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Hipocresía progre: la FIFA castiga a México por “homofobia” pero hará el mundial en Catar

Imagen: Unsplash

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La hipocresía progre de las corporaciones está a la vista, y quedó en claro hace unos días, después de que la FIFA decretó un severo castigo contra la selección mexicana, como represalia contra los aficionados de dicho país por su costumbre de gritar “¡eehhh, puto!” cuando el arquero del equipo rival hace un saque de portería. Según FIFA, el grito es homofóbico y por ende sancionable. Irónicamente la corporación del fútbol no le ve nada “sancionable” a organizar el mundial en países verdaderamente homofóbicos.

¿Qué caramba pasó?

El 18 de junio se anunció que la FIFA le notificó a la Federación Mexicana de Fútbol que ha sido nuevamente sancionada a causa de los gritos de sus aficionados, por lo que la selección de México deberá jugar a puerta cerrada los primeros dos partidos de las eliminatorias rumbo al mundial de Catar 2022, además de pagar una nueva multa por 60 mil francos suizos (aproximadamente $65 mil dólares).

Estos castigos corresponden a la sanción impuesta por el comportamiento de la tribuna en los partidos que disputó México en marzo pasado (contra República Dominicana y Estados Unidos) por lo que todavía falta al menos otro castigo por los gritos registrados el 29 de mayo en el partido contra Islandia.

Tras la noticia, Yon de Luisa, presidente de la Federación Mexicana de Fútbol, reafirmó el llamado a que los aficionados abandonen el grito homofóbico y explicó que este puede ser devastador para el fútbol mexicano, ya que incluso podría poner en riesgo la sede de México para el mundial del 2026, que el país compartirá con América y con Canadá, pues, explicó: “¿Cómo podemos querer ser sede de un Mundial si vamos a tener nuestros estadios vacíos?”.

El origen del grito

En palabras de su creador (un aficionado apodado Mosh, que formaba parte de la porra del equipo mexicano Atlas), el grito surgió durante un partido que las selecciones de México y Estados Unidos celebraron en 2004: “En ese entonces traíamos el gritito de las barras sudamericanas de hacer un ‘uhh’ al final cuando el portero despeja… pero en la verbena que traíamos… empezamos a decir eso era el ‘ehh’ y cuando terminaba tres o cuatro que eran los que estábamos ahí hacíamos el grito (puto) al final”.

La idea se convirtió en un éxito prácticamente instantáneo y algunas semanas después el grito ya se escuchaba en todos los estadios de la liga mexicana e incluso traspasó fronteras, especialmente hacia los Estados Unidos y algunas otras partes de América Latina.

Ahora, es evidente que el citado insulto tiene un trasfondo cultural homofóbico, pero a cualquiera que analice el tema con un mínimo de honestidad intelectual también le quedará claro que actualmente la palabra “puto” tiene muchos significados y matices que no son homofóbicos. De hecho, esta la palabra se ha convertido en una muletilla coloquial similar al “fuck” en el inglés americano.

Para ilustrar el argumento, basta explicar que los mexicanos hablan de que tuvieron “un puto día”, que “se dieron un putazo” (un golpe), que su “puto coche se descompuso” o que había un “puterío de tráfico” en la calle, sin que ninguna de estas expresiones se refiera a la inclinación o preferencia sexual.

Por eso, aunque la palabra en su origen es el resultado de una cultura con tintes homofóbicos, como lo han sido la gran mayoría de las culturas del mundo durante milenios, el grito en sí no es un insulto dirigido específicamente a las personas homosexuales y, por lo tanto, tratarlo con la misma rigidez que la FIFA dedica a otro tipo de insultos en los estadios resulta, para decirlo en términos futboleros: “rigorista”.

La Federación Mexicana de Futbol sufre los efectos de la hipocresía progre de FIFA, con un castigo que podría descarrilar las esperanzas del país. Imagen: EFE/ José Méndez
La Federación Mexicana de Fútbol sufre los efectos de la hipocresía progre de FIFA, con un castigo que podría descarrilar las esperanzas del país. (EFE)

La hipocresía progre de las corporaciones

Dicho esto, el supuesto interés de FIFA en luchar contra la homofobia pasa del rigorismo cuestionable al reino de lo absurdo cuando recordamos que el máximo organismo del fútbol internacional le otorgó la Copa Mundial del 2018 a Rusia (donde existen diversas restricciones a lo que el gobierno interpreta como publicidad LGBT) y la Copa Mundial del 2022 a Catar, un país donde la homosexualidad es directamente ilegal.

