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¿Por qué el bien común todavía importa?

¿Por qué el bien común todavía importa?

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Estudié ciencia política. Y cuando estudias ciencia política, escuchas a decenas de profesores que exudan realpolitik y dicen que el objeto real de la política es el poder y que creer que el objeto era el bien común es pura ingenuidad. Una cosa tan abstracta, indefinible e inalcanzable no puede ser la brújula de la acción política.

Claro, es también muy ingenuo creer que el poder y el interés propio sirven como mejores guías de la acción política debido a que son fuerzas ciegas. Otros son menos cínicos y dicen que el bien común es la libertad o la agregación de bienes particulares y, por tanto, el bien común persiste en un sano mercado de visiones privadas compitiendo entre sí.

Esa es la visión típica de hoy. Tan vacía como típica. En un fantástico artículo en The Spectator, Sohrab Ahmari criticó esta visión. El orden liberal debía intentar dejar de coronar una ortodoxia política particular y crearía una “arena liberal neutral (…) que podía ser retada por distintas nociones de lo que es la vida buena». Por tanto, en este espacio neutral «los religiosos podrían vivir felizmente al lado de los no creyentes, con todas las minorías protegidas. Así, el liberalismo pondría fin a todas las persecuciones del pasado de una vez por todas».

Esto es también bastante ingenuo. Pero se vende bien.

Como he dicho en otras ocasiones, el peor error del liberalismo es antropológico (aunque Donoso Cortés diría que es teológico, pero podemos discutir eso otro día). No entiende que el hombre es un homo adorans: tendemos naturalmente a adorar algo. Si quitamos a Dios de la ecuación, igual adoraremos algo, ya sea el dinero, el poder o algún valor superior, pero siempre daremos alabanza a alguna ortodoxia y será nuestro telos (fin último) político. El hombre en sociedad no está definido por su capacidad de alabar la neutralidad: el hombre en sociedad está definido por elegir el Bien.

No podemos escapar de esta decisión buscando «elevar la autonomía y elección individual como si fueran los más altos bienes de la vida humana» como dice Ahmari, porque «esto eventualmente crearía las condiciones de una tiranía privada, precisamente lo que la tradición cristiana y clásica del bien común siempre alertó y buscó restringir». Toda política persigue un telos, incluso si ese telos es hacernos creer que la política no debería tener un telos más allá de los fines personales.

¿Por qué se rechaza tanto al bien común?

Sin embargo, ¿de dónde viene esta visión negativa respecto al bien común? Está inscrita en la naturaleza voluntarista del liberalismo. En una reciente conferencia en la Universidad de Dallas, Chad Pecknold lo explicó: «El liberalismo moderno es un tipo de voluntarismo (…) si crees, como el voluntarista lo hace, que la voluntad es soberana, entonces tenderás a pensar que el bien común es algo enteramente extraño a nuestra naturaleza». Por tanto, bajo esta visión, el bien común es algo que nosotros conformamos en vez de ser algo que nos conforma. Así, cualquier noción externa del bien se ve como una imposición autoritaria.

No obstante, el problema está en verla como externa. No es externa si responde a nuestra propia naturaleza. Y esta es precisamente la visión católica: una comunidad política no es un contrato del cual somos parte buscando nuestra protección porque sin él estaríamos a merced de nuestros peores impulsos, como en la típica visión hobbesiana. La comunidad política no es una consecuencia de nuestra naturaleza caída, sino que es algo bueno en sí mismo que responde a los deseos de nuestra propia naturaleza social.

Santo Tomás de Aquino consideraba que el Estado se fundamenta en la propia naturaleza del hombre. Los humanos no son individuos aislados que puedan alcanzar sus propios fines puramente como individuos. El ser humano es, por naturaleza, un ser político nacido para vivir en comunidad. Esto no es un aspecto secundario del hombre que surja de su concupiscencia, si no algo que Aquino ve como deseado por Dios.

Ciertamente, uno de los fundamentos del Estado es el propio egoísmo humano y su tendencia autodestructiva, pero Aquino también reconoce a su tendencia social como una fuerza tan poderosa como su egoísmo. Por lo tanto, esta suerte de egoísmo ilustrado donde el bien común es una imposición extraña no va de la mano con la visión tomista: la cohesión de una sociedad no se mantiene por la fuerza que limita las tendencias egoístas del hombre, si no por la persecución de fines comunes o, si se me permite, del bien común.

