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Entendiendo el fenómeno de Fratelli d’Italia: “Necesitamos una Europa de las naciones, no una de burócratas y leyes”

Entendiendo el fenómeno de Fratelli d'Italia: “Necesitamos una Europa de las naciones, no una de burócratas y leyes”

Caio Giulio Cesare Mussolini (Argentina, 1968) es ex oficial naval, manager internacional y politólogo. Motivado por el interés que suscita su apellido, cuenta que desde muy temprana edad desarrolló afición por la historia y, por ende, la política. Tiene dos títulos universitarios y habla 3 idiomas. Aunque se muestra defensor de ideas de corte patriótico y conservador, es un auténtico trotamundos que ha vivido entre Sudamérica, Europa y Oriente Medio.

Como miembro de Fratelli d’Italia y excandidato al Parlamento Europeo de dicho partido en el año de 2019, obteniendo más de 21.000 preferencias, la suya es una voz calificada para entender las claves del nuevo Gobierno italiano que encabeza Giorgia Meloni.

¿A qué atribuye el crecimiento tan extraordinario que ha tenido Fratelli d’Italia en los últimos años, donde ha pasado de ser una fuerza marginal con un sólo dígito a ganar las elecciones? ¿Qué papel jugó en esto su rechazo a las medidas anti-COVID más extremas?

El triunfo contundente en las últimas elecciones de Fratelli d’Italia es el resultado de un largo camino. Un camino hecho de trabajo, de coherencia, de presencia en las regiones y, sobre todo, de una política que habla de las necesidades reales de las personas.

En Italia, como en muchos países europeos, las izquierdas han perdido contacto con la realidad, con el pueblo y con las necesidades diarias. Se han aislado y se han vuelto paladines de la defensa de los LGBTQ, del ius solis, de las fronteras abiertas… Todas cosas que son de importancia secundaria para muchísimos ciudadanos. Esos ciudadanos tienen problemas para pagar las cuentas a fines de mes, problemas con sus trabajos, problemas con la inflación…

Mientras de un lado había quienes hablaban de temas muy lejanos, Giorgia Meloni y los representantes del partido fueron capaces de hablar de los problemas concretos y proponer asimismo soluciones pragmáticas para ellos. Esto fue premiado, llegando a un 26 % de apoyo en las urnas. Consideremos que, en los comicios anteriores de ámbito nacional, que fueron las elecciones europeas de 2019, FdI tuvo alrededor del 4 %.

Cabe destacar, además, que la campaña de este año fue una de las más desagradables y violentas que ha habido en la historia republicana italiana. Giorgia, a quien las encuestas daban como favorita, fue atacada por las izquierdas como mujer, como persona y como representante de su partido. Se le señaló como a una criminal, extremista y retrógrada por parte de la izquierda. Pero al final fue un bumerán, porque se les regresó a ellos.

Cuando FdI, como ya dije, hablaba de los problemas reales: salud, educación, inmigración, impuestos, economía, Europa… Sus adversarios advertían del peligro del fascismo, y aseguraban que si ganaba Meloni iban a regresar las camisas negras y otras estupideces similares. Por supuesto, cualquiera puede entender que se trata solamente de una manipulación.

Con respecto al COVID, FdI aprobó desde la oposición muchas de las medidas de control al Gobierno. Hubo algunas voces al interior del partido que eran más críticas con ellas, pero eso no tuvo nada que ver con los resultados electorales.

La parte inicial de la pandemia supuso un gran problema. Ahora está saliendo a la luz que muchas de las cosas que nos contaron, al igual que muchas decisiones justificadas por razones de salud, no eran correctas. Tenemos complicaciones con las reacciones adversas a las vacunas, y algunos tribunales ya han empezado a dar la razón a quienes se habían opuesto a ponérselas. Hay que recordar que a los no vacunados se le quitó la posibilidad de trabajar, algo que es un crimen.

Meloni lo que prometió es que va a crear una comisión parlamentaria para determinar si la gestión de la pandemia ameritaba ese tipo intervenciones, y si dichas intervenciones tenían fundamento jurídico y científico.

