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A pocos meses de unas elecciones cruciales, la extrema izquierda amenaza con tomarse Colombia

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La gente está molesta. Un taxista en la costa colombiana me dijo: «Lo que importa aquí es que no ganen los mismos de siempre». En gran parte de Colombia, ese es el ánimo. Parece la Venezuela de los noventa: todos estaban hartos de su clase política y, en consecuencia, le apostaron a un militar golpista que terminó hundiendo al país en la peor crisis que ha visto el hemisferio occidental. En Venezuela, en las elecciones de 1998, era Hugo Chávez. En Colombia, en las elecciones presidenciales de 2022, puede ser Gustavo Petro.

El miedo de que Colombia termine como Venezuela no es infundado. Las estrellas están alineadas. Tienes una crisis económica, sobre todo consecuencia de la pandemia. Tienes los errores acumulados de los últimos dos Gobiernos y el rechazo a los partidos políticos tradicionales. Una nueva generación que no recuerda cómo era Colombia antes del Gobierno de Álvaro Uribe, que sometió a la guerrilla comunista y le permitió al país revivir. Esa misma generación que está convencida de que todos los problemas de hoy son culpa de la derecha. Y tienes a un candidato de extrema izquierda, con un pasado manchado de sangre, disfrazado de cordero pero cuyas ideas verdaderas podrían significar la importación del modelo chavista a Colombia, un país que había podido eludir el Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez.

«A mí me gusta Gustavo Petro. No sé si es de izquierda o derecha, eso no me importa. Eso no le da de comer al pueblo. A mí lo que me importa es que ese man habla con la verdad», me dijo el taxista. Él sabe que en Venezuela hay una dictadura. Que esa dictadura es comunista y que Gustavo Petro comparte con ella muchas de sus ideas (sino todas). Pero no le importa. El taxista solo quiere que pierdan los que él llama “la clase política”.

Y es paradójico, porque Petro también pertenece a esa clase política. De hecho, es uno de los candidatos a las elecciones presidenciales de mayo de 2022 que es más político. Gustavo Petro, el abanderado de la extrema izquierda para los próximos comicios, solo ha sido político en su vida. Nada más. Fue miembro de la cámara de representantes, secretario de Colombia ante países europeos, senador y alcalde de Bogotá, la capital del país. Como muy bien ironizó la precandidata del partido uribista María Fernanda Cabal hace poco en un debate: «Gustavo Petro no ha vendido ni un chicle en un kiosco».

Pero, es cierto y debo aclarar, antes de su paseo por la política sí fue algo más: Petro fue guerrillero. Militó en el grupo armado comunista M-19, muy activo en la lucha armada en los años ochenta y autor de uno de los peores atentados terroristas que ha sufrido Colombia: la toma del Palacio de Justicia, en el que el M-19 asesinó a 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Atentado que, por cierto, Gustavo Petro continúa justificando.

Con un discurso incendiario y pese a diferentes escándalos de corrupción, Gustavo Petro se ve inmutable. Su retórica no difiere tampoco de la de Hugo Chávez antes de ganar las elecciones en 1998. Él, como Chávez entonces intentó distanciarse de Fidel Castro, dice que no tiene nada que ver con el proyecto de la Revolución Bolivariana. Retaliación, vendetta, control de la prensa, lucha de clases, expropiaciones, la desigualdad y redistribuir la riqueza. Todo es parte del discurso de Petro.

Petro luce inmutable y lleva una gran ventaja sobre el resto de candidatos. El 29 de mayo serán las próximas elecciones y apenas a siete meses de la fecha, Gustavo Petro guarda una importante distancia en las encuestas con respecto a sus contrincantes. En el último sondeo de la revista SEMANA, Petro tiene el 19,7% de intención de voto de los colombianos. El candidato que le sigue, Sergio Fajardo, cuenta con 5,8% de intención de voto. La brecha es demasiado amplia y es preocupante, aunque aún falten varios meses para las elecciones.

Sobre todo es inquietante porque Colombia atraviesa una depresión política importante. Hay una importante crisis de liderazgo. Un muy reconocido líder empresarial de la región de Antioquia me decía hace poco: «Este siglo fue dominado por Álvaro Uribe. No hay duda de que ha sido el político más influyente de la historia contemporánea de Colombia, eso siendo sobre todo consecuencia del éxito de su gestión en materia de seguridad. Entonces, Uribe tuvo el poder de elegir a sus sucesores. Primero propuso a Juan Manuel Santos, y la gente lo escuchó. Luego Santos lo traicionó y la gente quiso coquetear con sus acuerdos de paz. Pero luego, la gente volvió a escuchar a Uribe y votó por Iván Duque. Ahora la gente está decepcionada porque ni el Gobierno de Santos fue bueno ni el de Duque ha sido bueno».

El Centro Democrático, partido de Álvaro Uribe, ha tenido un peso fundamental en la política colombiana y casi que un control total por largos períodos de tiempo. Actualmente es mayoría en el Senado; pero, muchos de sus críticos arguyen, se ha desdibujado. El mismo empresario me decía que la gente lamenta que el proyecto de Uribe y su partido se hayan ablandado ante el avance de la extrema izquierda en Colombia. Bajo el Gobierno de Juan Manuel Santos, el entonces presidente logró infiltrar sus acuerdos de paz en contra de la voluntad de los colombianos, que los rechazaron en un plebiscito. La consecuencia más palpable de esos acuerdos de paz ha sido la presencia de miembros del grupo guerrillero comunista FARC en el Congreso y el Senado. Esa realidad no ha podido ser alterada por el Gobierno de Duque, que ha tratado de mantenerse estable sin desmontar todo el entramado de la izquierda.

