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La sorprendente historia del Teatro de Mariúpol que se convirtió en refugio

teatro de Mariupol

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El mundo se conmocionó al conocer el brutal ataque que Rusia perpetró sobre el Teatro de Mariúpol, uno de los únicos edificios que quedaba en pie y donde se refugiaban unas 1,300 personas. Hasta el momento se sabe del fallecimiento de unos 300 refugiados que antes del bombardeo ayudaron a levantar una comunidad que se organizó para sobrevivir.

La historia es sorprendente y fue revelada por el Wall Street Journal en un reportaje que reflejó cómo el edificio —que hoy está en ruinas— albergó por semanas a toda una población que no solo se resguardaba de los ataques rusos, sino que además se organizó y convirtió el lugar escenario de una sociedad organizada.

Mariúpol es un punto estratégico para Rusia, y es una de las ciudades más castigadas por los bombardeos que en tres semanas habrían destruido entre el 80 y 90 % de sus viviendas. Mariúpol se encuentra a 35 millas al oeste de la frontera rusa, en la costa norte del mar de Azov, una pieza vital del puente terrestre que Moscú espera ahora construir hacia la península de Crimea, que se anexionó hace ocho años.

El reporte cuenta la historia de Evgeniya, quien era técnico de iluminación del teatro, y su marido, Sergey, actor; ambos abrieron las puertas a más de 1,000 refugiados, a pesar de que para entonces el teatro no contaba con electricidad, comida, agua y solo operaban 6 baños.

Al principio, Evgeniya y Sergey solo admitían mujeres y niños, pero pronto abrieron las puertas a todo el mundo; las personas llegaron allí de manera instintiva y creyeron que si había una evacuación sería desde allí, pero los autobuses nunca llegaron y con el paso de los días se fueron refugiando más y más personas.

Los espacios empezaron a llenarse; el sótano, un refugio antibombas, fue el primero en coparse; luego se llenaron los pisos dos y tres del teatro.

“A mitad del día, los aseos estaban llenos, en un estado terrible. No había agua para tirar de la cadena”, dijo al WSJ Natasha Gonchorova, la directora de oratoria del teatro, que llegó con su marido y sus dos hijos.

“En medio del desorden y la suciedad, muchos niños se contagiaron de tos. Un virus circuló, propagando la fiebre. Los enfermos pedían medicinas, pero no había ninguna”, dice el reportaje.

Ante la situación, Evgeniya se encargó de organizar el teatro, asentar y atender a los recién llegados; mientras su esposo recorrió la ciudad para pedir ayuda y que de alguna manera fueran llegando suministros.

“Evgeniya designó un almacén en el teatro y a los encargados de supervisarlo. Ella y su grupo establecieron un puesto de primeros auxilios en una oficina y encontraron un médico y una enfermera para atenderlo”, según el WSJ.

Los testimonios que recoge el diario relatan cómo fueron construyendo una sociedad organizada: utilizaron la madera del escenario para poder obtener leña, voluntarios llevaron agua industrial desde una fuente cercana y la hirvieron sobre un fuego abierto en el sótano ventilado; y otros recogieron los desechos del teatro para quemarlos en un tambor metálico detrás del edificio.

Mientras eso sucedía, dos electricistas lograron montar un generador para recargar los teléfonos celulares y un grupo de mujeres limpiaba los baños.”Todos trabajaban como engranajes”, dijo la Sra. Gonchorova.

Los guardarropas del teatro se convirtieron en centros de acopio para recibir abrigos, pañales y comida para bebés, mientras que guardias voluntarios vigilaban que se mantuviera el orden de llegada para recibir agua.

Para respirar aire fresco solo podían salir grupos de 10 personas y al escuchar los silbidos de los proyectiles se apresuraban a volver al interior del teatro.

Cuenta el WSJ que la policía local llegó al teatro con una cocina de campaña y luego de eso, un equipo de voluntarios se dispuso a preparar comidas repartiéndose roles: unos pelaban patatas, otros, zanahorias y otros grupos se encargaban de las carnes.

Se organizaron tanto, al punto que lograron comer pan recién horneado luego de que los hombres acudieran a panaderías bombardeadas para buscar implementos.

“Surgió un régimen diario. Antes del amanecer, los hombres encendían un nuevo fuego. A las 7 de la mañana, el agua se hervía en un gran caldero para el té y el café de la mañana, que se servía durante dos horas. Algunos padres enviaron a sus hijos para que ocuparan un lugar en la fila. A las 8 de la mañana, Evgeniya celebró una reunión de jefes de departamento para hablar de problemas urgentes”, relata el WSJ.

“Los voluntarios sirvieron un ligero refrigerio por la mañana y una sopa para el almuerzo. Las mujeres, los niños y los ancianos comían primero. Por la noche, los cocineros prepararon los últimos embutidos y carnes rescatados de las tiendas cerradas o dañadas. La policía traía calamares congelados, mejillones, filetes de tiburón y, un día, anguila ahumada”.

Al lugar llegaron gatos y perros de la familia, y uno de los refugiados tenía un loro con el que hacía reír a los niños que jugaban por todo el lugar.

Dos semanas después del asedio, la población del teatro se acercaba a los 1,500 habitantes. Evgeniya apenas podía imaginarse la posibilidad de albergar a un alma más cuando Rusia asaltó un hospital de maternidad a varias manzanas de distancia el 9 de marzo. Los trabajadores de rescate sacaron a las mujeres embarazadas de los restos del teatro, y Evgeniya les encontró sitio.

Racionamiento de comida

Los ataques aumentaban y Mariúpol se convirtió en una ciudad aislada sin acceso a suministros; ante la situación se vieron obligados a racionar la comida.

Los ataques se acercaban. Un misil o una bomba impactó en un edificio residencial a 100 metros del teatro; los refugiados empezaron a concentrarse en el sótano y bajo el escenario del teatro.

Y para tratar de persuadir a los rusos de que no atacaran el lugar, utilizaron rodillos de pintura para escribir “CHILDREN” en letras grandes en la plaza delante y detrás del teatro, para que los pilotos rusos pudieran ver que no era un objetivo militar.

Ante la falta de ayuda para evacuar, muchos decidieron abandonar el lugar pagando hasta $100 por viaje al oeste; la población en el teatro se redujo a menos de 1,000 personas y gracias a ello se lograron salvar.

“Pasadas las 11 de la mañana del miércoles 16 de marzo, mientras la Sra. Navka metía la masa en el horno, una bomba se estrelló contra el techo del teatro”, relata el WSJ.

“Comprendí que estaba consciente, pero no vi nada, no oí nada y no entendí lo que había pasado. Vi el cielo sobre mí. Solo había ruinas”, dijo.

Ensangrentados, conmocionados y sordos, muchos de los supervivientes abandonaron Mariúpol, arriesgándose en las carreteras hacia el oeste y el norte. Rusia negó haber atacado el teatro y acusó a las fuerzas ucranianas de haberlo hecho.

El balance final del ataque sigue siendo desconocido. Tras una semana de búsqueda, las autoridades locales dijeron que más de 300 personas habían muerto.

Sabrina Martín Rondon is a Venezuelan journalist. Her source is politics and economics. She is a specialist in corporate communications and is committed to the task of dismantling the supposed benefits of socialism // Sabrina Martín Rondon es periodista venezolana. Su fuente es la política y economía. Es especialista en comunicaciones corporativas y se ha comprometido con la tarea de desmontar las supuestas bondades del socialismo

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