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Venezuela aún en crisis: la realidad fuera de la burbuja de Caracas

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Para elaborar este artículo El American consultó el testimonio de más de quince venezolanos en Venezuela

Diez de mayo. Gisela, de 52 años, se levantó a las 4 de la mañana. Se vistió, encendió el carro y manejó hasta una estación de gasolina en Ejido, un pueblo cercano a la ciudad andina Mérida, ubicada a más de 600 kilómetros al suroeste de Caracas. Ese día no llevó a su hijo menor al colegio porque no iba a poder. A Gisela le tocó estar casi 12 horas haciendo fila para recargar su carro con gasolina.

“Es la tercera vez este mes que me toca estar tantas horas en una cola para echar gasolina. Esto es increíble… Un país petrolero como este y uno haciendo fila por gasolina”, le dice Gisela a El American.

Debido al ruinoso estado de la industria petrolera —otrora una de las más grandes y modernas del mundo— Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo, tiene meses sufriendo una acentuada escasez de gasolina. La corrupción, conjugada con la desinversión, generó un impacto letal en la industria. Pero no se siente igual en el resto del país.

“Aquí en Caracas hubo unos días duros, pero de resto no ha habido esa escasez que sí hay en otros estados”, dice Pedro, padre de familia de 58 años e ingeniero, a El American. “Se paga a precio internacional o subsidiada, y se consigue muy fácil”.

En general, ese contraste se presenta en todos los sectores, no solo en cuanto a la gasolina. Por diferentes factores, en Caracas se ha erigido una burbuja distópica y completamente absurda, que vende la sensación de que Venezuela es un país boyante.

“Pero muy lejos de la realidad”, dice Gisela. “Aquí en Mérida estamos peor que hace seis años, cuando en Caracas estaban sintiendo los peores años de la crisis. Aquí la crisis sigue y ha empeorado”.

Mientras en Caracas inauguran casinos o restaurantes, en Mérida cierran emprendimientos por el deterioro de los servicios públicos. “Lamentablemente, nosotros tuvimos que decirle adiós a nuestro sueño de tener un restaurante”, contó María Helena, de 38 años, a El American. “Nunca teníamos luz. En una oportunidad pasamos 3 días sin luz y se nos dañó todo. Los clientes no estaban viniendo, porque aquí la gente no está saliendo a comer como en Caracas o en Valencia. Aquí la gente no tiene plata para ir a comer. Nuestro restaurante aguantó dos años, pero no pudimos más”.

Y Mérida es una ciudad grande. En pueblos más pequeños como en Calabozo, el estado Guárico, a 280 kilómetros al sur de Caracas, la realidad es mucho más dramática. Cuenta Juan, un estudiante de 23 años, que el pueblo “parece fantasma”.

“Cuando no hay agua, no hay luz; cuando hay luz, no hay agua. Todo está cerrado y todo es carísimo. Uno tiene que hacer cola todo el tiempo para conseguir gasolina; y además se siente la corrupción. Aquí los dueños son los militares, que hacen lo que les da la gana”, dice Juan.

AME2728. PUERTO ORDAZ (VENEZUELA), 21/04/2022.- Personas hacen fila dentro de sus vehículos mientras esperan para su turno para surtir combustible en una estación de servicio, el 31 de marzo, en Puerto Ordaz, estado Bolívar (Venezuela).  EFE/ Rayner Peña R.

La ficción de Caracas, producto del crimen

Pasear hoy por Las Mercedes, el barrio de Caracas donde se concentra la vida nocturna, es muy distinto a haberlo hecho hace unos cuatro años. Entonces, todo parecía en ruina. Locales nocturnos cerrados y restaurantes vacíos. Nadie caminaba por las calles después de las ocho de la noche. Todo cerraba temprano. Hoy es muy diferente. Las marquesinas iluminadas acosan a los carros de lujo que se estacionan fuera de los restaurantes recién abiertos que están a reventar. Porsches, Audis o Maseratis bordean las aceras todos los fines de semana. Esta pequeña postal contrasta con la idea que aún existe de Venezuela; sin embargo, todo es fantástico.