De esa frustración con el Centro Democrático y el uribismo se ha valido la precandidata más interesante del partido de Álvaro Uribe: la senadora y empresaria caleña María Fernanda Cabal. Ella, astutamente, aún siendo del partido del Gobierno, se ha distanciado tajantemente de la administración de Iván Duque y de algunas de las propuestas y posturas del mismo Álvaro Uribe. Apela a su libertad de expresión y el valor de la crítica dentro de un ecosistema democrático, como el que aspira a ser el del partido del uribismo. Ese distanciamiento y autonomía le ha permitido posicionarse como la voz discordante, pero sensata y firme, dentro del partido del Gobierno.

Al final, María Fernanda Cabal le apuesta al uribismo originario. Ella, fiel admiradora del expresidente Uribe, propone retomar la naturaleza firme y aguerrida del uribismo. Y, aunque tiene muy poco en campaña presidencial y es la primera vez que se lanza, ya figura en las encuestas: en el sondeo de SEMANA logró el 3,2% de la intención de voto, por encima del excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga, quien parece ser la apuesta principal de Álvaro Uribe para estas elecciones de mayo.

Ahora, el problema sustancial es que no hay un candidato definitivo para enfrentar a Gustavo Petro, quien lleva años amasando apoyo y posicionándose como la única alternativa de la extrema izquierda colombiana. Petro no anda en pugnas ni trata de hacerse con la representación de la izquierda a codazos. Es el candidato predilecto y tácito. Mientras, sus contrincantes se debaten el pase al cuadrilátero. El riesgo reside en que en el camino el resto de candidatos se desgasten y Petro, en cambio, continúe acumulando capital.

Un elemento le juega en contra, sin embargo: las manifestaciones de principio de este año en Colombia terminaron siendo una bendición escondida para el Gobierno de Duque y los contrincantes de Petro. La brutalidad de los manifestantes, la crudeza de los disturbios y las devastaciones impulsó a gran parte de la sociedad colombiana a denunciar los excesos de las protestas. Y el principal líder al que la mayoría vincula con los manifestantes es Gustavo Petro. Esta relación, más los escándalos de corrupción que ha apilado por varios años, convierten a Petro en el candidato más odiado, pese a ser el que cuenta con más intención de voto. Es decir: aunque muchos votarían por él, son más los que lo desprecian y probablemente acompañarían a cualquiera que sea su alternativa. Solo hace falta un contrincante que no despierte tantos odios.

El economista y escritor español Daniel Lacalle nos dijo esta semana a Vanessa Vallejo y a mí que es legítimo el rechazo de la sociedad colombiana a la clase política tradicional. Que es comprensible, pero que eso nunca puede impulsar a un país a suicidarse. Muchos analistas y reconocidas personalidades han precisado en Gustavo Petro una amenaza a la democracia de Colombia. Hasta el mismo expresidente Donald Trump lo llamó “socialista, gran perdedor y antiguo líder guerrillero del M-19”.

En una reciente revelación ante la justicia española, el ex jefe de espías de Venezuela, Hugo Carvajal, dijo que el régimen de Venezuela había financiado a varios políticos latinoamericanos, entre ellos a Gustavo Petro. Desde hace años Petro viene manteniendo una relación espinosa con el chavismo; sin embargo, le ha costado mucho distanciarse definitivamente. Petro ha abogado por restablecer relaciones con el régimen de Caracas, ha denunciado un “bloqueo” por parte de Estados Unidos o Colombia y apoya un diálogo con el chavismo.

Dori Toribio auf Twitter: "Trump tuitea también sobre Colombia. Felicita a  Uribe, “aliado de nuestro país en la lucha contra el castro-chavismo”.  Asegura que Biden es “débil ante el socialismo y traicionará

Si es cierto que Petro ha sido financiado por el chavismo, que va a restablecer las relaciones con Maduro si es presidente y que es un auténtico socialista, no es exagerado afirmar que su triunfo implicaría el suicidio de los colombianos. Su propuesta populista es respaldada por los dirigentes de la extrema izquierda colombiana, por comunistas y por los guerrilleros de las FARC. Si las elecciones presidenciales en Colombia son hoy, según las encuestas, gana Petro. Esto es muy grave y alarmante. Implica un reto enorme para todos los candidatos y obliga al país a coordinarse para evitar que un proyecto liberticida, que amenaza directamente con expropiaciones, impuestos y agresiones a la propiedad privada, llegue al poder en un país tan importante para el hemisferio Occidental.

Orlando Avendaño is the co-editor-in-chief of El American. He is a Venezuelan journalist and has studies in the History of Venezuela. He is the author of the book Days of submission // Orlando Avendaño es el co-editor en Jefe de El American. Es periodista venezolano y cuenta con estudios en Historia de Venezuela. Es autor del libro Días de sumisión.

1 comentario en «A pocos meses de unas elecciones cruciales, la extrema izquierda amenaza con tomarse Colombia»

  1. Pura basura escriben. Beso escribieron de Castillo en peru, de lopes obrador en mexico, en argentina. Etc. Pura basura. Y al final los izquierdistas ganan y se van y ustedes asustando la gente. Our mierda escriben

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