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La fallida Superliga es otra señal del ocaso de las naciones

ocaso de las naciones. Imagen: Unsplash

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El ocaso de las naciones es un destino que se aproxima, y las señales están no solo en los grandes debates políticos, sino también en aquellas instituciones, como el fútbol, que se construyeron con base en el paradigma de los estados-nación y que ahora comienzan a moverse hacia nuevas lealtades. Sin embargo, como nos lo demuestra el rápido colapso de la “Superliga”, la agonía de las antiguas identidades no ha concluido. El mundo globalizado todavía no se consolida por completo.

La Superliga que fue…durante unos días

El proyecto de la Superliga, diseñada para reunir a los mejores equipos de Europa en una competición que, para términos prácticos, volvería irrelevantes a sus respectivas ligas nacionales, fue presentado el 18 de abril, con el respaldo inicial de 12 de los clubes más importantes del continente, incluyendo al Real Madrid, el FC Barcelona, la Juventus, el Manchester United, el Liverpool y el Chelsea.

La reacción fue inmediata… y arrolladora. La UEFA amenazó con prohibir la participación de los jugadores de los equipos de la Superliga en la selecciones nacionales de sus respectivos países, dejándolos fuera del mundial y la Eurocopa. Políticos y federativos formaron un auténtico coro de condena, junto con grupos de aficionados de los propios clubes. Un par de días después, la Superliga estaba muerta, tras la salida de los equipos ingleses.

Sin embargo, las cosas no regresarán simplemente al estatus quo; por el contrario, estamos apenas ante el primer párrafo de un nuevo capítulo en el ocaso de las naciones. En este proceso, las ligas de fútbol parecen el proverbial “canario en la mina”, reflejando en la cancha esa tensión entre una sociedad cada vez más globalizada y más indistinguible, y las viejas lealtades que le dieron vida al propio juego como deporte de masas y que aun ahora constituyen la motivación que impulsa a los círculos más fieles de la afición.

El futbol como espejo de lealtades a la patria chica y la patria grande

En menos de medio siglo, el fútbol pasó de ser un pasatiempo para niños ricos en las escuelas inglesas a una pasión de multitudes en todas partes del mundo. Su éxito se debió en parte a la sencillez y magia del juego, pero el principal impulso del fenómeno deportivo fue la forma en que se convirtió en expresión de las lealtades territoriales.

Los equipos se transformaron en la encarnación viva, en 11 pares de piernas y un balón, de los sueños, rencores, revanchas y victorias del barrio, la ciudad o la región en la que surgieron. Miles se arremolinaron en las canchas para esperar expectantes un gol, no con la mirada técnica de quien analiza un ballet, sino con la pasión profundamente visceral de quien ha vinculado al equipo con su origen, su tierra y su propia alma.

Así, al formarse las ligas nacionales cada equipo aportó al conjunto una pieza de identidad, y fueron ligas nacionales porque el mundo del Siglo XIX y principios del XX estaba dividido en naciones de formas que hoy nos resultan inimaginables. Básicamente cada país era un ámbito cerrado, drásticamente diferente (y prácticamente hermético) a los demás. Eran tiempos donde las tarifas y la distancia hacían del comercio internacional una curiosidad, donde el pasaporte era un documento muy difícil de conseguir, y el extranjero era distinguible entre el resto de la población de un país.

Desde entonces ocurrieron tres cosas: 1) el fútbol se convirtió en un negocio cada vez más caro, 2) las identidades locales se erosionaron 3) las barreras internacionales cayeron.

Conforme estadios y jugadores incrementaron su costo, los dueños tradicionales de los clubes se vieron obligados a venderlos a empresarios cada vez más acaudalados, primero dentro y luego fuera del país; incluso aquellos equipos que lograron seguir en manos de sus aficionados tuvieron que adoptar una estrategia global para conseguir el dinero que les permite pelear por los campeonatos. Y en el camino muchos más simplemente quedaron relegados a un papel secundario, enfocados en evitar el descenso o en el desierto de media tabla.

El resultado fue la progresiva desvinculación entre los jugadores y la región a la que representa el equipo, con las excepciones de clubes como Athletic Club (donde solo juegan deportistas del país Vasco) o las Chivas del Guadalajara (donde solo juegan mexicanos). En los demás, no resulta extraño ver que ni el aguador es de la ciudad donde juega el club, cuyo único vínculo real con la región es el nombre o el logotipo. Más mercenarios que hijos de la patria.

El ocaso de las naciones se refleja en la cancha

La identidad nacional pierde peso en la toma de decisiones de la gente, mientras que otras consideraciones (calidad, novedad, espectáculo) se vuelven cada vez más importantes. Bien lo explicó Florentino Pérez “hay partidos que no los ve nadie. A mí me cuesta verlos… Y si me cuesta a mí… ¿Elche-Valladolid?”.

Tiene razón, a nadie le importan los partidos de los equipos chicos, en especial, conforme las diferencias entre la élite y los demás se vuelven más evidentes. Entonces, si la identidad regional y la lealtad nacional se han diluido, un aficionado del Real Madrid encontrará mucho más atractivo ver al Arsenal o al Milán que apoltronarse para un Getafe-Cádiz.

