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Gorbachov en Caracas

Gorbachov en Caracas

Los recientes despachos noticiosos informan de la muerte accidental de Ravil Maganov, CEO de Lukoil, quien cayó de un muy bestial sexto piso del hospital central de Moscú a través de una ventana. Las ventanas moscovitas suelen ser endebles y peligrosas especialmente si están a cargo de los agentes del Kremlin. Si no resulta el desprendimiento se recomienda el polonio o el novichok del cual pueden hablar con propiedad el opositor Alexei Navalny o el exespía ruso Sergei Skripal. Estos son los accidentes rusos, práctica inaugurada por Lenin y Stalin, especialmente por el padrecito Dzhugashvili quien insistía en despedir de este mundo, con motivo y sin motivo, a los que pudieran o no llevarle la contraria. Recordemos lo que sostuvo el escritor Arthur Koestler en El cero y el infinito: “El partido no se equivoca nunca”. Las tiranías se comportan así y nunca desamparan a sus enemigos. Cuando lo hacen ya es tarde y la víctima ha caído del ventanal o comienza a sentir el veneno culebreándole el cuerpo. Maganov había sido un crítico de la invasión de Putin a Ucrania. No se sabe si lo dijo sobrio o bajo los efectos del vodka, pero lo dijo: de allí el ventanazo. El vodka también ha ocupado un lugar de importancia en la vida rusa. Algunos derivan su origen de la necesidad de fabricar un destilado que resistiera al invierno. Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalin logró controlar su abastecimiento dentro de sus diabólicos planes para tener en un puño a la población. Según Anne Applebaum en un muy recomendable artículo que acaba de aparecer en The Atlantic, “Gorbachev Never Realized What He Set in Motion” (“Gorbachov nunca se dio cuenta de lo que puso en marcha”), el recientemente fallecido líder soviético también quiso controlar el consumo de vodka, y de ello derivó la pérdida de ingresos fiscales, la producción ilegal, el repunte del mercado negro y el “punto de inflexión que envió a la economía soviética a su espiral mortal”. Appelbaum agrega que el cambio real tuvo que esperar hasta la tragedia de Chernobyl a partir de la cual el régimen impulsó el glasnost (apertura) y la perestroika (reconstrucción). Pero una vez que se abrieron las compuertas de la discusión terminó llevándose a todo el sistema, provocando el colapso del imperio soviético y la desintegración de las repúblicas populares satélites de la URSS. Mijaíl Gorbachov no detuvo este proceso por lo que hay que darle las gracias “por lo que no hizo”, agrega Appelbaum. Ese “laissez faire, laissez passer” fue lo que provocó los cambios históricos y la llegada del mercado en el que el líder no creía.

