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Las víctimas colaterales de las economías planificadas

Economía planificada

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En el 2020 la bestia negra para muchas familias fue el coronavirus, la llegada de esta pandemia originada en China nos cambió la vida a los americanos, a los europeos, a los asiáticos, a los africanos, y en definitiva, a todos los habitantes del planeta tierra.

No obstante, en mi caso personal no fue el coronavirus el que me afectó directamente. En el segundo trimestre de este año a mi mamá le detectaron una enfermedad detestable que durante semanas mantuvo a mi familia en un suspenso—rabia—tristeza bastante intensa, sin embargo, afortunadamente tras una intervención quirúrgica y una serie de tratamientos, mi mamá ha evolucionado bastante bien y los pronósticos son bastante positivos, razón por la que hasta ahora me he animado a escribir sobre esto.

Imagino que leyendo la introducción de este texto ustedes se preguntarán, ¿qué tiene que ver la enfermedad de su madre con las economías planificadas? Pues ahora mismo se los explicaré.

Como bien sabrán todos ustedes la socialdemocracia venezolana implementada en Venezuela a mediados de la década de los 70 fue evolucionando cada vez más, brindándole al gobierno cada vez más poder sobre los individuos, y a su vez, degenerando más la sociedad y destruyendo la economía, hasta que los venezolanos en vez de votar por una opción que comenzará a eliminar el estatismo de nuestro país, votó por una opción de izquierda más radical a la que venía gobernando el país: el chavismo.

La llegada al poder del chavismo rápidamente fue apropiándose del resto de industrias privadas y destruyendo las libertades que quedaban en Venezuela, a tal punto que en pocos años el sistema chavista degeneró en una tiranía.

El chavismo con sus políticas socialistas prometió que tomaría el control de la electricidad, del agua, las comunicaciones, las cadenas de alimentos, la industria farmacéutica, entre otras, para “asegurar” el pleno abastecimiento de servicios básicos, alimentos y medicinas para “el pueblo”; y sorpresa, por quincuagésima vez el modelo socialista no solo no mejoró lo que prometió arreglar, sino que lo terminó destruyendo por completo.

El día después de la operación de mi madre en mi ciudad natal se fue la electricidad, había problemas de abastecimiento de agua y también combustible, pero esto ya es algo cotidiano con lo que deben lidiar los venezolanos día tras día, sin embargo, ahora también mi familia debía lograr conseguir unas medicinas que, por supuesto, no existían en el mercado local.

En Venezuela desde hace años ha venido incrementándose la escasez de medicamentos, a tal punto que para el año 2019 había un 85 % de desabastecimiento gracias a la intervención del Estado en la economía, al control de cambios, a la regulación de precios, a la inflación, al cierre de empresas farmacéuticas por falta de condiciones para operar, entre otras. En solo un año más de 4.000 personas murieron en hospitales por falta de medicamentos tan sencillos de encontrar en otros países como un antibiótico, y este conteo no suma a todos los que también fallecieron en sus hogares u otras circunstancias sin la posibilidad de acceder al sistema de salud o medicinas. Además se estima que más de un millón de enfermos de sida pueden fallecer por falta de tratamiento, así como, 300.000 niños desnutridos y las personas que necesitan diálisis.

Las víctimas colaterales de las economías planificadas se cuentan por millones en el mundo, en nuestro país por miles, y en el caso de mi madre la salvó una serie de circunstancias y posibilidades con las que no cuentan millones de venezolanos.

En primer lugar contamos con la fortuna de vivir en un estado fronterizo a escasos kilómetros de Colombia, los tachirenses en ese sentido desde hace años hemos tenido la posibilidad de cruzar la línea fronteriza para ir al vecino país a comprar todo lo que en Venezuela no se consigue: alimentos, medicinas, repuestos para autos, herramientas, teléfonos, electrodomésticos, entre otros; en ese sentido, Cúcuta —ciudad fronteriza— se ha visto notablemente favorecida en el ámbito comercial pues los empresarios de la zona cuentan con un superávit de demanda gracias a la falta de oferta al otro lado de la raya fronteriza, solo en el 2019 Cúcuta recaudó $73.887 millones en el impuesto de industria y comercio, un crecimiento de 64% frente a 2018, año en que el recaudo fue $44.846 millones, según cifras de la Secretaría de Hacienda.

