darío Grandinetti hace el peor papel de su carrera interpretando al general Perón. Un Perón básicamente de mal humor y avinagrado. Perón pudo haber sido cualquier cosa, pero hay unanimidad en afirmar que era un individuo encantador y simpático (como todos los embaucadores, supongo), pero en esta serie aparece de malas pulgas, sin mencionar que le pusieron un peluquín que semeja la cabeza de un extraterrestre. Se nota su falsedad desde el primer momento, aparte de que en todos los años de su vida en la serie no le aparece ni una cana. Supongo que había que aprovechar la compra de la peluca. Hay otros elementos equivocados de la producción como que los automóviles en 1948 tenían la matrícula de la provincia de Eva Perón creada en 1951. Pero donde mayores dislates hay es en el personaje interpretado por Ernesto Alterio, quien hace del coronel Carlos Moori Koenig, que estuvo a cargo del cadáver itinerante de Evita, al que se le manipula para fabricarle una secreta devoción amorosa por ella cuando en honor a la verdad entró a su servicio como un espía.

La justificación de Hayek sobre la serie es extemporánea. El problema de algunos actores es que se dan el lujo de entremezclar actitudes y Zeitgeist: “El cadáver de Evita muestra la obsesión de someter a las mujeres”. El contrabando feminista no tiene sentido más allá de que Evita fue una defensora insigne del derecho de las mujeres, a quienes consiguió el derecho al voto, pero pretender que en forma de cadáver resulta perfecta para la dominación machista es una exageración identitaria. Eva Duarte no fue además una sometida de Perón. El matrimonio conformó un tándem mutuamente conveniente. La bella actriz uruguaya que interpreta a Evita no se queda atrás en sus declaraciones y así lo ha manifestado esta semana a El Mundo de España: “Ella fue precursora de la cuestión medioambiental a través de la distribución de las riquezas. Vivimos en un mundo tan capitalista que nos estamos matando entre nosotros por el consumismo. Porque estamos matando nuestra tierra. Por eso la necesitaríamos, para ahondar en la redistribución de la riqueza”. Me pregunto si las ganancias de la serie serán debidamente redistribuidas en nombre de la justicia social. Evita fue una obsesión para las masas en unos términos a los cuales el propio Perón nunca llegó. Con el tiempo y el saldo de la historia se ha visto el torcimiento que causó la Santa en los procesos de nuestro continente que lejos de buscar la reivindicación a través de la lucha individualista, lo hacen con el Taita, el padre, el héroe, el caudillo o el hada madrina como Eva que multiplicó los pobres porque los enseñó a extender la mano, más allá de sus buenas y empedradas intenciones que conducen inevitablemente al infierno. Recomiendo a ustedes más que esta serie prescindible volver al libro estremecedor de Tomás Eloy Martínez, escrito con la reverencia y el temor de quien se enfrenta a un mito creador y destructor.

Karl Krispin es escritor venezolano y columnista en El American. Ha escrito para Zenda y El Nacional. // Karl Krispin is a Venezuelan writer and columnist at El American. He has written for Zenda and El Nacional.

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