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El pasado 7 de noviembre, en su discurso de victoria, Joe Biden se comprometió a ser un presidente que no busque dividir, sino unificar y que no vea estados rojos y azules, sino Estados Unidos. Insistió en que hay que “darnos mutuamente una oportunidad”, dejar atrás la agresividad, bajar la temperatura, verse y escucharse mutuamente, sin tratar a los oponentes como enemigos.
Por supuesto, toda la prensa industrializada hizo eco a una voz el llamado de Biden acerca de que “no somos enemigos somos estadounidenses”, con titulares acerca de que ha llegado el momento de sanar. Ojalá fuera tan sencillo. Ojalá fuera cierto. Lo dudo.
Falta ver si gana, y si va en serio el discurso de la unidad
De entrada, aun falta que se resuelvan los procesos judiciales que inició la campaña de Trump. A Biden la proverbial sopa presidencial todavía se le puede caer del plato a la boca. Sin embargo, aún en caso de que gane las elecciones, el llamado de Joseph Robinette Biden dista mucho de ser suficiente como para sanar una herida que principalmente los propios demócratas le han provocado a la comunidad estadounidense.
El hecho es que para las “élites” de las grandes ciudades en las costas de los Estados Unidos, el resto de sus compatriotas son, o indeseables campiranos o minorías condenadas a agradecerle permanentemente a los liberals por su generosidad. Desde las grandes universidades y los enormes rascacielos, la sociedad norteamericana se divide en dos grandes bloques: el de los conservadores, a quienes desprecian, y el de las minorías a las que se sienten con el derecho a controlar.
Vamos, que hasta el propio Biden se le salió aquella declaración de que si los afroamericanos no estaban seguros de votar por él, es que no eran afroamericanos, y rondas similares ha lanzado en múltiples ocasiones la prensa de izquierda en contra de los homosexuales que revelan sus simpatías por el Partido Republicano.
En el fondo, y esto es lo verdaderamente grave del caso: para quienes están inmersos en la burbuja de la izquierda, los votantes y simpatizantes conservadores constituyen un grupo indigno de atención o de respeto. Les han negado un asiento en la mesa, y cuando las circunstancias los obligan a reconocer que, de hecho, existe una América distinta a la de los “valores” del liberalismo globalista, los voceros de la izquierda les montan acusaciones de racismo, xenofobia, homofobia o alguna otra fobia del mes, usándolas como pretexto para justificar el que ya ni siquiera se tomen la molestia de rebatirles a nivel de argumentos.
No hay terreno común
Para muestra basta un botón: el 14 de noviembre el LA Times le dedicó su sección de cartas del lector a los simpatizantes de Donald Trump, en un intento de escucharlos, entender qué los motivó a apoyar al candidato republicano en las pasadas elecciones y (quizá) equilibrar un poco la cobertura abrumadoramente pro-demócrata del periódico.
Las cartas eran breves y la verdad bastante tranquilas. En tiempos más sensatos, el ejercicio del LA Times no hubiera causado ningún escándalo. Sin embargo, la burbuja izquierdista se ha acostumbrado tanto a no escuchar a los demás, que consideraron básicamente una traición del periódico el que este le diera un espacio, por pequeño que sea, a los simpatizantes de Trump.
En particular, la reacción en Twitter fue dramática. Tanto cuentas anónimas como “verificadas” se lanzaron vorazmente en contra de Sewell Chan, (el editor de la sección de opinión), al son de “¿por qué una página completa?” o “no hay terreno común para compartir con ellos”, mientras que decenas amenazaban con cancelar su subscripción al periódico.
Y no, no sólo pasa en las redes. La reacción de la izquierda radical ante la manifestación de los simpatizantes de Trump en la ciudad de Washington, el fin de semana pasado, fue mucho peor. En decenas de incidentes que quedaron grabados en video, los “activistas” de “Antifa” y “Black Lives Matter” insultaron, escupieron y golpearon a quienes detectaban como simpatizantes del presidente Trump.
Ese día la violencia llegó a extremos francamente surrealistas, como el de un grupo de hombres blancos insultando a una mujer afroamericana. El acontecimiento hubiera sido noticia nacional durante 6 meses, con todo y película de Netflix, de no ser porque los blancos en cuestión eran miembros de “Antifa” y la afroamericana era una simpatizante de Donald Trump. En consecuencia, la gran prensa se quedó calladita, porque en el fondo, tanto los violentos de “Antifa” como los liberals bienportaditos de la tele, creen que los simpatizantes de Trump “se lo merecen”.
Deplorables
Ciertamente no todos los liberals y la izquierda se dedican a golpear conservadores a mitad de la calle, pero sí comparten ese profundo desprecio por aquellos a quienes consideran, en palabras de Hillary Clinton, “una cesta de deplorables”, y esto no empezó con Donald Trump. Es muy importante aclarar este punto: no es que la izquierda liberal haya despreciado a sus compatriotas conservadores debido a que estos apoyaron a Trump. El problema viene desde mucho antes.
Ese desprecio está presente en formas más o menos sutiles en las constantes referencias derogatorias de los programas de televisión y la gran prensa, cuando enfocan a los norteamericanos de las zonas rurales como tontos o fanáticos, cuando presentan como hipócritas a las personas religiosas, y -hablando de esta época-, cuando convierten en lugar común los comentarios acerca lo incómodo que les resulta a ellos como iluminados, el ir a la comida de Acción de Gracias y toparse con el tonto o malvado “tío conservador”.
Este fenómeno que puede notarse desde los años setenta (Primetime Propaganda, de Ben Shapiro es un buen análisis al respecto, enfocado en la televisión), pero se ha intensificado a partir del 2000, y en 2020 se ha consolidado en lo que hoy conocemos como “cultura de la cancelación”, que básicamente consiste en alabar la diversidad en el discurso, pero castigarla furiosamente en la realidad, de forma que uno puede ser del color y del género que quiera…siempre y cuando obedezca y piense lo que ordenan las élites de la ecología y la justicia social.
Va otro ejemplo: todavía en 2006, CNN Headline News tenía un programa con Glenn Beck, hoy eso sería impensable; habría boicots, hashtags y renuncias ¿Por qué? Porque en los últimos años la izquierda se ha encerrado en su burbuja y se ha convencido a sí misma de que los conservadores y los republicanos (es decir, la mitad del país) no merecen un asiento en la mesa, de que son tontos y deplorables y, por lo tanto, deben ser cancelados o reeducados.
En efecto, si en verdad Biden quiere sanar a América, tendría que empezar invirtiendo su capital político en corregir esta degradación totalitaria que crece dentro de su propio grupo de simpatizantes ¿Lo hará? habrá que esperar, pero de entrada inclúyanme entre los escépticos.
Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”