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La reina Isabel II: estabilidad disruptiva

La reina Isabel II: estabilidad disruptiva, EFE

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“La Reina ha fallecido pacíficamente en Balmoral esta tarde”, así es como el Palacio de Buckingham, con su tradicional retórica lacónica, anunció la muerte de su majestad la reina Isabel II. El anuncio no necesitaba ser florido ni tener ocho páginas para transmitir su carácter trascendental, todos sabíamos que significaba el fin de una era.

En muchos sentidos, ese comunicado de prensa de dos párrafos es el resumen perfecto de las siete décadas de reinado de la reina. Nunca hizo un gran alboroto sobre su trabajo, no se autopublicitó, ya que sabía que no lo necesitaba. Cumplía con su deber y sabía que sus súbditos lo apreciarían. En su mayor parte tenía razón, lo único en lo que se equivocó es que no solo se ganó el respeto y el amor de su pueblo, sino que se ganó la admiración y se convirtió en un icono reconocible del mundo entero.

Los medios de comunicación de Gran Bretaña y del mundo harán eco de la “Operación Puente de Londres”, que durará diez días y terminará con su funeral de Estado, un evento al que se espera que asistan líderes de todo el mundo y miles de británicos. Los expertos y escritores tomarán nota de los momentos más destacados de su vida, y todos se cuestionarán el tipo de monarca que será el rey Carlos III y debatirán el futuro de la monarquía.

Aunque importantes, estas cuestiones no captan la esencia de por qué la muerte de un monarca británico (una institución a la que muchos acusan de arcaica) ha conmocionado a un vibrante país del primer mundo del siglo XXI y ha cautivado al resto de países.

La reina Isabel II: estabilidad disruptiva

La muerte de la Reina marca realmente el fin de una era. (EFE)

La reina: estabilidad disruptiva

Después de todo, ¿por qué era importante la reina Isabel II? Ella no entraba en ninguna categoría que hace a la gente famosa o icónica hoy en día: no ostentaba ningún poder político real, su país ya no era definitivamente la hegemonía que gobernaba el mundo, no publicaba tuits polémicos a diario, no desempeñaba el papel de víctima, ni era una sensación viral de TikTok. ¿Por qué la reina era un icono en un mundo que parece valorar el escándalo, la viralidad en las redes sociales y una preocupación casi sociopática por uno mismo?

La respuesta es muy sencilla. En un mundo que se mueve con rapidez, que aplaude el sacrificio constante de la tradición, que considera el cambio (a veces radical) como el bien supremo que existe, un mundo que convierte a santos en demonios en una fracción de segundo, la reina Isabel presentaba estabilidad, continuidad y un auténtico sentido del deber público, valores que escasean. En un mundo que cambia constantemente, la reina nunca lo hizo de verdad, e inconscientemente la admiramos por ello.

Paradójicamente, al obedecer las costumbres de ayer y mantener el carácter desinteresado de la vieja escuela que se forjó en el fuego de la Segunda Guerra Mundial, la reina desafió las normas y expectativas modernas. De un modo extraño, la estabilidad y la disciplina con las que se desenvolvía eran características disruptivas en un mundo demasiado acostumbrado a la inestabilidad y la indisciplina.

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El compromiso de la reina Isabel II con el deber público y el servicio desinteresado la convierten en una disruptora en el mundo egocéntrico de hoy. (EFE)

Continuidad y ética laboral

La reina nunca se quejó. A pesar de su inherente posición privilegiada y pomposa, rara vez decidía ser conscientemente el centro de atención, a pesar de las dificultades personales a las que se enfrentaba se limitaba a “seguir adelante”, frase que su primer ministro Winston Churchill utilizaba a diario.

La reina siguió dando guerra hasta sus últimos días. Precisamente este martes Isabel II mantuvo una audiencia con la primera ministra Liz Truss, y le dio el encargo de formar un gobierno en su nombre tras la dimisión de Boris Johnson. Hasta el último momento, la reina dejó de lado sus asuntos personales y desempeñó su papel de monarca constitucional; cumplió con el deber que adquirió al subir al trono en 1952.

Su longevidad dio a Gran Bretaña y al mundo una tranquilizadora sensación de continuidad. El tiempo pasó, los presidentes fueron y vinieron, las guerras empezaron y terminaron, los iconos culturales subieron y bajaron, y los países fueron creados y destruidos, pero ella permaneció.

 Un extraño caso de verdadera unidad nacional

Su combinación de ética de trabajo, continuidad y sentido del deber desinteresado la convirtió en una figura verdaderamente unificadora, un logro casi inaudito en las divididas y polarizadas sociedades occidentales de hoy. Incluso los republicanos (en el sentido británico, no americano) decidieron atacar solo la idea general de la monarquía, y no a la propia reina.

Las escenas que veremos en los próximos días, miles de personas juntas expresando su gratitud a la reina, podrían parecer extraordinarias e incluso extrañas en 2022. Después de todo, ¿hay algún otro personaje público que pueda suscitar una respuesta semejante en cualquier país occidental hoy en día? ¿Es demasiado decir que ese momento de unidad nacional por la muerte de un servidor público es imposible de entender en la amargamente dividida América de hoy?

La reina juró cumplir con su deber y personificar el tan necesario sentimiento de unidad nacional que anhela cualquier país, las reacciones de dolor de su pueblo demuestran claramente que dejó el mundo habiendo cumplido su misión.

Lamentablemente, la muerte de Su Majestad la Reina llega en un momento de incertidumbre. Gran Bretaña y el mundo se enfrentan a una inminente crisis energética, una inflación galopante, una guerra en Europa y una China revanchista en Oriente. Seguramente vendrán más cambios, y la reina ya no estará ahí para proporcionar cierta sensación de permanencia y calma.

Nadie sabe qué hará el rey Carlos III durante su reinado. Es seguro que no podrá llenar sus zapatos, sin embargo, esperemos que haga todo lo posible para mantener el buen trabajo que hizo su madre durante setenta años y mantenga el papel de la monarquía. Hasta entonces, como dice el viejo refrán: la reina ha muerto, viva el rey.

Daniel Chang

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