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Los Sussex y Buckingham Palace

Los Sussex y Buckingham Palace, EFE

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No. No tiene nada que ver con farándula. Por el contrario, tiene que ver con poder, conflicto y autoridad, es decir, los elementos clásicos de la política y de lo político, y por lo tanto también con los elementos de estudio de la ciencia política. Aún más, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ha tenido una monarquía constitucional desde que la Revolución Gloriosa de 1688 transfiriera el poder al Parlamento.

En otras palabras, hablamos de una institución básica para la estabilidad del país, Estado y sociedad, pero también una institución regida por la ley, y obediente de esta. Quizás, tanto el carácter de la monarquía como el tema de la ley fue el origen de este problema y lo que se le escapó a los Duques de Sussex.

Confieso que cuando llegué a Colchester en 1976 a iniciar mis estudios de postgrado en la Universidad de Essex, me sorprendí por el genuino respeto que notaba en todas partes, desde la calle hasta lugares más bien liberales como son los universitarios. Me costó aceptarlo, por lo que decidí al menos entenderlo, y dediqué parte de mi tiempo en la universidad a reducir mi ignorancia.

Fue así como hice uso de los recursos de una buena biblioteca como también del acceso a la orientación de profesores y las conferencias que había sobre el tema. También me inscribí como oyente en un curso sobre la monarquía. Mi mayor descubrimiento fue cuan reglamentado estaba en temas de recursos públicos y de los deberes de la familia real, si los deberes, no solo de la reina, sino de todos aquellos que recibían privilegios y recursos públicos de los británicos.

Aprendí también que mucha de esa legislación proviene del término de la primera guerra mundial, ya que la monarquía británica tiene orígenes germanos por sangre, matrimonio e incorporaciones. En 1914-1918 era considerada derechamente de origen alemán, entonces el enemigo, a pesar de que todo estaba ya muy mezclado, toda vez que también estaba vinculada al último zar de Rusia (y posteriormente, en el caso de Felipe, el esposo de Isabel II, había componentes griegos y daneses). El caso fue que junto con el término de la guerra apareció la familia real con transformación inglesa de sus apellidos y la Casa Real paso a ser la de Windsor hasta nuestros días. También apareció una legislación mucho más precisa y en detalle.

Imagino que para millones de personas debe haber sido toda una revelación observar la (exagerada) cobertura de la televisión a través del mundo y el muy sincero aprecio de los británicos hacia la institución monárquica y la reina a la que despedían. La verdad es que, al terminar en mis estudios en 1980, me fui de Inglaterra sin entender del todo el fenómeno, que incluso ha llevado que, en un país de inmigrantes, pero de similar cultura como Australia, plebiscito mediante, hayan decidido mantener a la Reina como jefe de Estado.

Había -eso si- logrado disminuir mi ignorancia, entendiendo que la institución de la monarquía constitucional era clave para comprender porque el Reino Unido (y antes solo Inglaterra) si tenía una Constitución, solo que no era escrita. La tenía porque una constitución es por, sobre todo, y quizás desde la Carta Magna, un documento jurídico que marca entre otras cosas la institucionalidad de un país, a diferencia de nuestra América Latina, donde se ha instalado la popular idea del realismo mágico, que una constitución es un documento donde se inscriben nuestros deseos, independientemente de su factibilidad o recursos.

“The Crown” ha sido un éxito en todo el mundo y yo me confieso adicto a la serie, y su excelente reconstrucción de la época de Isabel II en el trono. No me engaño que no es un documental o un libro de historia, sino una muy buena serie de TV, que para ser vista debe combinar hechos reales con una muy buena presentación, que por sobre todo debe ser entretenida y no necesariamente 100% cierta, solo plausible. Y quizás un hecho muy probado es que Churchill dijo a sus cercanos que prolongaba su estadía como primer ministro para colaborar en explicarle a la entonces joven monarca cuales eran sus funciones a partir de su coronación en 1953, permaneciendo en el poder hasta 1955.

Pero volviendo a los Duques de Sussex, la monarquía del Reino Unidos tiene una diferencia con las europeas como las escandinavas o los Países Bajos, y lo es la particular situación que la gente en forma muy mayoritaria la siente como propia, incluyendo a los integrantes de la familia real. Ese muy positivo sentimiento deja de serlo, cuando existe la prensa tabloide que cual moledora de carne toma a cada uno de los integrantes e informa y destroza sin piedad, ya que son seres humanos como todos, quedando los defectos de cada situación muy expuestos y abiertos a la crítica de un público interesado y ávido.

Esa presión mediática es muy difícil para cualquier persona, y aún peor, cuando en el caso de Lady D, muchos años después, la BBC nada menos, reconociera que hubo engaño e información falsa por parte del periodista que la entrevistara para así lograr que dijera lo que dijo acerca de su marido y la ruptura.

Debe ser muy difícil integrarse desde afuera a este tipo de familias, más bien, instituciones. Y no solo lo digo por Diana de Gales, sino también por la más antigua de las monarquías, la de los crisantemos, la de Japón. Es el caso de Masako, quien hace más de 20 años se integró desde una función diplomática al Palacio Imperial como prometida de Naruhito. Masako era popularmente conocida como la princesa triste, hecho que fue aceptado cuando la Casa Imperial reconoció que tenía depresión. Y Lady D y Masako sabían mucho mejor que Meghan lo que les esperaba.