Recientemente, han desempolvado una famosa pieza publicitaria de 1998 donde Gorbachov participó para un comercial de Pizza Hut. En un restaurante de la marca en la capital rusa varios comensales reparan en la presencia del líder junto a un nieto. En una mesa un padre de familia comienza a criticarlo acusándolo de haber traído la confusión económica, el caos y la inestabilidad política mientras su hijo le contesta que promovió oportunidades y libertad. Para finalizar, la abuela zanja que logró muchas cosas como Pizza Hut. Todos concluyen en esa verdad irrefutable y terminan por darle hurras al político. Abrir la rendija de la libertad, de la discusión, del libre pensamiento, del disenso y del cuestionamiento consiguió la transformación, pero sobre bases débiles, inquietas y peligrosamente inestables porque no se acometió una verdadera apertura hacia el libre mercado. Las antiguas fábricas en las que el obrero “fingía trabajar y el Estado fingía pagarle” fueron controladas por los apparatchiks del Partido Comunista de la URSS, y la estructura económica pasó del dominio estatal al de los nuevos plutócratas. Gorbachov era un utópico, un idealista, alguien que si bien comenzó a hablar de democracia nunca dejó de ser comunista. Su reformismo lo pensó para una sociedad donde el bien y la buena voluntad tendrían que imperar, pero sin saber con certeza hacia donde se dirigía. Mientras que la realidad soviética se afincaba en lo que exhibía de subordinada, ordenada, hambreada, escaseada, violentada, irrespetada, torturada y asesinada y con una propensión a querer ser como los occidentales sin conocer el modo de hacerlo. No figuraban como antecedentes ni la democracia ni la competencia. No se puede fundar una democracia de la noche a la mañana si no se cuentan con los valores de consenso para que el respeto a la opinión ajena sea efectivo y nadie pueda imponerse autoritariamente. Igual sucede con una economía de mercado: de no anteponerse la oferta y la demanda además de una competencia leal que equivale a la ética y que asegura el equilibrio, con una mentalidad de premio o castigo a la eficiencia/ineficiencia es imposible lograr un mercado confiable. Si además el conductor del proceso no sabe si doblar a la derecha o a la izquierda, la democracia fracasa dando lugar al autoritarismo y la economía la secuestran las mafias. Eso fue lo que sucedió en la antigua URSS. Los cambios introducidos por Gorbachov condujeron a un golpe de Estado que se logró abortar, entró Boris Yeltsin en escena, se disolvió la URSS y llegó el turno para los oligarcas.

Gorbachov nunca dejó de creer en el socialismo y la historia lo barrió finalmente por las tensiones entre reformistas y conservadores que no lograron contener su proyecto de conciliación. El sistema implosionó y se lo quedaron los que vieron una oportunidad de asegurarse el poder político y económico. Recuerdo cuando Gorbachov estuvo en Venezuela invitado por Juan Carlos Escotet. Pensé que su intervención sería una lección de libertad, de libre mercado, de reconocimiento de los errores del socialismo. Nada de eso sucedió. En lo personal me pareció aburrido, repetitivo, estatista, socialista, poco interesante y repetidor de lugares comunes. El encuentro comenzó con el expresidente de Costa Rica, Oscar Arias, correctico y atildado, promotor de la paz y premio Nobel de la Paz. A Gorbachov también se lo otorgaron. El invitado real era Gorbachov. Arias era el telonero. Ese evento me hizo recordar cuando el maestro Borges estuvo en Caracas y Ernesto Mayz Vallenilla daba una conferencia previa sobre las mónadas de Leibniz. El maestro Borges se presentó con antelación en el estrado y el rector Mayz ante el descontrol y éxtasis del público tuvo que literalmente callarse y sumarse a la emoción del pequeño colectivo. En la oportunidad de Gorbachov pensábamos que sus palabras traerían ese entusiasmo contagiante. Veamos que dijo en Caracas en su visita de 2004.