La consecuencia de esto es un proceso cuya primera parte fue ampliar la importancia, el seguimiento y el número de participantes en la Liga de Campeones. Ahora, el siguiente paso lógico es la Superliga: una competición que reúna solo a los mejores, con proyección global.  

Y no sólo pasa en Europa, en América está sucediendo lo mismo. Las ligas de Estados Unidos y México analizan fusionarse a partir del 2026 (en el marco del campeonato mundial que ambas naciones compartirán con Canadá) y la idea parece tener incluso el respaldo de la propia FIFA, con la esperanza de que la liga resultante tenga el nivel para competir comercialmente con los grandes torneos europeos.

Pero el ocaso de las naciones en el deporte implica sus propios problemas

Como lo demostró claramente el rápido colapso de la Superliga, las viejas lealtades se niegan a morir. Detrás de la blitzkrieg contra el nuevo torneo no sólo estaba el ego y el bolsillo de las federaciones y las ligas, sino también la vinculación emocional de muchos aficionados, para quienes equipo-región-nación siguen siendo una trinidad inviolable. Para ellos el dejar en segundo plano la liga nacional implicaría reconocer que el equipo de sus amores no es más que un negocio y un buen show, similar a los Harlem Globetrotters.

Otro problema: Los super-paretos.

Grosso modo, el principio de Pareto establece que, en una situación dada, el 20 % de los participantes consigue el 80 % de los resultados. Cuando las economías están fraccionadas a nivel regional o nacional, había cientos o miles de “paretos”, dependiendo qué tan integrados estuvieran los mercados. Cada ciudad tenía su propia fábrica de jabón, de cigarrillos, de ropa, entre otras.

La globalización, las economías de escala y la competencia e innovación promovidas por el nuevo escenario nos han vuelto materialmente más prósperos, pero al mismo tiempo, desafían las estructuras y certezas que sostenían el paradigma del estado-nación. Estos desafíos incluyen los paretos y super paretos (donde menos del 20 % de los participantes generan más del 80 % de los resultados) globales.

¿Qué significa esto para el fútbol? Que cada vez menos equipos tienen más aficionados. Cuando yo era niño, en México nuestro mundo era la liga mexicana. Sí, sabíamos que había grandes clubs en Europa y hasta veíamos los partidos de Hugo Sánchez en el Real Madrid, pero en el barrio la gente seguía a los equipos de casa. Hoy incluso en las comunidades rurales, las personas llevan orgullosas una playera del Real, del Barcelona, del Manchester; y la verdad es que tomamos mucho menos en serio el campeonato local.

Lo mismo pasa en Europa y en el resto del mundo: resulta cada vez más difícil apasionarte respecto a los jugadores del equipo de tu pueblo cuando los comparas con Messi, Ronaldo y demás; si a eso le añadimos que el vínculo nacionalista-emocional (que podría compensar la mediocridad de los equipos chicos) se está desmoronando, no es de sorprender que el rating y la asistencia a los estadios vaya en picada.

Para agravar las cosas, a esto hay que sumarle el Pareto respecto a nuestro tiempo. Cada vez tenemos más opciones para entretenernos; pero estamos todos usando las mismas. Facebook, Netflix, Prime Video y demás. Cada minuto que pasamos en ellas es un minuto en que dejamos de ver, por ejemplo, fútbol. Y para ganar en este mundo digital/global/saturado de información, se necesita algo radical, innovador, espectacular. Digamos, una Superliga.

La Superliga es el futuro casi inevitable para el fútbol porque las ligas nacionales se han vuelto o aburridamente mediocres o absurdas en la diferencia entre sus equipos, mientras los aficionados tienen cada vez más opciones de entretenimiento que funcionan a escala global. Incluso, aquellos que esta semana pusieron el grito en el cielo, quieren seguir viendo grandes contrataciones y títulos en las vitrinas de sus equipos, y eventualmente cederán.

El ocaso de las naciones va mucho más allá del fútbol, son nuevas identidades que se construyen en línea, son lealtades que trascienden a las banderas y a las sociedades multinacionales. Vamos hacia un nuevo mundo que tiene cosas buenas y malas y que, además, experimenta los dolores de una transición de una etapa a otra.

Mientras tanto, damos los primeros pasos a la gran confrontación del Siglo XXI respecto a mantener el modelo de estado-nación, o acaso, encontrar una nueva forma que puede llegar a ser más tiránica o más libre.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

1 comentario en «La fallida Superliga es otra señal del ocaso de las naciones»

  1. pues si, sin duda que el futbol es reflejo, pero como en la politica el futbol en principio tambien es local, la superliga sera, los intereses son muchos, siempre sera interesante ver encuentros entre equipos grandes y poderosos, pero en principio tu te identificas con el equipo de tu barrio, de tu colonia, de tu ciudad, es un principio de identidad, de pertenencia, si los dueños de los equipos importantes no lo saben o quieren ver, si no lo cultivan, lo fomentan, peor para ellos, los equipos grandes se nutren de los jugadores de los equipos chicos, sino comparten con ellos el pastel, pronto no habra pastel que repartir, los dueños, los directivos de la UEFA tendran que actuar como estadistas y no como dictadores, que a todos toque, que a todos llegue, para que todo permanezca

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