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El socialismo woke sigue aspirando al exterminio de las “clases enemigas”

El código criminal del socialismo soviético proscribió toda acción o inacción subjetivamente sospechosa al totalitarismo estableciendo un terror. Al respecto, Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag afirmó que “no hay palabra, pensamiento, acción o falta de acción bajo los cielos que no puedan ser castigados por la mano pesada del Artículo 58”, que tipificaba delitos por omisión e intención presunta sin tentativa, con penas de entre 5 años y 30 años.

10 años o más por: “Relaciones conducentes a sospecha de espionaje” o por “sospecha de espionaje” mientras al “espionaje no demostrado” correspondía automáticamente la pena máxima. Mientras la mera relación familiar con un condenado se tipificaba como delito.

El artículo 58 penaba “el socavamiento de la industria estatal, el transporte, la circulación monetaria o el sistema de crédito, así como de las sociedades y organizaciones cooperativas, con fines contrarrevolucionarios” y definía ese “socavamiento” como “oponerse a su funcionamiento normal”. Lo “normal” en opinión de los tribunales soviéticos habría sido que los objetivos imposibles de la irracional planificación central se cumplieran y excedieran. Lo común era que siendo irrealizables no se alcanzaran realmente. La realidad misma se oponía al voluntarismo soviético y, siendo imposible castigarla penalmente, castigaban a infinidad de “cabezas de turco” inocentes. En resumen, la legislación soviética condenaba a entre 5 y 30 años a cualquiera cercano a lo que el poder soviético encontrase “sospechoso”.

¿A que debía atenerse el esbirro soviético para determinar que era “sospechoso”? Pues Melgunov explica que un jefe de la NKVD lo aclaro perfectamente a sus esbirros en 1918:

“No busquéis, durante la investigación, documentos o pruebas sobre lo que el acusado ha cometido, mediante acciones o palabras, contra la autoridad soviética. La primera pregunta que debéis formularle es la de a qué clase pertenece, cuáles son su origen, su educación, su instrucción, su profesión”.

Tal vez porque intuía la necesidad de la arbitrariedad para establecer el terror Marx jamás definió realmente la “clase social”. Y los marxistas soviéticos y filo-soviéticos no teorizaron gran cosa sobre la doble moral que practicaban.

Eso lo teorizó el jurista y filosofo nacionalsocialista alemán Karl Smith, para quien la clave de la política era la lucha que dependía de distinguir entre “aliados y enemigos” a partir de cualquier elemento subjetivo de identidad que permitiera reconocerse como parte de un grupo y ver a otros como ajenos.

Los teóricos neo-marxistas de la Escuela de Frankfurt rescataron a Karl Smith y, en una síntesis de marxismo y psicoanálisis, lo usaron para manipular cualquier contradicción, real o aparente, como conflicto “histórico” revolucionario, multiplicando “ad infinutum” tanto “clases enemigas” como “clases revolucionarias”.

Herbert Marcuse define “clases enemigas” para deshumanización al “enemigo de clase” al teorizar que:

“Libertad es liberación, un específico proceso histórico (…) la tolerancia no puede ser indiscriminada e idéntica con respecto a los contenidos de expresión, ni de palabra ni de hecho; no puede proteger falsas palabras y acciones erróneas que (…) contradicen y frustran las posibilidades de liberación (…) ciertas cosas no pueden decirse, ciertas ideas no pueden expresarse, ciertas orientaciones políticas no pueden sugerirse (…) la distinción entre verdadera y falsa tolerancia, entre progreso y regresión puede hacerse (…) La supresión de lo regresivo es un requisito previo para el fortalecimiento de lo progresivo (…) la tolerancia liberadora significaría intolerancia hacia los movimientos de la derecha, y tolerancia de movimientos de la izquierda. En cuanto al objetivo de esta tolerancia e intolerancia combinadas (…) se extendería a la fase de acción lo mismo que de discusión y propaganda, de acción como de palabra…”.

Los “unicornios y arcoíris” woke se revelan como el maquillaje de un brutal proyecto totalitario, cuando tras descifrar la intencionalmente obscura jerga de sus teóricos entendemos que afirman que “no hay palabra, pensamiento, acción o falta de acción bajo los cielos que no puedan ser castigados” por activistas revolucionarios organizados como turbas de linchamiento reales y virtuales hoy que impongan el terror “social” mediante el que mañana impondrían una revolucionaria policía política con fiscales y jueces revolucionarios aplicando una ley concebida para servir de arma de destrucción de las cambiantes clases enemigas. Ni más, ni menos.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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