El ex presidente del Consejo de Ministros, Draghi, dijo públicamente que la vacuna garantizaba el no contagio. Y que, si no te la ponías, te ibas a morir. Todo eso se ha demostrado que es completamente falso. Quienes se mueren ahora son los vacunados, y las vacunas están destruyendo el sistema inmunitario. Hay mucho que averiguar, sobre todo a nivel contractual. Es increíble que la Comisión Europea oculte esos documentos, documentos que nos interesan a todos.

Pienso que cualquier persona, indiferentemente de sus ideas políticas, estará de acuerdo en que se necesita transparencia. Estamos hablando de millardos de euros en contratos que se otorgaron a compañías farmacéuticas sin que las vacunas se certificaran correctamente.

¿Cree que sus socios de coalición (Lega y Forza Italia) se vieron perjudicados en las urnas por apoyar al Gobierno Draghi, mientras que ustedes lograron capitalizar el rol de oposición?

Muchas personas dicen que sí. El Gobierno de Draghi fue muy particular: una gran coalición, donde estaban casi todas las fuerzas políticas.

Italia es un país muy difícil de gobernar, puesto que las leyes no permiten tener una clara mayoría en el parlamento. Miremos, por ejemplo, lo que sucedió con Forza Italia, que no dio su apoyo para elegir a Ignazio La Russa como presidente de la Cámara del Senado.

FdI, Lega y Forza Italia concurrieron juntos a las elecciones. En el primer test, FdI eligió a un hombre que consideraba digno de la carga institucional que se le asignaba; pero fue abandonado por Forza Italia. Y aunque el nombramiento sí prosperó, el partido de Berlusconi quedó muy mal. Muchos de sus militantes no estaban de acuerdo con la actitud que mostraron. La falta de coherencia es lo que más perjudica.

Retomando lo que mencionó sobre la desconexión de la izquierda con el ciudadano común y sus preocupaciones, ¿ve posible que los partidos nacional-conservadores ganen terreno en sectores que ésta ha abandonado?

La izquierda ha perdido completamente su rumbo. En los años 60-70 en Italia era el partido de los obreros, de los trabajadores. Hoy día las izquierdas en muchos países europeos son electas por los que viven en lo que llamamos “centro histórico”: las zonas más costosas de las grandes ciudades. Si uno mira los números en las periferias, los porcentajes más altos de voto son los de los partidos de derecha: la Lega, Casa Pound, o el propio FdI.

Hay un caso notable en una zona al norte de Milán. Es un distrito electoral que, por la cantidad de votos comunistas que concentraba en los años 70 y 80, se consideraba la “Stalingrado de Italia”. Allí también llegó a ganar FdI.

Estamos ante un cambio muy profundo, y este cambio está estrechamente relacionado a la izquierda desorientada y que está tratando de encontrar nuevos sujetos políticos, tales como los inmigrantes y los LGBT, olvidándose de los obreros y los trabajadores.

La realidad es que las minorías en Italia ya están protegidas. Por ejemplo, nosotros somos el país europeo que otorga más ciudadanías por año. Pero eso sí, tiene que ser una inmigración legal y ordenada, que refleje las necesidades del país. No una inmigración descontrolada que se transforme en una invasión.

El volumen de inmigración, sobre todo de países islámicos, recibida por Europa en los últimos años es tan alto que se ha llegado a advertir que está en marcha —más o menos como usted lo ha dicho— una “Gran Sustitución”.

Esa es una cuestión muy delicada, porque seguramente Italia necesita, como muchos otros países que están envejeciendo, la inmigración. Pero también es importante que se favorezca que las familias tengan hijos, dado que la natalidad es baja.

Cuando se habla de inmigración, hay que hacer planes migratorios.Un poco como pasó en Argentina en los años 60, 70, 80 del s. XIX, hasta las últimas migraciones después de la Segunda Guerra Mundial, con Perón como presidente.

Se debe tener claro cuál es el tipo de inmigrante que se quiere y para hacer qué trabajos. El inmigrante debe reunir una serie atributos en cuanto a su cultura, costumbres y religión para integrarse. Todo eso debe ser considerado hoy más que nunca.

Recordemos que hay más de 600 mil clandestinos en Italia. O sea, son 600 mil personas de las cuales desconocemos lo que hacen, dónde están o cómo viven. Y por supuesto, en muchos casos esto va a favorecer la criminalidad. Se crea una cadena muy negativa, porque el extra comunitario no se integra, genera discordia y la gente le empieza a tener rabia. Existen inmigrantes perfectamente integrados en la sociedad italiana, como es el caso de los filipinos. Otras nacionalidades, por diversas razones, sí causan problemas, especialmente después de la primera generación.

