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The Last of Us temporada 1: el amor gay en los tiempos del cordyceps

The Last of Us temporada 1: el amor gay en los tiempos del cordyceps

The Last of Us estrenó el capítulo final de su primera temporada el pasado domingo, coincidiendo con la gala de entrega de los Premios Oscar, lo cual dice mucho de la confianza que ha depositado HBO en esta producción. Si bien esa confianza se ha visto refrendada con buenos números y críticas positivas, también muchos espectadores se la han retirado con el transcurrir de los episodios, expresando su decepción con la evidente agenda ideológica que ha terminado opacando a la historia.

The Last of Us tenía el importante reto de contentar tanto a los fans del videojuego como a los nuevos espectadores ajenos al material original, pero parece que no ha conseguido encontrar ese esquivo punto de equilibrio a pesar de la implicación total del creador del videojuego, Neil Druckman, trabajando codo con codo junto al aclamado responsable de la serie Chernobyl, Craig Mazin.

Debido a lo insoportablemente ideologizadas que suelen estar las grandes producciones de cine y televisión últimamente, nos hemos acostumbrado a esperar los grandes estrenos con más escepticismo que con genuina expectación. Esta politización es mayor y más evidente en los contenidos de masas, especialmente en aquellos dirigidos a adolescentes —y eternos adolescentes—, como ha sucedido con las producciones de Marvel en Disney, The Rings of Power en Amazon, o casi cualquier serie o película de Netflix.

El videojuego original de The Last of Us ya tenía algunas pinceladas de contenido woke. En The Last of Us Part 2 los colores arcoíris ya eran prominentes, y aunque para la serie de HBO se esperaba algo de esto, finalmente se ha podido ver cómo lo woke era estampado con brocha gorda por encima de todo lo demás.

La serie no logra capturar la atmósfera oscura y opresiva del videojuego original. Mientras que el juego se centraba en la supervivencia en un mundo posapocalíptico, la serie parece más interesada en mostrar los dramas personales de los personajes principales, especialmente los relacionados con las relaciones de, digámosle así, “heterosexualidad flexible”. Esto hace que la serie se sienta más como un culebrón LGBT que como una historia de terror.

La serie se toma muchas libertades creativas con respecto al juego original, cosa que de por sí no tendría nada de malo, pero siempre lo hace en la misma dirección. Por un lado, muchos de los momentos más icónicos del juego se han eliminado o cambiado por completo en la serie y, por otro lado, las cosas que eran notas al pie en el videojuego que se han expandido, siempre han sido las referentes a relaciones homosexuales. Tanto es así que sorprende la ratio de supervivencia al apocalipsis del colectivo LGBT, que resulta casi estadísticamente imposible.

La serie parece estar más interesada en transmitir un mensaje que en contar una buena historia. Los personajes parecen haber sido desarrollados para reflejar los valores políticos y sociales del movimiento woke, en lugar de tener una personalidad coherente y creíble.

Así, el protagonista masculino, Joel, pasa a tener un papel mucho menos importante en la serie que en el juego —lo cual ya es un patrón entre los personajes masculinos últimamente—, y su heroísmo se pone en entredicho hasta el punto de plantear que realmente pueda ser un villano.

A los personajes homosexuales del capítulo 3 no solo se les ha expandido enormemente su historia con respecto al videojuego, en el que apenas se podía advertir de forma sutil su orientación sexual, sino que además han pasado de tener una relación tormentosa y violenta, a una historia de amor idílica, bucólica y empalagosamente cursi.

Otra cuestión que se edulcora y blanquea en la serie es el comunismo, el cual es mencionado de forma explícita como el sistema que hace funcionar a la perfección en medio del posapocalipsis a la más próspera y utópica comunidad de supervivientes de la serie.

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Y como no podía ser de otra manera en un panfleto woke, uno de los malos malísimos del juego y la serie, David, es un hombre blanco heterosexual y pastor cristiano quien, casualmente, es un asesino, caníbal, violador y pedófilo. La caricaturización es tan grotesca que hasta el actor de The Office, Rainn Wilson, ha publicado en Twitter su disconformidad y hartazgo con el sesgo anticristiano que siempre muestra Hollywood.

Cuando la ideología se convierte en el foco principal de una serie, la verdadera esencia de la historia se pierde en el camino. Como espectadores, debemos exigir más que una agenda ideológica; necesitamos historias convincentes, personajes bien desarrollados y una narrativa coherente.

En el caso de The Last of Us, parece que la serie ha perdido el rumbo en su intento por dar lecciones sobre cómo debemos sentirnos ante determinados temas y situaciones. En el videojuego, uno cree tener el control de las acciones del personaje, mientras que en la serie, parece que es a ti a quien controlan, dictando con qué personajes debes emocionarte y soltar la lagrimita.

(Foto de portada hecha con Midjourney)

Ignacio Manuel García Medina, Business Management teacher. Artist and lecturer specialized in Popular Culture for various platforms. Presenter of the program "Pop Libertario" for the Juan de Mariana Institute. Lives in the Canary Islands, Spain // Ignacio M. García Medina es profesor de Gestión de Empresas. Es miembro del Instituto Juan de Mariana y conferenciante especializado en Cultura Popular e ideas de la Libertad.

Social Networks: @ignaciomgm

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