Sin ser Colombia precisamente un país sobresaliente en cuanto a libertades económicas, todavía es inmensamente más próspero que Venezuela y tiene la capacidad para copar la demanda de gran parte del vecino país en distintos rubros, y en ese sentido, todo el capital del otro lado de la frontera —una gran mayoría que llega a través de remesas del exterior— termina aterrizando en Cúcuta. 

Ahora, volvamos al caso de mi familia. Estando en Lima este año, recibí la llamada de un amigo de mi padre que quería pedirme un favor, empezamos a conversar y me comenta: “Emmanuel, no sabe lo que tuvimos que hacer para conseguir las medicinas de su mamá”, yo no sabía a qué se refería, evidentemente mi papá no me había comentado nada de lo que habían tenido que hacer para encontrar los medicamentos de mi madre —asumo para no preocuparme más de la cuenta—. El asunto es que este amigo de mi padre me comenta que tuvieron que activar a 6 personas diferentes para poder encontrar las medicinas de mi mamá en Colombia y que llegaran hasta su organismo, la cadena fue más o menos así: mi papá (1) le llamó a él (2) para que contactara a alguien en Cúcuta para buscar las medicinas, él llamó a un familiar suyo (3) del otro lado al que se le transfirió el dinero para hacer la compra, esa persona le dio las medicinas a otra (4) que cruza la frontera y puede llevar las medicinas al otro lado, ya en Venezuela las recibió otra persona (5) que a su vez se encargó de buscar un chofer que viajara de San Antonio —ciudad fronteriza— a San Cristóbal —puesto que sin combustible en el país ya casi nadie hace viajes en carretera—, el chofer (6) llevó la medicina a San Cristóbal y allí mi padre la buscó para finalmente poder llevarla a la clínica donde trataban a mi madre.  

Afortunadamente con una serie de contactos las medicinas pudieron llegar al organismo de mi madre y salvarle la vida, no obstante, millones de venezolanos no cuentan con esta posibilidad y terminan falleciendo. Lo que en prácticamente cualquier país del mundo es una transacción rutinaria —ir a la farmacia a comprar una medicina—, en Venezuela es una misión imposible gracias al socialismo que prometía “medicinas gratis para todos”, pues al destruir la cadena de incentivos para producir los medicamentos y quebrar la economía, absolutamente nadie puede acceder a los mismos.

Las medicinas hasta el organismo de mi madre llegaron un par de días después, encareciendo en más de un 400 % el producto, y pagando además una serie de favores; cuando hace unos años mi padre solo hubiese tenido que bajar en el ascensor y dirigirse a la farmacia de la clínica para hacer la compra —algo que le hubiese tomado 5 minutos y hubiese sido mucho más económico—, sin contar con que además de no haberse instaurado el socialismo mi madre hubiese tenido a sus tres hijos acompañándola y no solo a uno, además de la compañía de su única nieta, lo que emocionalmente le hubiese brindado una fuerza superior.

Actualmente en el mundo hay muchas personas queriendo llevar el socialismo a sus países, Estados Unidos especialmente goza hoy de una generación completamente seducida por charlatanes como Bernie Sanders, Ocasio—Cortez, Ilhan Omar, entre otros, que les prometen cosas gratis y que todo será hermoso sin tener que esforzarse; y del otro lado hay personas como yo, que a diario escribimos y nos pronunciamos en contra de las aberraciones que producen las economías planificadas y socialistas, y lo hacemos no por desocupados, no por odio irracional, no porque haya alguien pagándonos para hacerlo; lo hacemos porque a muchos de nosotros el socialismo nos ha destruido la vida y porque sabemos que esto no es una batalla política, es una batalla por sobrevivir.

Los jóvenes del mundo deben conocer estas historias, pues no tienen idea de qué tan rápido sus países pueden ser destrozados por las ideas de “justicia social”, y qué tan rápido tendrían que emigrar para poder sobrevivir dejando atrás todo lo que han amado en su vida. Cuando se dice que el socialismo es miseria y muerte no es una exageración hipérbole, es la traducción literal de esa nefasta ideología del mal.  

Emmanuel Rincón is a lawyer, writer, novelist and essayist. He has won several international literary awards. He is Editor-at-large at El American // Emmanuel Rincón es abogado, escritor, novelista y ensayista. Ganador de diversos premios literarios internacionales. Es editor-at-large en El American

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