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El socialismo llegó a EEUU hace tiempo, solo que no nos dimos cuenta

Socialismo

Por Néstor Ramiro Aráoz:

Los procesos políticos parecen mostrar en la superficialidad que, de un día para el otro, los países avanzan en una dirección o en otra. Para bien o para mal, vemos cómo de repente los Gobiernos se disparan en el pie, sometiendo a las personas a la miseria o se deciden por la senda del progreso.

Sin embargo, los cambios de la macro son nada más que la última ola de un proceso que inició décadas atrás. Y en materia de inversión cultural, la izquierda tiene la paciencia de la militancia convencida. Definitivamente, si hablamos de un marxista exitoso, sin dudas debemos reconocer el acierto de Antonio Gramsci. Su idea de “tomar la cultura” para que el resto se dé “por añadidura” puede que sea el único legado a tener en cuenta de los voceros del socialismo.

Alemania, Chile y Argentina

La barbaridad del nacionalsocialismo de Hitler no comenzó ni con las elecciones de 1933 ni con la Segunda Guerra Mundial. En las universidades germanas, Hegel ya había hecho su trabajo hace años, dejando sin defensas a una intelectualidad que sucumbió ante el delirio violento de los nazis. Sus intérpretes “por derecha” generaron lo que ya sabemos. El NSDAP se llevó casi el 44 % de los votos, es cierto, pero “por izquierda” el colectivismo y la negación del individuo también había hecho estragos.

Por debajo de los nazis, la elección de ese año tuvo a la socialdemocracia con un 18 % y al comunismo con un 12 %. La sociedad, una de las supuestamente mejor ilustradas del mundo, ya se había suicidado hace años en el ámbito cultural.

Pero la batalla por las ideas también tiene sus capítulos optimistas. Aunque se le adjudica el milagro chileno a Augusto Pinochet, lo cierto es que hay que mirar con un poco más de detalle la historia de ese país para comprender lo que realmente pasó. Las propuestas que ayudaron a que Chile se desarrollara se habían plasmado en un libro escrito varios años antes del golpe a Salvador Allende. Un empresario comprometido decidió becar con recursos propios a un grupo de jóvenes para que fueran a estudiar a Chicago con el fin de redactar un proyecto de políticas públicas, sin importar la viabilidad política del mismo.

Como era de esperar, el trabajo de aquellos estudiantes se limitó a juntar polvo en un estante del olvido de Santiago. Sin embargo, luego de la llegada del Gobierno militar, al escuchar el primer boceto del plan económico de la nueva gestión, un valiente se animó a levantar la mano para decirle al general que su plan era mejorable.

Sorprendentemente para la mentalidad fascista de un militar, Pinochet comprendió que el modelo económico que pensaba desarrollar, con propiedad privada, pero con fuerte intervención estatal, era malo. De esta manera, aquella inversión idealista se convirtió en un plan de gobierno. El resto es historia. Hoy, lamentablemente, el país vuelve a coquetear con el suicidio, que no es otra cosa que el resultado de la hegemonía cultural de la izquierda, a la que le tocó bailar con las “derechas” cobardes que propuso Sebastián Piñiera.

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El dictador Augusto Pinochet. (YouTube)

Aunque muchos argentinos se siguen lamentando por la caída estrepitosa de un país que supo ser potencia, lo cierto es que todo se explica de manera muy simple y sencilla mirando hacia atrás. Hacia finales de los setenta, la guerrilla marxista cayó estrepitosamente ante las Fuerzas Armadas. Sin grandes complicaciones a la vista, el establishment local se decidió por sus negocios, descuidando la cuestión política, cultural y educativa.

La derrota militar de la extrema izquierda se convirtió en una exitosa campaña de infiltración en el mundo del arte, las currículas educativas y las universidades. Tras tomar los puestos estratégicos, los partidarios del colectivismo se apoderaron del discurso y, para la llegada de los Kirchner en 2003, ya el trabajo estaba hecho hace rato. Sin la batalla cultural correspondiente de aquí en más, el país no tiene ninguna viabilidad en lo que al debate político electoral refiere. Esto se refleja en el fracaso de Mauricio Macri, que había aceptado las premisas morales que planteó siempre Cristina Fernández en sus fallidas políticas públicas.

