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¿Tendrá el Bitcoin la culpa del “cambio climático”?

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No es nada nuevo poder dar testimonio de la relevancia que están adquiriendo las criptomonedas (sí, tanta que podemos afirmar que están en sus mejores momentos, sin proyecciones negativas siquiera a corto plazo, e impulsadas, principalmente, por el fracaso y engaño de la reserva fraccionaria).

El Bitcoin es la más popular de todas (aparte de ser una de las que mayor interés debe cobrar, sin negar que haya criptomonedas que hayan mejorado lo que vino a ser una de las primeras aplicaciones de las cadenas de bloques), aunque no se puede negar que el mercado de cryptos descentralizadas (conforme a esencia) es muy variopinto.

Asimismo, como es sabido, hay mucha controversia (mejor dicho, falta de consenso) sobre si esta moneda es útil y conveniente. Y no necesaria y exclusivamente gracias a los escépticos de determinados desarrollos de la tecnología que puedan repercutir en una mayor digitalización.

Hablamos de esas críticas que provienen de quienes están preocupados por ver un desafío al férreo intervencionismo económico que se practica, complicándose la idea de un control de transacciones financieras mucho más “óptimo” (ya saben que, siendo por ellos, perderemos quienes ejercemos libertad de ahorro e inversión).

Pero es que esas críticas, presentadas ocasionalmente con advertencias excesivas sobre delitos informáticos (cuestiones de ciberseguridad) o “fraude fiscal” (la señal de alarma perfecta para cercenar libertades económicas) tienen un nuevo aditivo que, bajo cierta perspectiva podría resultar en una campaña sensacionalista.

Por prudencia, no puedo aseverar si se trata de una campaña organizada, pese a tener cierta seguridad sobre el hecho de que buena parte de los partidarios de esta tesis de advertencia son los mismos que temen estos activos por cuanto favorecen la libertad económica. Solo puedo decir que igual una “ideología revolucionaria” ha entrado de lleno.

Concretamente, cabe preguntarnos, a raíz de ello, si en verdad, potenciar las criptodivisas supone intensificar la huella medioambiental de carbono y si por ello hemos de dar marcha atrás en este avance tecnológico, tan “revolucionario” (en el buen sentido de la palabra) para el presente y futuro de las criptomonedas.

Se dice que el consumo eléctrico de la minería de bitcoins es equivalente al conjunto de de países como Argentina

De acuerdo con un reciente informe publicado por la Universidad de Cambridge, la huella de carbono que se produce a raíz del consumo eléctrico de la minería de criptodivisas sería equivalente al consumo anual energético de países como Argentina (con una densidad de población de 9 hab / km²  y 2,030 kg de equivalente de petróleo per cápita).

Este estudio, que fija una correlación entre el atractivo de minería (por demanda) y el auge del valor de la unidad de cryptos como el Bitcoin, apunta que el consumo energético empleado por Bitcoin equivale a, aproximadamente, unos 130 teravatios-hora por año (basándose en una estimación).

Al mismo tiempo, señala que los criptomineros buscan fuentes energéticas lo menos costosas posibles. Por eso mismo uno de los países con más “granjas de criptodivisas” es China, que por cierto, bajo pretexto medioambiental, ha comenzado, recientemente, a estrechar el cerco a las mismas.

Entre exageraciones relativas y detalles evolutivos omitidos, está la verdad sobre el impacto ecológico

El inversor Nic Carter, partner en Castle Island Ventures, un fondo público de riesgo basado en blockchain, y co-fundador de la start-up Coin Metrics, publicó en CoinDesk un artículo con varias aclaraciones al respecto, a raíz de un reportaje de Bloomberg que hablaba de un “negocio increíblemente turbio”.

No vamos a citar el artículo en su plena integridad, sino los puntos importantes del mismo. Uno de estos es que las transacciones de bitcoins distan mucho de las de tarjetas de crédito convencionales como las de Visa y Mastercard. Al mismo tiempo, advierte de que las segundas dependen de entramados más complejos.

Mientras que los bitcoins circulan por una mera red de esencia dispersa y descentralizada (también distribuida), las entidades convencionales dependen de varias entidades, bien como intermediarias o como reguladoras de absoluta instancia, como SWIFT, el sistema bancario y las dependencias estatales.

Continúa recordando que el equivalente de una transacción de bitcoins (que implica procesos de minería) equivaldría a más de 706,000 golpes de una tarjeta de crédito convencional que, como se ha dicho antes, no solo dependería de la misma entidad que la gestiona (ni siquiera en exclusiva del banco al que pertenezcamos).

Una apuesta por la digitalización muy contradictoria

A medida que avanza la digitalización de la sociedad, será necesario disponer de infraestructuras de IT en mayor cantidad y sofisticadas. La cantidad de información a procesar será cada vez más variable, veloz, voluminosa, valiosa y veraz (por esto entra en juego el Big Data).

De hecho, hablamos de complejos bastante sofisticados, en función de la calidad del servicio y el nivel de productividad que se quieran asegurar (habiendo bastantes niveles de sofisticación, en torno a escalas como la llamada TIER). Porque no solo será cuestión de tener el servicio en marcha.

Entrará en juego, cada vez más, un teorema triangular basado en la consistencia, la disponibilidad (preferentemente será alta) y el particionamiento (básicamente reparte el trabajo entre distintos nodos para, por ejemplo, hacer más operaciones en el menor tiempo posible).

Habrá unidades preparadas por si falla algún equipo o clúster, evitando así un caos derivado de la hipotética paralización de algún servicio (no importando si estarán funcionando simultáneamente o revertirán el estado de suspensión cuando se detecte la caída). También habrá centros de respaldo y conjuntos de clústeres (grids) en el globo.

Todo esto conllevará un mayor consumo de energía, siendo una cuestión muy diferente que la ingeniería de hardware desarrolle componentes que no solo permitan hacer operaciones en una fracción de tiempo mucho menor, sino consumiendo la menor cantidad de energía posible.

Podríamos hablar de las energías renovables, pero como se ha visto en Texas, no conviene demasiado fiarse de ellas, sobre todo, allá donde las condiciones climáticas no puedan asegurar su absoluto rendimiento. También hay mucha tela que cortar porque causan cierto impacto medioambiental en perjuicio del ecosistema.

De todos modos, la cuestión es que cuando se trata, por ejemplo, de suprimir el dinero en metálico o de desplegar sofisticados sistemas de monitorización basados en Inteligencia Artificial, no saltan las alarmas (si acaso, pueden proponer subsidios como excusa para tener más rehenes del asistencialismo estatal).

Por lo tanto, de lo que estoy convencido es que habrá mucho interés en desincentivar el uso de activos monetarios que ponen en jaque la connivencia del crony capitalism entre la banca y el estatismo. Y si les interesa, recurrirán al “mito ecologista”, que tan interesante les resulta para promover nuevos avances en el estrangulamiento económico estatista.

Ángel Manuel García Carmona

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