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El gran fraude demócrata de 1876 (parte 1)

Demócrata

Era 1876 y los Estados de Unidos de América celebraban su centenario cuando llevaron a cabo una de las elecciones presidenciales más importantes de su historia. En los treinta y ocho estados que entonces integraban la Unión –con un total de 369 votos de los colegios electorales, la victoria requería 185. Los estados que aportaban más entonces eran Nueva York con 35, Pensilvania con 29, Ohio con 22 e Illinois con 21– se disputaban el voto en 1876 el republicano Rutherford B. Hayes de Ohio y el demócrata Samuel J. Tilden de Nueva York.

El primer recuento de votos para los colegios electorales daba una aparente victoria al candidato demócrata Tilden con 184 votos de los colegios electorales, frente a los 165 del republicano Hays. Quedaban todavía sin asignar 20 votos de los colegios de cuatro estados –Florida, Oregón, Luisiana y Carolina del Sur– en los que pronto, ambos candidatos reclamarían la victoria.

Fraude y violencia demócrata

La campaña electoral de 1876 en los estados sureños fue signada por el recrudecimiento de la violencia, intimidación y persecución de la autoridades locales demócratas y los grupos ilegales –hoy los denominaríamos terroristas domésticos– amparados por el Partido Demócrata –entre los que destacaba el Ku Klux Klan original– contra la población de color –en Luisiana, por limitarnos a un ejemplo, miembros de la “white league” masacraron a cien negros en abril de 1873 y siguieron imponiendo así el terror en los siguientes años– a la población negra, potencial votante republicana. Y a los blandos republicanos.

El programa demócrata para el sur pasó a lo largo de una década de sus esfuerzos iniciales por sustituir la esclavitud por la servidumbre forzada mediante los fallidos “black codes” iniciales –la siguiente versión serían las infames “Jim Crow laws” que se impondrían por casi un siglo en el sur– a la defensa de la “home rule” supremacista blanca –que incluía no solo el terror contra los antiguos esclavos, sino contra cualquier votante blanco republicano como supuesto “traidor a su propio estado”– en una escalada de violencia que extendía el terror para imponer en las elecciones –primero locales y finalmente nacionales– al Partido Demócrata.

La intimidación no quedaba limitada a la violencia física, se extendía a la coacción económica e incluso el engaño deliberado de votantes. Los demócratas sureños emplearon desde linchamientos a boicots –hoy los denominaríamos cancelación–. Buscaron evitar, o al menos dificultar al máximo, la presencia republicana en el proceso electoral con varios fines entre los que destaremos dos:

  • Evitar violentamente que votantes republicanos, negros y blancos, votasen por el partido republicano en el Sur.
  • Usar listas fraudulentas en las que el símbolo que identificaba las del partido republicano fue imitado en listas de candidatos demócratas para estafar a votantes negros analfabetas, aparentando permitirles votar por el partido republicano, pero haciéndolos votar bajo engaño por listas demócratas, cuando y donde no habían blancos republicanos viendo el fraude.

En el sur, las elecciones se decidieron mediante el terror y el fraude a favor del Partido Demócrata.

Republicanos en pie de guerra

La noche de las elecciones, tras recibir y evaluar la fragmentaria información telegráfica, Hays y el presidente del Comité Nacional Republicano Zachariah Chandler, dejaban la sede del partido creyendo la elección perdida. Pero otros dos hombres cambiaron todo inesperadamente aquella noche. Un decidido republicando, el general Daniel E. Sickles se detuvo en el cuartel general republicano, donde encontró al solitario oficial de campaña, M. C. Clancy, le pidió los últimos resultados y notó que si Hayes obtenía la victoria en los estados de la costa del Pacífico y en los que se encontraban en disputa –Florida, Carolina del Sur y Luisiana– lograría la presidencia por un voto en los colegios –185 contra 184–. Y por iniciativa propia, dirigió un telegrama en nombre de Zachariah Chandler a las sedes republicanas de los estados en disputa:

Demócrata
(Flickr)

“With your state sure for Hayes, he is elected. Hold your state”.

Recibió dos telegramas en contestación, Daniel A. Chamberlain, gobernador de Carolina del Sur respondía:

 “All right. South Caroline is for Hayes”.

Y el del presidente del Comité del Partido Republicano en Oregón con un mensaje similar. Finalmente, Sickles envió otro telegrama:

“All four states, informing them that the enemy claimed each of them and enjoining vigilance and diligence”.

Dejando en pie de guerra a la maquinaría republicana que había sufrido la persecución y el terror demócrata en el Sur. Y a la maquinaría republicana del Oeste consciente de su papel clave en lo que vendría.

La batalla por la opinión

El otro hombre de la noche fue el que dio un giro a la batalla por la opinión. La prensa preparó ediciones matutinas dando a Tilden por presidente electo –periódicos pro-republicanos como el Chicago Tribune o el Indianapolis Journal lamentaban la noticia, pero la reportaban, cayendo en la trampa de contrastar la ambiguas declaraciones de triunfo  demócrata, con el silencio del cuartel general republicano– pero el director del New York Times, John C. Reid  –antiguo prisionero de guerra que sobrevivió a la infame prisión confederada de Andersonville– olió la trampa. Notando la ambigüedad de las declaraciones de triunfo demócratas, despacha al presidente del Comité Demócrata del estado de Nueva York Dan Malone:

“Please give your estímate of the electoral votes secure for Tilden. Answer at once”.

Y a William Barnum una solicitud de resultados electorales de Florida, Luisiana y Carolina del Norte. Aquél New York Times –muy diferente al de nuestros tiempos– entendió que los demócratas no tenían clara la victoria y tituló el decisivo “A doubtful election” que quebró lo que hoy llamaríamos “matriz de opinión” que casi habían logrado establecer los demócratas.

Nadie podía saberlo entonces, pero en esa noche Sickles y Reid –que no coincidieron por poco en el cuartel general republicano– habían puesto en marcha los eventos que derrotarían al fraude. Aunque sin evitar que alcanzara gran parte de sus objetivos. Como veremos en la próxima entrega.

Guillermo Rodríguez is a professor of Political Economy in the extension area of the Faculty of Economic and Administrative Sciences at Universidad Monteávila, in Caracas. A researcher at the Juan de Mariana Center and author of several books // Guillermo es profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, investigador en el Centro Juan de Mariana y autor de varios libros

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