“Ha habido una cierta mejora”, dice Óscar Meza, el director del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (CENDAS), a El American. “La dolarización y la flexibilización de los controles de precio generó que ya no haya escasez. Al Gobierno le tocó dejar hacer, dejar pasar. Pero es normal. Ante la dramática crisis que teníamos, ha habido un rebote”.

Se trata de una dolarización de facto, que se ha impuesto de forma paulatina y es avalada sutilmente por el régimen de Nicolás Maduro. Actualmente, en las principales ciudades de Venezuela, la mayoría de las transacciones son en dólares. Mecanismos como las opciones de envío de dinero de los bancos americanos, Zelle, se han convertido en la principal herramienta para pagos corrientes.

Sin embargo, la profesora universitaria y consultora María Verónica Torres aclara: “Los únicos favorecidos han sido los de la clase alta, los grupos irregulares y algunos emprendedores de la clase media”.

Al final, se han constituido ciertas zonas económicas privilegiadas. Guetos a la inversa de gente que consiguió dolarizar su oficio y se ha manejado con la inercia de una especie de anomia económica. Pero es un fenómeno preciso y muy limitado. “Caracas se ha convertido en una vitrina”, dice Óscar Meza.

AME9794. CARACAS (VENEZUELA), 16/05/2022.- Un barbero atiende a un cliente en una barbería callejera, el 12 de mayo de 2022, en Caracas (Venezuela). EFE/ Ronald Peña

Los autos de lujo sirven como utilería de un set que una economía criminal ha preparado adecuadamente para los pocos privilegiados. La mayoría de los consultados por El American coinciden: es la plata del crimen organizado y la corrupción, en principio, lo que ha edificado esa ficción de prosperidad.

“El componente criminal juega un papel importantísimo, pero es muy difícil conocer la magnitud. Probablemente, muchos de los fondos de la corrupción son invertidos en Venezuela, ante la imposibilidad de que estas personas puedan invertir en otros países. La mayoría llevan procesos legales en países como España o Estados Unidos”, dice el director de CENDAS.

La Unión Europea o países como Estados Unidos han sancionado a decenas de individuos vinculados al régimen de Nicolás Maduro y a la corrupción en Venezuela. Son personas con miles de millones de dólares que no pueden gastar fuera de las fronteras de Venezuela y los países amigos del régimen chavista. Dinero que hoy podría estar circulando en Caracas u otras ciudades de Venezuela.

“Es difícil precisarlo, pero Caracas es hoy una lavadora gigante de dinero. Todos los días uno ve un restaurante nuevo, carros lujosos en las calles. Oficinas lujosas y edificios en construcción”, dice a El American el profesor universitario y economista Alberto Gómez.

“El régimen de Nicolás Maduro ha sido acusado de armar una de las mayores estructuras de narcotráfico de la región. Muchos de los funcionarios del régimen han sido sancionados y acusados por narcotráfico. No hay industria que produzca más plata que el narcotráfico. ¿A dónde crees que va ese dinero?”, agrega Gómez.

Para Oscar Meza, “mientras tengamos este régimen es muy difícil que podamos saber con precisión cuánto dinero de procedencia dudosa está siendo invertido”.

José, un estudiante de medicina de 27 años que vive en Mérida, cree lo mismo: “La crisis ha evolucionado. Las sanciones al régimen de Maduro, a sus malandros, ha hecho que ellos tengan que invertir en Venezuela. Y han pasado de estar en el rol de ladrones a tener un papel activo en la economía venezolana. Han montado sus negocios y a ellos no les conviene ni el control de precio ni el control cambiario. Por eso la crisis evolucionó”.

De acuerdo con el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, Venezuela es uno de los países más corruptos del mundo. Para el año 2021, Venezuela ocupa el puesto 177 de 180 países en la lista. Paradójicamente, hoy esos niveles de corrupción podrían tener incidencia en esa ficción de mejora que se ha alzado en Caracas o en otras ciudades principales. Pero la crisis humanitaria sigue intacta, como dice a El American la consultora María Verónica Torres. El drama acosa a millones de familias, que no pudieron colarse en la burbuja de privilegio de algunos barrios de Caracas o Valencia.

