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El día después de Trump

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Será el día después de Trump. Una nublada mañana de enero, mientras el frío mordisquea las mejillas de los asistentes y un puñado de cámaras de televisión compite con la marabunta de celulares para capturar la historia: en las escaleras del Capitolio Joe Biden toma potestad como presidente los Estados Unidos, ante el mal disimulado júbilo de la prensa industrializada, que de inmediato cubre todos los espacios con tiernos reportaje sobre su vida familiar y sus mascotas, interrumpiéndolos únicamente para algún análisis sobre el estilo de Kamala Harris, a la  que nombran casi en automático como la nueva representante de la moda y el buen gusto norteamericano.

Al mismo tiempo, Donald Trump sale de Washington convertido nuevamente en un ciudadano normal, ahora perseguido por una horda de reporteros agresivos que le preguntan una y otra vez sobre las investigaciones que el nuevo gobierno lanzará de manera inminente sobre su administración.

Y sí, ojalá no fuera así. Pero así será. El 11 de diciembre la Suprema Corte rechazó el planteamiento que habían presentado las autoridades de Texas para potencialmente revertir los resultados electorales en Pennsylvania y otros estados clave. A estas alturas, revertir el triunfo de Biden (fraudulento o no) se ha vuelto esencialmente imposible, de forma que el 20 de enero del 2021 Joe llegará a la Casa Blanca, jurará el cargo, lanzará un mensaje que la prensa venderá como el mejor discurso de la historia y el movimiento conservador deberá definir el camino hacia adelante.

El camino no acaba el día después de Trump

Aunque a estas alturas todavía es imposible conocer los matices que le darán color al escenario político del próximo año, hay ciertos elementos con los que podemos contar de antemano, y que nos llevan a cuatro reflexiones:

  • Primera. La derecha popular no fue un invento de Trump, existía antes que él, pero debemos reconocer que la campaña y el Gobierno de Donald representó un enorme impulso para este movimiento, que ahora enfrentará una complicada decisión: aferrarse a la persona y consolidarse como un trumpismo incluso fuera del Partido Republicano (de manera semejante a aquel tercer partido que fundó Theodore Roosevelt en 1912, justamente después de salirse del Partido Republicano) o privilegiar la lealtad institucional.

Deberán tomar esa decisión conscientes de que, en ambos lados el panorama político, las voces más extremistas, potenciadas por las redes sociales, claman por una renovada pureza ideológica, pero Twitter no es el mundo real y la mayoría de las personas en el mundo real no están dispuestas a mantenerse en una espiral permanente de polarización.

  • Segunda. Trump podrá seguir como protagonista. Quizá Donald llegaría a las elecciones del 2024 con una edad demasiado avanzada (78 años) como para gobernar en el periodo 2025-2029 con el mismo vigor que demostró entre 2017 y 2021, pero Donald Trump Jr. o algún otro miembro de la familia pueden continuar el camino y convertirse en líderes naturales del Partido Republicano. A los Estados Unidos no le gustan los reyes, pero vaya que le agradan las dinastías. Si los Bush lo lograron, con mucha mayor razón la familia Trump puede conseguirlo.
  • Tercera. Los conservadores cometerían un grave error si piensan que los difamaciones y la mala fe de la prensa en contra de Trump se debían únicamente al carácter impulsivo de este. Esas mismas acusaciones de homofobia, clasismo, xenofobia y fascismo se las ha endilgado la izquierda a los republicanos desde hace décadas, y no se van a detener ahora. La prensa industrializada enfocará sus baterías en pintar a cualquier republicano relevante con los mismos colores odiosos con los que pretendieron dibujar la figura de Trump.

En el fondo, la izquierda no perdona que alguien se atreva a enfrentársele y no podemos esperar que dejen de jugar sucio cuando lo han hecho durante décadas, contra Reagan, contra los Bush y hasta contra los muy “bien portados” McCain y Romney. La relativa civilidad de mediados de siglo no volverá pronto, y eso si es que en realidad existió.

  • Cuarta. El estilo de Trump ha dejado una huella muy importante en el Partido Republicano y en el movimiento de la derecha popular en Estados Unidos y el resto del mundo. Sin embargo, eso no significa que el futuro de estos movimientos quede en manos de imitadores.

Líderes, no imitadores

A Donald su estilo le funciona por las peculiares características de su personalidad, de su identidad, de su marca personal y de sus circunstancias políticas, pero no es una fórmula mágica. Por el contrario, si los políticos conservadores comienzan a imitar las estrategias de Trump en forma artificial, el resultado será verdaderamente grotesco.

No necesitamos un ejército de clones, sino líderes que tengan su propio estilo, que lo desarrollen de manera auténtica y que, eso sí, le aprendan a Trump que se puede ser valiente ante la izquierda, decir las cosas claras y conectar con el pueblo incluso cuando se tiene en contra a toda la prensa industrializada.

El día después de Trump será una ocasión compleja para la derecha. Será doloroso ver el desfile y el cinismo de la progresía, pero no es el fin del camino. No perdamos de vista el long game en que tanto insiste Mitch McConnell, a partir del 20 de enero del 2021 inicia la siguiente etapa y, como siempre, la elección más importante de la historia será la próxima en nuestro camino. No acaba en 2021, apenas acaba de empezar.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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