Los italianos estuvimos emigrando mucho en el siglo pasado para Venezuela y para Argentina, que hoy afrontan una grave situación económica. ¿Por qué no favorecer una inmigración de ambos países a través medidas como el reconocimiento de los títulos universitarios? Un venezolano y un argentino que van a Italia después de 6 meses son italianos al 99 % y pueden integrarse mucho más fácilmente que otros grupos.

Sus compañeros de partido Emerson Fittipaldi y Vito De Palma hablaron mucho en campaña de repatriar a los oriundos para paliar la crisis demográfica italiana.

Eso no se soluciona solamente con los oriundos, sino con políticas a favor de la natalidad en Italia. Un joven no puede pensar en crear una familia y tener una casa sin un trabajo fijo y bien pagado. Así que es un conjunto de acciones, donde la inmigración es apenas una.

Todo pasa por que el Estado soberano decida qué tipo de inmigración quiere y para hacer qué cosa. No estar abierto a que todos los días lleguen 300 o 400 personas de África con un nivel de escolaridad muy bajo, sin especializaciones y que cuestan mucho a los contribuyentes.

En imagen Caio Mussolini, una foto de su campaña de 2019.

Es interesante que usted cite el caso de Perón, quien alentaba la inmigración europea.

No sólo es el caso de Perón. Los primeros que buscaron poblar Argentina con la finalidad de hacerla crecer y desarrollarse en el siglo anterior fueron Sarmiento yJuan Bautista Alberdi. Aunque con las políticas migratorias no todo salió como planearon que saliera. En ese entonces Argentina esperaba que llegaran franceses, ingleses y alemanes… y al final llegaron más italianos, españoles y portugueses. Pero la idea de crear una clase trabajadora que pudiera dar una contribución concreta al desarrollo del país era buena.

La inmigración italiana en Argentina empieza ya en 1810 y, entre oleadas más o menos grandes, siguió hasta los años 60-70 del siglo XX. En Venezuela fue una inmigración masiva más reciente, sobre todo después de la SGM. Era un destino al que la gente no iba con muchas ganas por cuestiones climáticas, infraestructurales, de transporte, etc.

El hecho de que incluso en aquel tiempo se privilegiaran ciertas nacionalidades era porque representaban el máximo del desarrollo, de la tecnología, del arte, de la cultura o de la ingeniería, que son todos sectores donde una nación necesita personas calificadas.

Pareciera que la UE, en lugar de resguardar su seguridad y sus fronteras externas, alienta la inmigración masiva. Viktor Orbán, por ejemplo, acusó a la organización en 2018 de sancionarlo por negarse a convertir a Hungría en “un país de inmigrantes”.

La UE nunca está presente en una decisión importante, estratégica. Esta es una Europa que, en vez de ser la Europa de las naciones (a la que ya apuntaba la derecha italiana en los años 70) es una de los burócratas y de las leyes. Se enfoca principalmente en lo económico y lo financiero, y no tiene nada que ver la cultura, la historia o las raíces del continente.

Recientemente salió un estudio que muestra que en Italia hay una gran cantidad de pobres: 5 millones de personas (casi un 10 % de la población). Eso demuestra cómo las políticas europeas y, en particular, el euro, no han mejorado las condiciones de los italianos en estos últimos 20 años. Son cuestiones que seguramente deben analizarse y corregirse. FdI no es un partido “eurófobo”; pero esta Europa, en su forma actual, simplemente no funciona.

Hay partidos que, al tener sólo un 1 %, dicen vamos a destruir todo, salgamos de la UE, esto y lo otro. No es tan fácil… Lo que hay que hacer es revisar los tratados y pensar en una Europa que no se base en las finanzas y los bancos; sino en la cultura, la historia compartida y la solidaridad de verdad.

Es insólito que el mismo bloque tenga a Holanda, que es un paraíso fiscal, y tenga a Italia, que paga impuestos muchísimo más altos (razón por la que muchas empresas italianas tienen sede legal en Ámsterdam). Después cuando les piden dinero a las instituciones europeas, Italia tiene que dárselo a los paraísos fiscales. Una locura.

