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House of the Dragon, episodio 5: las bodas del universo GOT nunca decepcionan

House of the Dragon, episodio 5: las bodas del universo GOT nunca decepcionan

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Hay espectáculos que simplemente están garantizados. Un clásico Madrid-Barcelona, los playoffs de NBA, una obra de Tarantino, o un Federer-Nadal. Algo similar ocurre con las bodas en el universo Game of Thrones, donde nunca faltan situaciones que cambian dinámicas dentro de la historia, cierres brutales de subtramas o escenas icónicas que pasan a la posteridad. House of the Dragon no quiso destruir la tradición y entregó lo que es, hasta ahora, el mejor episodio de la aún joven serie. 

[Alerta de Spoilers] 

Por mucho que uno se esforzó por anticipar qué sucedería en el capítulo, las primeras escenas fueron genuinamente desconcertantes. Primero con un Daemon en su versión más sangrienta e incompasiva, y luego con la ex mano del rey, Otto Hightower, caído en desgracia y haciéndole notar a su todavía joven hija y reina, Alicent, que debía despertar de su letargo señorial para proteger a su hijo. 

Otto, quien se había ganado el desprecio de los espectadores por su forma de hacer política, buscando posicionar a un nieto de cara al trono, finalmente lanzó un discurso que bien pudo ser para su hija como para todos los televidentes: solo estoy jugando el Juego de Tronos y es por mi familia, mi casa. Un “hice lo que tenía que hacer” inesperado ante su inminente exilio. Recordatorio de que en el universo GOT la maldad es relativa y la política es de un realismo amoral devastador.

Una Alicent confundida finalmente se topa con Lord Larys, uno de los personajes más interesantes del capítulo y, quizás, el nuevo Lord Varys de House of the Dragon.

Este personaje, que no aparece en los libros y tiene todo para ser una de las grandes apuestas de la serie, es hijo de la nueva mano del rey, Lyonel Strong, y juega un rol preponderante tras revelarle solapadamente a la reina que Rhaenyra perdió su virtud y ella fue traicionada por su mejor amiga. 

Larys, viendo la terrible situación que tortura a Alicent, se muestra como un aliado sorpresivo; alguien de fiar para una persona que se ha quedado sin protectores ni amigos. Su único deber es, en definitiva, velar por los intereses de su hijo y su casa. Y Larys puede ser muy útil para esos objetivos. 

A la par de que Alicent descubre el secreto de la princesa, el rey Viserys logró su cometido de unir a las casas más poderosas del reino, a través de la unión de su hija y heredera, Rhaenyra, con Laenor Velaryon.

Con ello, Sir Criston, el protector de la princesa, entra en trance por un craso error: enamorarse de quien no debe. Él, habiendo estado con la princesa, manchando su juramento, cree que puede recuperar su honor desposando y alejando a Rhaenyra de sus deberes institucionales. 

Lo que jamás entendió Criston, quizás sesgado por el amor, es que Rhaenyra ya no es la inmadura princesa que no quería saber nada de responsabilidades. Ella, sensata, con el tiempo entendió el sentido del deber; de que su lugar está con el legado de su familia y como heredera al trono. Sabe, mejor que nadie, que nació para ocupar en un futuro el lugar de su padre y antepasados para trascender en la historia. No para huir, decepcionar a los suyos y quedar oculta en la intrascendencia de los traidores; todo por un romance.  

Alicent conversa con Sir Criston, sobre Rhaenyra. (Fotografía de Ollie Upton / HBO, distribuida por WarnerMedia para la prensa)

Criston, inmaduro, no lo entendió, quedando visiblemente tocado y descorazonado; algo que puede llevar a un hombre a cometer estupideces, en este caso frente a la reina, Alicent, quien hizo click en este episodio. 

