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Taiwán avanza y forja su propia identidad

Taiwán es la historia de un gran éxito: un país avanzado, próspero, eficaz y plenamente democrático. La isla, de 36,000 km², se encuentra frente a la costa china, separada por un estrecho marítimo. Su población suma 24 millones de personas. Después de 1945, la guerra civil se reanudó entre los nacionalistas liderados por Chiang Kai-Chek y los comunistas dirigidos por Mao Tze Tung.

A lo largo de 1949, las ofensivas rojas derrotaron al ejército nacional y fundaron la República Popular. En diciembre, Chiang evacuó su Gobierno y eligió Taipéi como capital. Unos dos millones de personas, formadas principalmente por soldados, autoridades, empresarios e intelectuales fueron evacuados del continente a la isla, sumándose a la población local. Además, trasladaron tesoros y reservas de oro. Hasta 1971, cuando Pekín ocupó su lugar en la ONU, Taiwán definía su identidad como “la verdadera China”.

Esta realidad giró 180 grados cuando Washington reconoció a Pekín, colocando a Taipéi en una situación delicada. De todos modos, el mundo apoyó la realidad de un Taiwán soberano “de facto”, cuyas relaciones internacionales funcionan en forma práctica.

Es un estado no reconocido en términos diplomáticos, pero simultáneamente protegido por Estados Unidos. La isla se liberalizó —tras la muerte de Chang— siendo hoy una democracia sólida. En paralelo comenzó un crecimiento económico espectacular, basado en las exportaciones, una economía abierta y la fuerte apuesta por la tecnología. Su Índice de Desarrollo Humano alcanzó el muy alto 0.91. En 2020 la economía taiwanesa creció un 3 %, superando el avance de sus antiguos compatriotas. Además, la renta per cápita alcanzó los 27,000 dólares.

China, por su parte, jamás ha renunciado al objetivo de anexar Taiwán. De modo crecientemente agresivo —bajo el presidente Xi Jinping— amenaza con utilizar la fuerza para lograrlo. Tal reivindicación se sitúa en el contexto de la gran pugna por la hegemonía que están librando, en todos los frentes, Washington y Pekín, para ser la mayor potencia mundial. Un choque cada vez más tecnológico y que, desde el ángulo geográfico, tiene su centro en el dominio de los mares cercanos a China.

Esa situación convirtió al estrecho marítimo en un peligroso foco de tensión. El discurso desafiante de Pekín ha llevado a Washington a renovar su compromiso con la seguridad de Taipéi, incluyendo la presencia permanente de su marina de guerra. Ha creado un “cinturón de seguridad” en el Indo-Pacífico, con objeto de contener el expansionismo chino, afirmando sus alianzas con Japón, Corea, Australia, Nueva Zelanda e incluso India. Según el analista Josep Piqué, “si en algún lugar puede empezar una guerra entre ambas potencias, es justamente ahí”.

La empresa de análisis Natixis sostuvo en su último informe que “ante el peligro de guerra comercial y del Covid-19, pocos hubieran esperado que Taiwán mantuviera un crecimiento tan sólido… hemos sostenido la opinión de que la demanda global de productos de alta tecnología fortalecería al país, y podría consolidar su posición global como proveedor clave en el futuro”. La elevada demanda mundial de semiconductores y equipos eléctricos ha llevado a que las exportaciones de Taiwán crezcan un 12 % en el cuarto trimestre de 2020, el ritmo más rápido en años.

Un futuro prometedor en Taiwán…  pero con riesgos

El veloz crecimiento no se debe solo a la demanda externa. El consumo privado se ha mantenido fuerte, con apoyo oficial. Además, el optimismo público está respaldado por la eficaz contención de la pandemia y un excelente comportamiento del mercado laboral.

Taiwán, si logra evitar una confrontación con China, tiene un futuro prometedor. La clave del éxito reside en su especialización en bienes de alto valor agregado. Un trabajo publicado por la Universidad de Cambridge afirma que “el crecimiento de la industria de chips y ordenadores durante las últimas décadas ha sido estelar”. Las empresas locales han crecido en asociación con occidentales, lo que favoreció el intercambio de información y tecnología. “La evolución histórica de la industria revela que la interacción entre empresas, además de la competencia local, favorece el desarrollo de todas”.

Al mismo tiempo, Taiwán se ha convertido en una pieza clave en la competencia tecnológica. A través de una política previsora y una apuesta productiva exitosa es, junto con Corea y Japón, el gran productor mundial de microchips, imprescindibles para el desarrollo de la economía digital. Cualquier objeto cotidiano (celulares, computadoras, autos, trenes, aviones, satélites) se basa en billones de microchips, cuya tecnología se acelera y requiere enormes inversiones. TSMC, el mayor fabricante de semiconductores del mundo, está incrementando su inversión para producir más en un intento por cubrir la demanda mundial.

La represión comunista en Hong Kong ha eliminado toda chance de un acuerdo pacífico para integrar Taiwán en “una nación, dos sistemas”. La oferta ya no es creíble. A nivel nacional, la principal división ha sido entre quienes apoyan la reunificación frente a quienes defienden la plena independencia. La población tiende cada vez más a la segunda. La actual presidenta, Tsai Ing-Wen, ha logrado el compromiso de Joe Biden en materia de defensa y cooperación. Este hecho augura tiempos de prosperidad, libertad y desarrollo, más allá de las provocaciones chinas. Una invasión armada podría causar un choque directo con Estados Unidos. Y Xi Jinping, más allá de la retórica, conoce sus límites.

Eduardo Zalovich, Uruguayan-Israeli, is a history professor and journalist. He has written for several media, such as La Vanguardia, El Confidencial, Vozpopuli, Búsqueda and Correo de los Viernes. Zalovich analyzes, from the Middle East, the reality of the region and international politics. // Eduardo Zalovich, uruguayo-israelí, es profesor de Historia y periodista. Ha escrito para varios medios, como La Vanguardia, El Confidencial, Vozpopuli, Búsqueda y Correo de los Viernes. Analiza, desde el Medio Oriente, la realidad de la zona y la política internacional.

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