La realidad fuera de Caracas

En el hospital de Calabozo, en el estado Guárico, a dos horas de Caracas, Gabriel, de más de 70 años, pasa sus días. Fue abandonado y vive del apoyo de un par de residentes de la zona. Por una semana, quienes iban a visitar a Gabriel dejaron de ir. Al volver, se encontraron con una imagen dramática: el anciano, esquelético, completamente desnutrido y deshidratado. No comió nada durante el tiempo en el que no lo visitaron, “porque en el hospital no hay comida”, cuenta a El American uno de los dos vecinos que ayuda a Gabriel.

Por estar tumbado en la cama, sin moverse, ahora Gabriel está lleno de heridas y cicatrices. El hospital se desentiende completamente de sus pacientes y el anciano está a punto de morir de hambre. “Nadie se ocupó de ese señor. Hoy fuimos a verlo y en las heridas de la espalda le cayó gusanos. Nosotros estamos pidiendo los recursos para poder curarlo, pero aquí están esperando es que muera”.

Gabriel no come. Solo le rodea miseria. Pobreza. Nadie se ocupa. No hay autoridades. Como Gabriel, son cientos. No es únicamente el hospital de Calabozo. Son casi todos los hospitales del interior de Venezuela.

“En ningún hospital del estado hay agua”, dice Carmen Gómez, médico pediatra en San Juan de los Morros, también estado Guárico. “Nunca hay luz. No hay insumos. No hay casi medicamentos. Los equipos de protección para nosotros son escasos. Si tenemos, es porque nos los han donado diferentes organizaciones”.

Gómez cuenta que hace un par de años el techo de un hospital del estado Guárico cayó sobre un paciente. En otro momento, mientras un paciente entraba al ascensor del hospital, se desprendió. “No se cayó por completo el ascensor porque se atoró con la camilla del paciente”.

Si los médicos van a operar a un paciente deben llevar todos los insumos. En el hospital no hay nada. Cada médico debe cargar con las herramientas necesarias para cualquier operación. Y, para todo ello, a un médico le pagan menos de 100 dólares al mes. Los salarios, en general, son miserables.

De acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida, en un trabajo publicado a finales del 2021 por la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, el 94.5 % de la población está bajo la línea de pobreza. Y, en cuanto a la pobreza extrema (es decir, personas que tienen ingresos inferiores a 1,2 dólares al día), se trata del 76.6 % de quienes viven en Venezuela.

Es decir, 3 de cada 4 venezolanos son pobres. Esa es la realidad que retratan historias como la de Gabriel, Gisela o María Helena. Es lo que cuenta Carmen Gómez. Y no es una situación que vaya revirtiéndose. De hecho, según el trabajo de la Universidad Católica, la pobreza extrema aumentó casi diez puntos en un año.

Independientemente del fenómeno que vive Caracas, Óscar Meza de CENDAS dice que “el problema real, que no se podrá solucionar fácilmente, es el deterioro del poder adquisitivo”.

“Al fin y al cabo, el principal resultado de una hiperinfilación, como la que vive Venezuela, es la destrucción de la moneda y el poder adquisitivo. En febrero todavía teníamos un salario que era equivalente a un dólar con cincuenta centavos. Esto apenas se recupera a unos 28 dólares el salario mínimo, como estamos actualmente. Eso es insuficiente para una canasta humanitaria que se ubica en unos 500 dólares”, dice Meza.

CARACAS (VENEZUELA), 01/05/2022.- Manifestantes participan en una marcha para exigir mejoras salariales y beneficios durante el Día Internacional del Trabajo hoy, en Caracas (Venezuela). EFE/ Ronald Peña

“Yo solo quiero ejercer mi profesión”

“Te puedo contar tantas cosas…”, me dice Lisbeth Padilla, de 53 años, profesora egresada de la Universidad Rómulo Gallegos. “Por ejemplo, podría hablarte de cómo los estudiantes empezaron a dejar de asistir a clases, pero no por embarazo precoz, como era antes, sino por hambre”.

Lisbeth vive en el estado Guárico, y, de ser profesora por más de quince años en escuelas y universidades, hoy es empleada de servicio en casas de familia y, a veces, hace servicio de delivery.