Contra el único que arremetió fue contra su némesis Boris Yeltsin. Dijo que la Rusia de Putin se estaba levantando después de haber estado arrodillada por el caos que había heredado de Boris y que las cosas ya se resolverían en una segunda presidencia de Vladimir Vladimirovich, de modo que ese día dio por un hecho su reelección (Putin también sabía que era así). Los temas de la conferencia se concentraron en la necesidad de construir un nuevo orden mundial diseñado sobre la base de la cooperación y la solidaridad, lo cual sencillamente es un utopismo delirante que linda con la perniciosa teoría del hombre nuevo y la ingeniería social. Su visión panglosiana pedía un mundo refundado, humanizado, donde la vida estuviese en primer lugar. Aquello podía ser una reedición de la República de Platón, el fin de la historia del comunismo marxista o un “agárrense de las manos” de José Luis Rodríguez. Lo último no es exagerado si tenemos en cuenta que se refirió a “deshelar los corazones humanos”. Invocó un Gosplan internacional para una economía estable. Pidió una mayor injerencia del Estado porque el mercado por cuenta propia es incapaz de resolver los problemas económicos. Su desprecio al mercado y al liberalismo quedó patente en esta frase: “La vida nos ha mostrado los resultados económicos en la mayoría de los países que adoptaron, en momentos críticos, esta ideología liberal y radical: terminaron rezagados”. Embistió contra la hegemonía de los Estados Unidos porque con la desaparición de la URSS decidieron desplegar su esfera de influencia especialmente en la Europa del este. Tiró piedras contra el Fondo Monetario Internacional. ¿Acaso no se sabe que la pertenencia al FMI es voluntaria y no obligatoria? Criticó la globalización, la brecha entre ricos y pobres. En cuanto a la empresa, tenía frescos los criterios bolcheviques por cuanto especificó que su éxito consistía en resolver los problemas sociales y económicos. Repitamos algo que no le gusta a los estatistas y a su combo de cursillistas: la única responsabilidad social de la empresa es existir. Quizá lo más relevante que dibujó en su exposición fue su defensa de la ecología, aunque viniendo de un país depredador del medio ambiente no era más que un saludo a la bandera, y el agotamiento que la democracia genera en cuanto a no satisfacer expectativas y auspiciar la irrupción del autoritarismo. Y ello tampoco es original ya que más que un problema del sistema político es la ausencia de un mercado dinámico y efectivo que arruina el poder adquisitivo y despierta el descontento. Un bolsillo vacío es el prólogo de la convulsión. Sin mercados competitivos y abiertos no existe la prosperidad, crece la pobreza y se impone el modelo autoritario ante el peligro de la anarquía y el desbordamiento social.

En los años recientes Gorbachov celebró la invasión de Crimea, no así la guerra de Ucrania. En eso fue coherente con su conducta. Hay que decir que heredó el problema de Afganistán y decidió acelerar la retirada. Gorby se ha ido a los 91 años. Parece haber sido un idealista sincero, un personaje de Voltaire lanzado desde la máquina del tiempo al siglo XX, al que le tocó por azar tomar las decisiones, pero su excesivo optimismo y fe en la humanidad lo traicionaron. Me acojo a la tesis de Appelbaum: hay que aplaudirlo porque no hizo nada para contener los demonios que había desatado cuando puso en duda la vigencia de un totalitarismo represivo como lo fue la URSS desde Lenin hasta Chernenko. Es probable que el futuro reivindique su ánimo de concordia y su respeto a la autodeterminación de los pueblos porque entendió que ninguna potencia podía imponerse sobre otra y para afirmar su pacifismo seguramente recordaría los casos de Hungría en el 56, Alemania del Este en el 61 y Checoeslovaquia en el 68. En eso sí que merece un aplauso que nunca concluya. En 1989 mientras las masas exaltaban la caída del muro de Berlín, un eficiente burócrata destinado en Dresde frente la turba que se disponía a asaltar el cuartel general de la KGB decidió amenazar a la muchedumbre y le advirtió que estaban armados y que se defenderían con el poder de fuego. Más tarde llamó a al cuartel del Ejército Rojo que no le ofreció apoyo alguno al no contar con la autorización de Moscú. Y Moscú o Gorbachov se habían decidido por el silencio. Aquel funcionario se llamaba Vladimir Putin y hoy en día dirige una guerra de exterminio contra el valiente pueblo de Ucrania. Sin proponérselo, Gorbachov terminó favoreciendo a Occidente. ¿Nuestro hombre en Moscú? A Gorbachov habrá que aproximársele más para desentrañar cómo protagonizó un capítulo estelar de la historia. ¿O era que interpretó el cansancio y el dolor del pueblo soviético después de 70 años de hartazgo y sufrimiento? Ello quedará para los historiadores. Nosotros, entretanto, le dedicamos un brindis de adiós como se hace con los buenos. Con vodka y chocando los vasos para que suenen.

Karl Krispin es escritor venezolano y columnista en El American. Ha escrito para Zenda y El Nacional. // Karl Krispin is a Venezuelan writer and columnist at El American. He has written for Zenda and El Nacional.

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