Por tanto, no es extraño ver cómo en las sociedades modernas se pierde exponencialmente esta fuerza de cohesión. No hay sentido de fines comunes que la sociedad debería perseguir en su conjunto, si no solo bienes individuales aparentes. Sin embargo, la naturaleza adorante del hombre ha llevado al surgimiento de una nueva ortodoxia progresista que intenta imponer fines comunes desde arriba y por la fuerza que no sirven para cohesionar a la sociedad.

¿Se puede reducir el bien común a un solo principio?

Ahora, podemos preguntarnos: ¿puede este bien común ser reducido a un solo principio o debemos dejar que cada comunidad política defina su propio bien común?

Hablar de bien común es incómodo para los conservadores porque suena al tipo de política geométrica que Edmund Burke odiaba. Acá, por geométrica me refiero al tipo de imposición desde arriba que no fluye desde las bases de la tradición de una comunidad si no que se impone forzosamente por las élites.

Este asunto fue maravillosamente resumido en una discusión entre el padre Edmund Waldstein y Yoram Hazony a raíz de un artículo de Waldstein que Hazony criticó. Hazony criticó reducir el dominio del bien común a un solo principio puesto que creía que es el mismo error que cometen los liberales cuando lo reducen a, por ejemplo, la libertad:

«Cuando intentas reducir el bien común o el interés nacional a solo la libertad individual, te ciegas ante los otros elementos que operan en este dominio (…) un gran ejemplo es cómo los liberales están cegados a los riesgos del libre comercio con un poder hostil como China porque creen que los individuos privados deberían ser libres de hacer negocios con quien quieran (…) no importa si dices que tu “bien común primario” es la paz, el orden, o cualquier otra cosa. Vas a recrear este mismo tipo de ceguera política».

Al final, Hazony defiende un tipo de agnosticismo práctico ante el bien común y dice «el balance entre los fines propios del gobierno cambian con las circunstancias a las que se enfrenta la nación».

Aunque esta visión parezca más realista, no creo que sea apropiada. Primero, indirectamente niega que la razón pueda descubrir cosas que sean buenas en sí mismas en todo tiempo y todo lugar, el cual es el tipo de nihilismo moral que nos trajo a la posmodernidad. Y, segundo, porque si toda comunidad política define sus propios fines adecuados de gobierno y sus valores políticos, entonces no tenemos un criterio último bajo el cual podamos criticar las atrocidades cometidas en ellos mientras no sean imposiciones “geométricas” de una élite política.

Claramente, reducir el bien común a un solo principio no significa que no haya espacio de acción. El padre Waldstein admite que “las tradiciones y costumbres de un pueblo no pueden ser ignoradas. Uno debe trabajar con lo mejor en las tradiciones particulares (…) aunque haya algo universal en la virtud humana (…) habrá formas diversas concretas de realizar la virtud en distintos lugares”. Así, aunque el fin último no cambie, sus circunstancias sí divergen y son adaptables.

Al final, el problema surge de creer que el bien común es una imposición extraña y no algo que el hombre desea en la profundidad de su propia naturaleza. Por eso, el padre Waldstein dice en una carta a Sir Roger Scruton:

«Creo que el problema con el liberalismo paternalista contemporáneo no es que sea paternalista y educativo, sino que tiene una falsa concepción del bien y por lo tanto lleva a los sujetos hacia su propia destrucción».

Considero que esta es una discusión todavía abierta. Pero también creo que solo hay que pasar media hora en redes sociales para darnos cuenta de que necesitamos mayor cohesión y fines comunes que perseguir o la sociedad se quebrará. Después de todo, ¿no dice el preámbulo de la Constitución americana que su primer fin es la formación de «una Unión más perfecta»? 

Edgar is political scientist and philosopher. He defends the Catholic intellectual tradition. Edgar writes about religion, ideology, culture, US politics, abortion, and the Supreme Court. Twitter: @edgarjbb_ // Edgar es politólogo y filósofo. Defiende la tradición intelectual católica. Edgar escribe sobre religión, ideología, cultura, política doméstica, aborto y la Corte Suprema. Twitter: @edgarjbb_

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