Sí, la Copa del mundo del próximo año se llevará a cabo en un país donde ser homosexual es considerado un crimen castigable con la cárcel e incluso con la pena de muerte, y es un sin sentido que México sea sancionado por el grito de “puto” con un castigo a aplicarse durante las eliminatorias hacia un mundial que se jugará en un lugar donde la homosexualidad es social, jurídica e institucionalmente castigada.

Y no es que la FIFA desconozca este “detalle”, pues incluso en 2010 el infame Joseph Blatter, que en aquel entonces dirigía a la FIFA, le aconsejó a los aficionados homosexuales que, en caso de asistir al mundial de Catar “se abstuvieran de cualquier actividad sexual”.

Y no es un caso aislado; una decena de países, incluyendo a Irán y Arabia Saudita, consideran que la homosexualidad es un crimen que merece hasta la muerte, pero juegan las eliminatorias y mundiales de fútbol sin que la FIFA les diga nada, como tampoco se los dice a otro medio centenar de naciones donde la homosexualidad es considerada un delito.

Este doble estándar de la FIFA ejemplifica una hipocresía progre que es cada vez más evidente en el mundo corporativo, particularmente en el mes de junio, cuando las empresas trasnacionales adornan con banderitas del orgullo sus redes sociales de Occidente, mientras que mantienen en estricto blanco y negro sus cuentas dirigidas a Medio Oriente y buena parte de África y Asia.

¿Activistas o empresas?

Estamos ante una auténtica esquizofrenia organizacional, donde las empresas parecen dispuestas a hacer todo lo posible por impulsar las causas de la progresía, que están incluso por encima del negocio… siempre y cuando eso sea buen negocio. Hipocresía progre, pues.

Se trata del resultado inevitable de una tensión que ha surgido especialmente durante la última década en el mundo corporativo entre activismo y empresa, conforme la antigua y apolítica responsabilidad social se convirtió en un compromiso obligado con la agenda progresista para  “tener un impacto social positivo en el mundo”, definido a partir de los paradigmas de izquierda que se promueven como dogma en las universidades de élite donde se preparan los mandos altos y medios de las grandes empresas.

El activismo corporativo se ha convertido en una exigencia cada vez más intensa para las empresas, que la justifican como parte del sentido de significado que requieren las nuevas generaciones de la fuerza laboral, y sí, quizá la “diversidad”, la agenda de género y demás temas progres sean buen negocio en Nueva York o en la Bahía de San Francisco, pero las grandes empresas no viven únicamente de lo que puedan vender en las costas de América.

En el resto del mundo, particularmente en la civilización islámica y en amplias partes de África y Asia, esos mensajes resultan venenosos para el negocio, lo que pone a las empresas en una encrucijada entre su vocación natural de generar ganancias a través de la venta de productos y la vocación artificial de ser voceros de una agenda política.

Hasta ahora han salido al paso con un doble estándar, pero conforme la agenda de la progresía se radicaliza, llegará el punto en que las transnacionales ya no serán capaces de mantener dos mensajes distintos, profundizando conflictos internos que las organizaciones sólo podrán resolver cuando sus directivos y trabajadores confronten y decidan si quieren hacer negocios o hacer activismo, porque (y esto es lo que realmente hace enojar a los progres) no se puede ser todo al mismo tiempo. Las empresas, las ONGs y los partidos políticos deben cocerse aparte.

Pero eso será a mediano plazo. Mientras tanto, los mexicanos deberán romper con el hábito de gritar “puto” en los estadios, o atenerse a las consecuencias. Ni modo, así es vivir en estos putos tiempos.

Gerardo Garibay Camarena, is a doctor of law, writer and political analyst with experience in the public and private sectors. His new book is "How to Play Chess Without Craps: A Guide to Reading Politics and Understanding Politicians" // Gerardo Garibay Camarena es doctor en derecho, escritor y analista político con experiencia en el sector público y privado. Su nuevo libro es “Cómo jugar al ajedrez Sin dados: Una guía para leer la política y entender a los políticos”

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