Las advertencias del exagente de la KGB que Estados Unidos no escuchó

Yuri Alexandrovich Bezmenov se dedicaba a la prensa soviética durante su estadía en India en la década del sesenta. Ese había sido su destino luego de graduarse en la Universidad de Moscú, donde cursó los estudios del Instituto Oriental de Lenguas. Luego de retornar a la Unión Soviética por un llamado de las autoridades, el joven ruso se enteró de que el politburó tenía otra labor para él. Lo querían de informante full time, ya reportando directamente como espía para la KGB.

En realidad, lo venía haciendo desde hace tiempo. Resulta que la agencia estatal a la que reportaba era sencillamente un satélite de inteligencia semiencubierto. Tas su retorno a Bila, y luego de desempeñarse un tiempo en su nueva función, Bezmenov se disfrazó hippie y se escapó de su grupo de colegas. Se infiltró dentro de un grupo de turistas para esconderse, cuando la pequeña delegación soviética de la que formaba parte se prestaba a ver la película norteamericana The Incident, estrenada en 1967. Sus compañeros lo vieron por última vez cuando se dirigió a la puerta del cine a comprar los tickets.

Ya instalado entre Estados Unidos y Canadá, el desertor brindó varias entrevistas televisivas, donde confirmó el trabajo que venían haciendo los soviéticos en Norteamérica:

«Es un gran proceso de lavado de cerebros, que ocurre muy despacio. Es muy lento y se divide en fases básicas: la primera es la desmoralización. Lleva entre 15 y 20 años desmoralizar una nación. ¿Por qué tantos años? Porque es el número mínimo que hace falta para educar una generación de estudiantes en el país enemigo, exponiéndolos a la ideología del adversario. En términos marxistas leninistas las cabezas blandas de los estudiantes estadounidenses han sido bombardeadas».

Ya para los setenta, el hombre que escapó de la KGB decía que muchos dirigentes de la primera línea en Washington ya estaban “seteados” y que era imposible hacerlos cambiar de opinión, ni siquiera discutiendo con argumentos correctos. ¿Qué diríamos hoy al 2020, entonces?

Bezmenov en una entrevista advirtiendo sobre el peligro que correo América.

En aquellas declaraciones, que ya tienen casi medio siglo, podemos comprender porque al día de hoy Bernie Sanders suena como posible secretario de Trabajo para una eventual gestión Biden-Harris, con muy poca gente indignada y advirtiendo. Bezmenov, en sus años de prédica anticomunista en Occidente (lamentablemente pocos, falleció a los 54 años en 1993), ya dejó muy claro el proceso de “subversión cultural” que había sufrido Estados Unidos.

Según el exespía, el 85 % de los recursos de la KGB (tanto económicos como de “mano de obra”) se dedicó a la infiltración ideológica que tenía lugar ante los ojos de todos. Solamente el 15 % iba dedicado a la labor tradicional encubierta de los espías, que se reflejaba por aquellos años en tantos clásicos de Hollywood.

Cabe destacar que el antagonista de los rusos en la Guerra Fría no fue el único blanco de la estrategia soviética. El fracaso económico y político del comunismo sí dejó una larga seguidilla de grandes éxitos en materia de influencia ideológica en el mundo libre. Las ideas del papa Francisco y sus encíclicas no dejan duda alguna sobre este trabajo prolijo, finito y paciente.

Pero antes de morir, el exagente soviético dejó en claro que el proceso es reversible. La trinchera en la coyuntura sigue firme y no se retrocederá ni un paso. Las últimas elecciones en Estados Unidos y la resistencia republicana dan fe de esto. Pero ahí no se termina la guerra. En la lucha por los corazones con las ideas de la libertad estamos. En poco tiempo veremos los frutos de un trabajo silencioso, pero persistente. Esta vez, es el nuestro.


Néstor Ramiro Aráoz es mágister en historia.

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