Cuando Harry y Meghan plantearon a la reina y a la familia sus deseos de abandonar sus deberes, aunque fuera parcialmente, manteniendo sus privilegios, creo que se equivocaron, y no solo porque existía esta historia, sino porque no había nada que negociar. Cuando se fueron, la prensa tabloide califico esta situación como “megxit” en alusión al ‘brexit”, pero en el caso de la pareja no había nada, absolutamente que negociar, por la sencilla razón que violaba la ley, toda vez que los privilegios y dineros anuales que se entrega a cada integrante que cumple funciones reales, es a cambio de su dedicación y no como un derecho que puede ser cambiado unilateralmente por Buckingham Palace.

En otras palabras, simplemente no se podía acceder, sin crear para la Casa Real un problema mayúsculo de carácter legal, además de constitucional, ya que rompía con el acuerdo básico de respeto a la legalidad por parte de la monarquía. Hubiese sido un escándalo en toda regla.

La verdad es que los Duques querían lo mejor de ambos mundos, inaceptable también para una reina que como Isabel hizo de ese respeto una característica de su larga permanencia de siete décadas.

Meghan venia desde afuera, desde otro mundo, pero sorprende el desconocimiento de Harry sobre la regulación legal de la institución monárquica, evidencia que, a diferencia de su hermano, nunca fue preparado para ser rey. Entendible que quisiera tomar otro camino en la vida, pero lo correcto hubiera sido renunciar a sus deberes como lo hicieron otros integrantes a través de la historia, incluso al trono mismo.

¿Pero valía lo mismo la pareja para su proyecto de vida y el ingreso esperado, sin su vinculación a la familia real? Pienso que no. Incluso ser los Duques de Sussex no es algo menor, toda vez que fue conferido por vez primera el 24 de noviembre de 1801 al príncipe Augusto Federico, sexto hijo del Rey Jorge III y su esposa, la reina Carlota.

Se ha hablado que el contrato con Netflix tuvo un valor de US$100 millones de dólares, puede ser una cantidad exagerada, pero sin duda que lograron mucho más de lo que podían aspirar con su función en la estructura monárquica. Sin este atractivo, simplemente se devalúa su valor de mercado.

Creo que el error fue pensar que podían obtener ambos, sin tener que optar, como correspondía. Creo además que su desempeño desde que decidieron irse ha sido desafortunado, y ello se refleja en la muy pobre imagen que tienen hoy en la opinión pública británica. Meghan quien ha tenido confrontaciones surtidas con su propia familia de sangre, fue extremadamente injusta al sugerir que había existido racismo de parte de Buckingham Palace.

No sé de otras personas, pero la Reina había tenido un comprobado desempeño lejano al racismo, o de otra manera no se explica que sea jefe de Estado de tantas naciones de África y el Caribe, ampliamente reconocido por Margaret Thatcher al relatar su condena al Apartheid de Sudáfrica.

No creo que su ultimo documental y lo que se diga en los siguientes sea respondido por la Casa Real. Por el contrario, probablemente al igual que fueron invitados al funeral lo serán a la coronación de Carlos III. Es lo que corresponde por lo demás.

Nada especial, ya que esta no es una pelea personal, exactamente lo que los Duques no han entendido. Tampoco comprendieron que, si deseaban otro proyecto de vida, lo que correspondía era renunciar, nunca la denuncia.

Ahora se anuncia para el 10 de enero la publicación de las memorias del príncipe Harry y probablemente seguirá en el lucrativo camino de la victimización, solo que en algún momento terminaran los secretos a ser contados, y volverá a enfrentarse al dilema de qué hacer con su vida.

En mi caso, después de tantos años de observar las distintas motivaciones de las figuras públicas, el comportamiento de los Duques me parece particularmente equivocado, por lo que no puedo sentir simpatía, que tampoco parece existirla en el Reino Unido.

Regreso al inicio de esta columna. No es farándula, sino una institución clave del país. Los Duques plantearon un conflicto, pero el poder y la autoridad estaban en el otro lado, que contaba con los atributos que pedían los romanos tanto para el poder como la influencia, por un lado, la auctoritas, es decir, el titulo o derecho para hacerse respetar, como también la potestas o la capacidad efectiva para hacerse obedecer, toda vez que también la ley aparece del lado de Palacio.

Por ello, ante el fracaso del desafío de los Duques, probablemente en Buckingham Palace se dará vuelta la hoja y una relación formal pero muy helada es la que se le ofrecerá a Harry y Meghan, por lo que como conclusión hay que recurrir esta vez a los griegos, quienes hablaban de las dos fases de las relaciones políticas, y en la forma que fue planteado el conflicto esta relación lo es, la fase agonal (de la palabra griega agón, es decir lucha), y la fase arquitectónica, (de la palabra griega arkitekton, es decir, construcción).

En otras palabras, todo lo que tiene que ver con poder es un proceso, pugnas seguidas de acomodamientos, por lo que hay que prepararse para una nueva realidad, esta vez definitivamente sin Harry ni Meghan en las actividades que no sean estrictamente familiares.

Y yo sigo igual que cuando llegué y me fui de Inglaterra, aunque con más información y comprensión, sigo respetando, pero sin entender del todo, la tremenda popularidad de la institución monárquica.


Este artículo forma parte de un acuerdo entre El American y el Interamerican Institute for Democracy.

Ricardo Israel es un reconocido escritor, bogado, analista político y académico chileno. Fue candidato presidencial de su país en 2013. Actualmente hace parte del directorio del Interamerican Institute for Democracy // Ricardo Israel is a renowned Chilean writer, lawyer, political analyst and academic. He was a presidential candidate in his country in 2013. He is currently a member of the board of directors of the Interamerican Institute for Democracy

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