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El secreto de las comunicaciones frente al Partido Comunista chino

Partido Comunista chino, El American

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Una vez más, la censura (entendida como flagrante amenaza de determinados poderes, con implicación directa o indirecta del Estado) está a la orden del día. Y sí, por supuesto, desgraciada, lamentable e inadvertidamente, en materia telemática (dicho en otros términos más inteligibles para el vulgo, digamos que tecnológica).

En este caso no hablamos de las Big Tech americanas, sino de una nueva acción directa de la tiranía comunista de China: censurar el uso de la aplicación de mensajería instantánea Signal (con más de 42 millones de nuevos usuarios en febrero, a raíz de la nueva política de privacidad de What’sApp, entre otras cuestiones).

Realmente no se trata sino de un elemento más en la “lista negra”. Portales como Gmail, Slack, Hootsuite, AO3, Facebook, Soundcloud y Vimeo, incluso Wikipedia y DuckDuckGo, entre otros, forman parte de la misma. Como se puede observar, todo trasciende una mera pugna corporativista con empresas americanas.

De hecho, hay grandes empresas tecnológicas que ya en su momento empezaron a adaptar sus servicios a las peticiones de la tiranía (bueno, requisitos de operación). Es el caso de Google, que hace unos años empezó a desarrollar una app para Android que facilitaría la identificación telefónica de todos los que hicieran búsquedas en su motor.

Pero no profundizaremos sobre ello, por cuanto la intención de este artículo no es sino indagar bajo una estrategia de análisis en los motivos que pueden estar detrás de la censura de una aplicación de mensajería instantánea con unas características algo “peculiares”.

Mayor privacidad garantizada, no sólo en lo criptográfico

Los mensajes que se emiten por medio de Signal no son accesibles a terceras partes por cuanto están encriptados mediante el modelo end to end, de modo que el contenido del mismo solo pueda ser conocido por el receptor (en el transcurso, está codificado, usándose muchas veces el protocolo de Diffie-Hellman para generar las claves).

En este caso, no habría intermediarios en el envío, siendo a su vez imposible que alguna que otra tercera parte pueda desencriptar los datos (entre estas podrían estar las agencias de investigación telemática e informática de un gobierno). El descifrado sólo sería posible una vez llegado todo al “otro extremo”.

Pero aparte de ello, es imposible hacer capturas de pantalla de las conversaciones, además de que los mensajes se pueden autodestruir completamente y las copias de seguridad sólo pueden realizarse en el directorio de archivos local. Y dicho sea también que, a diferencia de Telegram, es de código abierto en su integridad (lado servidor también).

Además, el único dato personal que se registra con Signal es el número de teléfono del usuario. No interesa ninguna información de contacto así como tampoco la localización, los detalles de pago o cierta información sobre el modelo de dispositivo móvil que se esté utilizando.

La importancia de las “redes privadas”, cada vez mayor

Como ocurre con otros servicios censurados por el Partido Comunista chino, la única vía de escape a estos bloqueos son las llamadas “redes virtuales privadas” (conocidas, por sus siglas en inglés, como VPNs), aunque también hay que saber que está la Deep Web.

Estas redes privadas, no necesariamente utilizadas por empresas, instituciones y agencias de inteligencia, contemplan el cifrado de la información que se intercambia entre los distintos puntos de la misma. Utilizan protocolos como Ipsec (algoritmos de cifrado robustos y autenticación rigurosa), PPTP y L2TP (protocolo de túnel).

Por este motivo son bastante utilizadas en países donde la libertad de expresión está seriamente amenazada por los totalitarismos imperantes (en la mayor parte de países occidentales es extraño escucha a alguien sobre el uso de una VPN para navegar, dentro de su rutina, por la red de redes).

En efecto, en China, la única manera de utilizar servicios como Signal o Gmail es conectándose a estas redes, aunque también, como es obvio, dicho sea que el Gobierno chino tiene en el punto de mira a estas redes, por cuanto pueden complicarle sus ansias de monitorización ciudadana masiva.

No obstante, puede ser que su uso se popularice en tanto que aquí alguno que otro pueda empezar a tomar conciencia y preocuparse de las continuas invasiones a la privacidad que recibe (máxime en momentos en los que la libertad de circulación y actividad económica está bastante restringida en general, bajo un pretexto sanitario).

Es más, aunque no esté linealmente relacionado, cabe no permitirse que pase inadvertido el hecho de que se está trabajando en redes de Internet totalmente privadas, que rompen con el actual paradigma en el que dependemos de proveedores de servicios (ISPs) en puntos concretos (no rara vez pertenecen a entes que participan en el crony capitalism).

Es el caso de la empresa Start9 Labs, que trabaja en un proyecto a considerar como de “computación auto-soberana” para los computadores, que reforzaría la privacidad de las conexiones a Internet en los domicilios, e iría más allá de las VPNs tal y como las conocemos.

Bajo un acuerdo de 1.2 millones de dólares, se trabajará en un sistema operativo que, aparte de tener su propia red privada de Internet, permitirá realizar transacciones de bitcoin y gestionar contraseñas sin intermediarios. Igualmente, habrá una tienda de aplicaciones de gestión disperso-descentralizada.

A su vez, para conectarse a Internet, se recurrirá al Proyecto TOR, muy popular en la llamada Deep Web. Este tiene un encriptado multicapa (gestionado por múltiples servidores) y se ocultarán aspectos de la identidad que no solo pudieran provenir de la IP, sino de la información sobre el navegador y dispositivo utilizados.

Por lo tanto, una vez dicho todo esto, cabe insistir, una vez más, en que el paradigma distribuido y descentralizado de Internet juega a nuestro favor en gran medida. De hecho, cuando muchos Estados modernos piensan en el modelo chino, no hay menos razones para pensar en el blockchain o en alternativas a la conectividad tradicional.

Ángel Manuel García Carmona

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