Si bien las charlas con su padre y Larys la trastocan, la conversión final de Alicent, quien pasa de fiel esposa y acompañante a una jugadora más del Juego de Tronos, se da cuando Sir Criston revela lo evidente en una citación pautada por la propia reina: Rhaenyra la engañó, Criston cometió “el pecado” de desvirtuar a la princesa y, en consecuencia, ella trató injustamente a su padre. Una tormenta perfecta que sirvió como preámbulo del plato fuerte: la boda. 

House of the Dragon y la boda de los mensajes

Mientras anunciaban la llegada de los grandes señores y familias a la boda entre Rhaenyra Targaryen y Laenor Velaryon, la sensación era la de un desfile donde la estética y el mensaje serían los principales atractivos. 

Allí la Casa Lannister optó, aunque incómoda, por la diplomacia. Evidentemente la elección de la Casa Velaryon por sobre ellos era un golpe a la moral y autoestima de una institución orgullosa. ¿Pero qué otra cosa podían hacer sus representantes más que tragarse su orgullo?

Sin embargo, las próximas grandes entradas fueron completamente distintas. La casa Velaryon dio una demostración de poder y belleza. Orgullosos de estar en una nueva posición de privilegio, sabiéndose tan importantes y grandes como los Targaryen. 

Luego, el siempre disruptivo Daemon, pasándose por alto el exilio de su hermano Vyseris y llegando sin previo aviso a la boda de su sobrina, en un acto de soberbia que captó la atención de los presentes poniendo en una incomodisima situación a su propio hermano, que terminó concediéndole, a regañadientes, un lugar en su mesa. 

Pero la que más ruido causó no fue otra que Alicent, perdiéndose las entradas de todas las grandes familias (un hecho que no pasó por alto entre los presentes), interrumpiendo adrede el discurso de su esposo, el rey, y llevando un desafiante y bellísimo vestido verde que representa el color bélico de su casa Hightower que cerró filas en torno a su reina y más poderosa representante. 

Alicent, finalmente, empezó a jugar a la política, aceptando su rol como madre de un potencial heredero que tiene todo el derecho de reclamar el trono de hierro, desafiando la legitimidad y popularidad de Rhaenyra. 

Daemon seduce a Laena Velaryon, instantes antes de abordar a Rhaenyra. (Fotografía de Ollie Upton / HBO, distribuida por WarnerMedia para la prensa)

Por supuesto que una boda en GOT no puede terminar sin tragedia. Fue lo que Sir Criston, el otro gran protagonista de este episodio, completó. Golpeando hasta la desfiguración y muerte al amante de Laenor Velaryon, Joffrey Lonmouth, quien instantes atrás había puesto en jaque al Guardia Real y también amante de Rhaenyra. 

En medio de esa impactante escena, Daemon había irrumpido en la pista de baile para llevar a su sobrina al fondo e iniciar una discusión donde ella termina pidiéndole a su tío que se case con ella y se la lleve a Dragonstone, una imagen que puso furioso a Viserys, aunque no haya podido observar correctamente. 

El final, casi silente, muestra una celebración triste y apagada entre la consumación de los votos entre una abatida Rhaenyra y un desconsolado Laenor. Sir Criston, entretanto, atormentado, está a punto de sentenciar su final clavándose un puñal en el vientre, antes de ser detenido por Alicent. El rey, Viserys, cada vez más enfermo, termina desvaneciéndose en plena boda causando una gran preocupación entre los pocos presentes. La boda que prometía pasar a la posteridad como una fiesta histórica, terminó en bochorno, vergüenza y muerte. 

El cierre de un episodio magistral, el mejor hasta ahora, de una serie que está superando expectativas e incluso empieza a saldar su principal deuda: el juego político. Ahora sí parece una serie del universo GOT. Las bodas en este mundo nunca decepcionan. 

Emmanuel Alejandro Rondón is a journalist at El American specializing in the areas of American politics and media analysis // Emmanuel Alejandro Rondón es periodista de El American especializado en las áreas de política americana y análisis de medios de comunicación.

Contacto: [email protected]

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