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Parece que estamos viviendo en un mundo que ha mezclado las distopías narradas en La Rebelión de Atlas, Idiocracia y Harrison Bergeron. Si han estado prestando atención a las noticias últimamente, habrán notado que ha habido un descarrilamiento de trenes por aquí, un colapso bancario por allá y un montón de otros eventos desastrosos en todas partes. ¿Qué está pasando?
Todo lo que ocurre a nuestro alrededor podría ser explicado por la búsqueda desmesurada de la igualdad que se está imponiendo. No la igualdad ante la ley, sino mediante la ley.
En La Rebelión de Atlas, la protagonista lucha contra una sociedad que trata de nivelar las diferencias entre las personas a través de políticas igualitarias. En la obra de Vonnegut, Harrison Bergeron, se muestra una sociedad donde todo el mundo es igual en inteligencia, fuerza y belleza, gracias a dispositivos que impiden que los más talentosos sobresalgan. Y en la película Idiocracia, vemos un futuro aterrador a la par que hilarante donde la estupidez es la norma.
¿Cómo hemos llegado a esta descorazonadora mezcla de distopías? La búsqueda de la igualdad nos ha conducido a la limitación del potencial de aquellos que sobresalen en algún área, mediante la inclusión forzada con cuotas de gente que simplemente es incapaz de hacer bien su trabajo.
Volvamos nuestra mirada hacia el sistema educativo. Durante años, se nos ha dicho que todos merecemos la misma educación y las mismas oportunidades. Pero ¿qué pasa con aquellos que tienen un talento o habilidad especial en una materia en particular? ¿Por qué deberían ser forzados a seguir un plan de estudios que no les permita desarrollar todo su potencial en esa área? Es más, ¿por qué se lucha activamente contra el mérito —haciendo creer a las personas que lo merecen todo por el mero hecho de existir o de pertenecer a una supuesta minoría oprimida— sin necesidad de mayor esfuerzo o valores de superación personal?
Esta búsqueda de igualdad mediante ingeniería social ha llevado a la mediocridad en la sociedad. Se nos ha hecho creer que todos somos iguales, que todos merecemos lo mismo y que todos tenemos el mismo potencial. Pero la verdad es que no todos somos iguales. Algunos son más inteligentes, más fuertes, más creativos, más trabajadores, más valientes que otros. Y eso está bien.
En lugar de limitar a aquellos que sobresalen y entregar trofeos para todos con tal de no herir sus sentimientos, necesitamos una sociedad que celebre nuestras diferencias y nos permita sacar lo mejor de nosotros mismos. En lugar de tratar de hacernos iguales, necesitamos reconocer que todos tenemos habilidades y talentos únicos, y que alentando estos aspectos podemos lograr un mundo más próspero y justo.
Así que la próxima vez que vean un descarrilamiento de trenes o un colapso bancario, piensen en La Rebelión de Atlas, Idiocracia o Harrison Bergeron y pregúntense si es debido a la limitación de nuestras diferencias y a la mediocridad que nos hace creer que todos somos iguales.
Si a esto le sumamos que también parece que vivimos en el 1984 de George Orwell, donde el gobierno controla cada aspecto de nuestras vidas y censura nuestras opiniones, mezclado con el Mundo Feliz de Aldous Huxley, donde las personas son felices y se dan por satisfechas en su ignorancia, ¿qué futuro nos espera?
¿La próxima y definitiva gran obra distópica futurista la leeremos o la viviremos?
Ignacio Manuel García Medina, Business Management teacher. Artist and lecturer specialized in Popular Culture for various platforms. Presenter of the program "Pop Libertario" for the Juan de Mariana Institute. Lives in the Canary Islands, Spain // Ignacio M. García Medina es profesor de Gestión de Empresas. Es miembro del Instituto Juan de Mariana y conferenciante especializado en Cultura Popular e ideas de la Libertad.
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