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Las estadísticas desmienten al Gobierno: la inflación no será “transitoria”

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Por Nathan J. Richendollar

El presidente Joe Biden comentó una vez de forma extraña en la campaña de 2020: “Milton Friedman ya no dirige el espectáculo”. Y se nota.

A principios de este mes, el Departamento de Trabajo informó de que el IPC (índice de precios al consumo) subió a su ritmo más rápido desde 1990: un 0.9 % en el mes de octubre y un 6.2 % en el año, más rápido que las estimaciones del consenso de Wall Street del 0.6 % y el 5.9 %, respectivamente.

Lo más revelador es que la aceleración de los precios sigue siendo del 0.6 % mensual si se excluyen las volátiles categorías de alimentos y energía, lo que sugiere que la inflación llegó para quedarse. Los observadores más astutos podrán notar que el cambio mensual del 0.9 % en el IPC representa una inflación más rápida que a principios de este año y que si las tendencias actuales se mantuvieran durante un año, el aumento anual de los precios en octubre próximo sería del 10.8 %. Estas cifras, francamente, borran cualquier noción de que la inflación es “transitoria” o trivial. En respuesta, el presidente declaró la inflación como su “máxima prioridad”. A juzgar por la agenda económica de la administración, esto sólo augura más problemas.

La mayoría de nuestros brahmanes económicos en Washington han diagnosticado mal las causas de la actual crisis de inflación. Observando a las clases parlanchinas o navegando por los sitios web de centro-izquierda, se deduce que existe un gran consenso entre la intelligentsia sobre quién tiene la culpa: tú. Compras demasiado, esperas demasiado rápido, eres demasiado dependiente de las complicadas cadenas de suministro y no has respetado adecuadamente las medidas de seguridad del COVID, permitiendo así que el virus siga perturbando la economía. Sólo hay que bajar las expectativas, como opina el Washington Post.

En este análisis se pasa por alto el hecho de que lo peor del COVID ya pasó en los Estados Unidos hace tiempo y casi todos los estados han suavizado o eliminado sus cierres relacionados con el COVID y el cierre de fábricas y tiendas. En la medida en que la inflación actual pueda atribuirse a un virus con una tasa de mortalidad del 0.5 % – 1 % (reportada, porque muchas personas tuvieron el virus y nunca lo reportaron), es atribuible a las consecuencias no deseadas de la exageración gubernamental: empresas que ya no existen, conocimientos que ya no se emplean, capital humano perdido, mayores costos de cumplimiento y transaccionales, etc. Mientras tanto, culpar al consumidor americano es lo que Frederick Douglass llamaría “un viejo ardid”.

En la década de 1970, los presidentes Nixon, Ford y Carter sostuvieron que la inflación se debía, en mayor o menor medida, al exceso de consumo, o a una demanda excesiva, y planes como el de Ford, “Whip Inflation Now” (WIN, irónicamente), animaban a los americanos reducir su consumo de bienes y servicios para vencer la inflación, ignorando el hecho de que obtener bienes o servicios a precios altos suele ser mejor que no obtenerlos en lo absoluto, en nombre de precios bajos.

Ronald Reagan arremetió contra esta línea de pensamiento en su debate de 1980 con Jimmy Carter cuando preguntó: “¿Por qué es inflacionario dejar que la gente conserve más de su dinero y lo gaste como quiera y no es inflacionario dejar que [el presidente Carter] tome ese dinero y lo gaste como quiera?”

A nuestros actuales responsables políticos les vendría bien un escarmiento similar.

Aunque para muchos pensadores económicos y políticos de la corriente dominante es incalificable, la causa próxima de nuestra acelerada inflación es obvia: la impresión masiva de dinero para financiar el creciente gasto público. Desde el inicio de la pandemia, el pueblo americano ha visto múltiples rondas de pagos de estímulo directo, aumento de las prestaciones por desempleo, rescates sin precedentes de empresas (pequeñas y grandes) en todo el país, así como de estados y municipios, y hemos visto otros $1.2 billones de dólares en gastos de infraestructura cuando el presidente Biden firmó el Bipartisan Infrastructure Framework, Marco Bipartidista de Infraestructuras, o “BIF”.

El diluvio ha sido tan tremendo que muchos fondos de la última ley de estímulo siguen sin gastarse. En los dos últimos años se han invertido más de $5 billones de dólares en nuevos gastos gubernamentales. Cualquiera que sea el efecto de los confinamientos por el COVID y la mala asignación de capital humano y físico por las órdenes para exacerbar la inflación, el nivel actual de gasto por parte del gobierno es el elefante en la habitación. Sin embargo, la administración propone un nuevo programa de cría de elefantes, en forma de ampliación del gasto público, como solución. El presidente insta al Congreso a aprobar el paquete de gasto social “Build Back Better” de $1.75 billones de dólares (sobre el papel, porque el costo real probablemente supere con creces esa cifra), que ayudará a “combatir la inflación“.

Este pensamiento mágico no podrá resistir las estadísticas de inflación de los próximos meses y el pueblo americano debe exigir el fin de esta locura. El gobierno creó esta crisis inflacionaria. Podría acabar con ella mañana mismo revirtiendo las políticas de dinero fácil de la Reserva Federal, eliminando las barreras al libre comercio y cerrando la llave de su propios gastos imprudentes, que es el que estimula el bombeo de dinero.

No espero que este resultado se dé pronto, pero el público americano está dándose cuenta de la amenaza de la inflación y sus causas. Los libertarios y los conservadores económicos deberían denunciar la causa de esta crisis en voz alta y con frecuencia. A este ritmo, Milton Friedman podría ser invencible en 2024.

Foundation for Economic Education (FEE)

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