“Trabajo en casas haciendo limpieza o mantenimiento de jardines. También entregas a domicilio. O hago cualquier otro tipo de trabajo que me salga, pero ya no soy docente, que es lo que siempre había hecho”.

La dolarización también ha impulsado a los venezolanos que aún siguen en el país a dejar sus trabajos y desempeñarse en otros oficios. Lo normal era escuchar estos testimonios en venezolanos que emigraron. Ingenieros, médicos o arquitectos que en Ecuador, Panamá o Irlanda hacían servicios a domicilio, lavaban platos en un restaurante o limpiaban en casas de familia. Pero ahora ocurre en Venezuela, sobre todo en el interior del país. Sus oficios no son igual de remunerados, en dólares, que otros trabajos.

“Y tampoco es que gano mucho”, acota Lisbeth. “Actualmente, al mes percibo aproximadamente 100 dólares. Yo con eso no puedo cubrir mis necesidades básicas. Aún hoy no como bien. Principalmente como carbohidratos, porque todo está muy costoso”.

A Lisbeth le da risa quienes dicen que “Venezuela se está acomodando”. Su testimonio coincide con lo que precisa Óscar Meza: el principal problema es el poder adquisitivo. La dolarización también ha provocado que absolutamente todos los precios aumenten y se correspondan con un mercado disociado de la realidad de la mayoría de los venezolanos.

Le pregunto a Lisbeth que qué es lo que más le afecta y, sin dudarlo, me dice: “Lo psicológico”. Hace una pausa, suspira, y se le quiebra la voz.

“Por donde yo vivo las casas se están quedando solas. Los ancianos se quedan solos. Niños que quedan en compañía de otros familiares. Perros abandonados o que dejan para que se mueran de hambre. Es triste. Es muy triste para mí. A veces me deprimo. Me siento muy afectada psicológicamente. Sobre todo porque uno estudia una profesión, con cariño y esfuerzo, y ahora estoy en esto a estas alturas de mi vida”.

“Es muy triste”, insiste Lisbeth. “Uno estudió para ejercer su profesión, no para otras tareas. No es que me avergüence lo que hago; pero es que yo soy docente. Yo quiero ejercer en una escuela que esté dotada, con buenos salarios”.

Notablemente afectada, recalca: “Yo quisiera ejercer mi profesión desde un aula y no desde una casa de familia, limpiándola”.

AME374. CARACAS (VENEZUELA), 18/05/2022.- Una mujer sostiene hoy una pancarta con rostros de presos políticos durante una manifestación para exigir su liberación, frente a la sede del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Caracas (Venezuela). EFE/ Ronald Peña

Son las 5:45 de la tarde. Es quince de mayo. Gisela está en un velorio. Su sobrino, Miguel, de 23 años, fue asesinado el día anterior. Había salido con el carro a surtirlo de gasolina en la madrugada, para evitar encontrarse con una fila demasiado larga.

“¿Hasta cuándo?”, se pregunta Gisela. “Así no podemos vivir, esto es insoportable”. Y ella sabe que nada va a cambiar pronto. Que todo sigue igual y que todo, en todo caso, va a empeorar. Que aunque inauguren un restaurante aquí o allá, nada esconde lo que viven millones de venezolanos.

“El régimen sigue, es cierto. El marco legal sigue vigente. No hay Estado de derecho”, dice Meza. Hay, por lo tanto, incertidumbre. Aún no hay libertad de expresión y son centenares quienes continúan en los calabozos de la dictadura. Cada vez hay menos libertad política; la persecución se mantiene íntegra y el crimen organizado opera sin consecuencias. En Venezuela, más del 90 % de los crímenes quedan impunes, según el Observatorio Venezolano de Violencia.

“Por la falta de certeza, no he emprendido, no he hecho nada. Hoy puede que haya algunas oportunidades; pero, ¿por cuánto tiempo más? Mañana no sabemos qué va a pasar. La realidad es que hoy gobiernan los mismos que destruyeron a este país”, dice Juan, de 23 años. Todos los días piensa en cruzar la frontera e irse a vivir a otro país.

Gracias al apoyo de Martha Hernández y Pedro De Mendonca para reunir algunos testimonios

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

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