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La sola fide de la cultura de la cancelación

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En 1517, el cristianismo y el mundo entero cambiaron para siempre. Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg.

La tesis principal de Lutero era la de la sola fide (sola fe): el hombre solo puede salvarse mediante la fe en Jesucristo, no por sus obras. Nada puede hacer el hombre para salvarse más que creer.

Y, leyendo el título, dirán ustedes, ¿qué tiene que ver esto con la cultura de la cancelación? Algo muy sencillo.

El progresismo contemporáneo se ha convertido en una suerte de protestantismo vaciado de contenido precisamente porque el hombre no puede redimirse mediante sus obras, pero tampoco está Cristo para salvarle.

Y un par de hechos de la última semana nos lo han recordado. No importa pedir disculpas o guardar silencio, como Don McNeil Jr., no importa si tu gran pecado son algunas comparaciones exageradas o posturas políticas atípicas, como Gina Carano. Si la turbamulta de Jerusalén, perdón, de la cultura de la cancelación, grita “¡crucifíquenle!”… Empieza el via Crucis.

Y es un via Crucis vacío de sentido porque no hay resurrección. No hay redención posible. Solo hay una massa damnata (muchedumbre condenada) de personas que han usado una palabra errada o expresado sus pensamientos… de más.

La cultura de la cancelación suele afectar a la gente promedio más que a personas famosas. Los que la apoyan suelen negar su existencia, diciendo que solo aplica a personas que realmente han cometido atrocidades. Después de todo, pocos creen que Kevin Spacey o Harvey Weinstein deberían recuperar sus carreras luego de lo que hicieron. 

Gina Carano - Cultura de la cancelación - El American
Gina Carano es la más reciente víctima de la cultura de la cancelación (EFE)

Sin embargo, la inmensa mayoría de los cancelados son ejecutivos de rango medio, profesores universitarios, personas desconocidas. Un ejemplo es el profesor Greg Patton, que fue suspendido por decir la palabra china “nèi ge”, que significa… “que”, pero lamentablemente para el profesor Patton, se parece demasiado a la famosa “palabra por la n” prohibida en el inglés. 

Una coalición de estudiantes dijo que había ofendido a todos sus estudiantes afroamericanos y afectado su salud mental. El profesor se disculpó, pero no pudo volver a dicho curso.

Un ejecutivo de comunicaciones de Boeing tuvo que renunciar por un artículo de 1987 cuando era teniente de la Marina americana en el que dijo que las mujeres no deberían ser pilotos de combate. Se disculpó, dijo que había abierto los ojos en estos 33 años, pero fue en balde. 

Lo curioso del caso es que la muchedumbre se ha vuelto un tribunal que acusa a los pecadores en una época en la que el hombre ya no cree en el pecado.

Y los acusa de pecadores y no de criminales porque al criminal todavía le queda posibilidad de redención. Al criminal le pueden dar libertad condicional, el pecador está más allá de cualquier redención posible. El criminal ha dañado su alma, el pecador la ha asesinado.

Y aunque parezca una contradicción, haber dejado de creer en el pecado es lo que lleva a la cultura de la cancelación a apuntar el dedo acusador ante el supuesto pecador.

En el fondo de la sola fide está la idea de que las acciones humanas son indiferentes. Hagamos lo que hagamos, solo la fe puede salvarnos. No podemos alcanzar nada. Así, el pecado, que es la ofensa voluntaria a Dios, se vacía de contenido porque nuestra naturaleza, por sí misma, está más allá de la redención. Nuestra naturaleza es un pedazo de estiércol cubierto de nieve, parafraseando a Lutero.

Y por esto es que ese pesimismo teológico de Lutero es, en el fondo, un optimismo: no importa lo que hagas, al final creer basta.

Esto termina por quitarle el sentido a la noción de pecado. Y la posmodernidad vuelve a retorcerlo: si pecaste, ni siquiera creer puede salvarte porque no hay en qué creer.

La sola fide de Lutero era que solo Cristo puede salvar al hombre. La sola fide posmoderna es que nada puede salvar al hombre. Y de esta fuente bebe la cultura de la cancelación.

Y en esta época en la que muchos olvidaron que el pecado existe, a la posmodernidad le sorprende que la gente peque, que la gente sea capaz de equivocarse. La arena pública se ha convertido en la arena de los supuestos ángeles. Solo que estos ángeles no pueden volar porque no saben tomarse a la ligera, parafraseando a Chesterton.

Ya que hablamos de Chesterton, tomo otra frase suya de Ortodoxia:

Los modernos maestros de la ciencia insisten sobre la necesidad de basar toda investigación, en un hecho. Los antiguos maestros de religión, se mostraron igualmente entusiastas de esa teoría. Empezaron basándose en el hecho del pecado; un hecho tan evidente como las papas. Fuera posible o no fuera posible que el hombre se purificara con ciertas aguas milagrosas, no cabe duda de que necesitaba purificación.

Precisamente, como la posmodernidad olvidó que existe el pecado, su hijo, el progresismo con la cultura de la cancelación, se sorprende cuando alguien “peca”, cuando alguien trasgrede el orden establecido. Y sin referencia trascendente, no queda más que flagelar y crucificar. No hay perdón posible porque no hay Dios para perdonar; no hay redención posible porque no hay Dios en el que creer.

La visión progre del hombre es, paradójicamente, muy optimista. Se olvida de un hecho tan básico como que el hombre es, esencialmente, un pecador. Y, por tanto, no sabe reaccionar ante el pecado (real o supuesto), más que escupiendo, pataleando e injuriando. 

Pero la antropología católica es más realista. Comprende la fealdad existencial del hombre, pero la contempla bajo la luz de la esperanza. Como dijo Oscar Wilde, “La Iglesia Católica Romana es solo para santos y pecadores – para gente respetable, la Iglesia Anglicana basta”. Dios ha creado al hombre bueno, pero está roto por dentro. Ningún hombre, por manchada que esté su alma, está más allá de la redención. 

Y esto porque aceptar la noción de pecado conscientemente implica aceptar la posibilidad de redención. Sin embargo, aceptarla solo inconscientemente, como hace la cultura de la cancelación, no implica nada. 

En la parábola del hijo pródigo posmoderna, el hijo vuelve a casa, pero su padre ha muerto. Los criados le injurian: “el dolor que le causaste a tu padre lo mató”, “nunca volvió a ser el mismo”, “después de un tiempo, empezó a odiarte”, “desde que fuiste, te borró de todos los álbumes familiares”. Su hermano lo mira y le dice “en esta casa yo soy el Señor y ya no mereces llevar el apellido de mi padre, no tienes parte en la herencia. No eres nadie en esta casa”, su madre, quizá un poco más comprensiva, solo se limita a decir “Hijo mío, si hubieras llegado antes…”

La cultura de la cancelación es quedarse con el pecado del hijo pródigo sin el abrazo redentor del Padre.

Edgar is political scientist and philosopher. He defends the Catholic intellectual tradition. Edgar writes about religion, ideology, culture, US politics, abortion, and the Supreme Court. Twitter: @edgarjbb_ // Edgar es politólogo y filósofo. Defiende la tradición intelectual católica. Edgar escribe sobre religión, ideología, cultura, política doméstica, aborto y la Corte Suprema. Twitter: @edgarjbb_

1 comentario en «La sola fide de la cultura de la cancelación»

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