Si no hay una serie de medidas comunes (respetando que cada miembro tiene características propias) es muy difícil que un organismo supranacional pueda funcionar. No se crea un bloque geopolítico coherente, porque cada país, en última instancia, persigue sus propios intereses. Es decir, Alemania sigue los intereses de Alemania, Francia sigue los intereses de Francia y así sucesivamente.

Seguro que habrá que discutir el rol político de la UE, pero la prioridad es el desarrollo económico, empleo, natalidad y la inmigración. Italia tiene un gran problema con esto último porque está al frente de África. Hay países que por su posición geográfica son más víctimas del fenómeno migratorio que otros (caso también de Grecia y España). Sin embargo, la respuesta debería ser conjunta.

Orbán ha sido criticado duramente. Lo mismo que el presidente de la Cámara Baja de Italia, que ha sido criticado por ser católico o por tener posiciones profamilia. Lo han llamado “divisivo”. Yo creo que más divisiva era Laura Boldrini (la anterior presidente) que se ocupaba obsesivamente de temas LGBT y feminismo toxico, y no de la familia.

Cuando estudiaba en Venezuela, se nos decía en Educación Cívica que la familia natural (un padre, una madre y los hijos) era la base de la sociedad. Parece que en los últimos cuarenta años las cosas han cambiado y hay políticos que no piensan más de esa forma.

La líder de su partido, Giorgia Meloni, se muestra como una persona cultivada y conocedora de la filosofía política. En una entrevista aparecida el año pasado en The American Conservative reconoció como influencias a figuras que abarcan desde Scruton, Prezzolini y Papini hasta Joseph de Maistre, pasando por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Además de los citados, ¿qué autores considera que pueden ayudar a construir un pensamiento conservador sólido?

Hay muchos, especialmente en estos últimos años. Debe tenerse presente que la idea del “partido conservador” es novedosa en Italia, algo que nunca había existido. Tal concepto tiene que ser adaptado a nuestro contexto, a nuestra idea italiana.

¿Qué es ser conservador? Conservar lo bueno del pasado, evolucionar sin hacer a un lado las raíces. Una columna vertical de características históricas que nos distinguen de otros países, con nuestros defectos y con nuestras virtudes únicas.

Hay una cultura de derecha, contrariamente a lo que se dice en el mainstream. Nosotros tuvimos en el pasado ministros de la Educación como Carlo Alberto Biggini, Giovanni Gentile o Giuseppe Bottai, personas de altísimo nivel. Si en los últimos años hemos llegado a tener ministras como Lucia Azzolina o Valeria Fedeli, deberíamos hacernos algunas preguntas sobre hacia dónde estamos yendo.

Meloni es alguien que siempre ha hecho política, que ha tenido roles institucionales desde muy joven, que estudia muchísimo. Y, ante todo, es muy pragmática. Ese pragmatismo le ha permitido llegar a donde está ahora. Consideremos que FdI fue un partido que se creó hace pocos años, que sigue una tradición histórica de la derecha italiana como evolución del Movimiento Sociale Italiano (MSI), Alleanza Nazionale (AN) y el Partito della liberta (PDL).

En su momento, cuando Giorgia lo creó, fue un reto. Muchos le dijeron que era una locura y hasta se burlaron de ella. No obstante, con capacidad y con coherencia ha ido subiendo del 2 % de la primera vez que concurrió a las elecciones, hasta el 26 % de este año (y sigue en alza por los sucesos recientes).

Desde 2008 un primer ministro italiano (Berlusconi) no se presentaba en las elecciones, sino que eran designados outsiders para el cargo: figuras independientes (como Conte) o tecnócratas (como Draghi). ¿A qué se debe este fenómeno?

Ese es un problema endémico de la política italiana. Nosotros tenemos una democracia parlamentaria. Elegimos un parlamento compuesto de un montón de partidos. No es como en Inglaterra o en Estados Unidos, que son esencialmente sistemas bipartidistas.

En Italia hay partidos, partiditos, partidos que se parten, escisiones internas… Al final, para gobernar uno necesita una mayoría y existen algunos mecanismos que te premian si tienes un porcentaje un poquito más alto de voto respecto a los demás; pero siempre hay que mediar entre tres, cuatro o más formaciones. Por tanto, si un partido no está contento con algo puede crear una crisis política. El hecho de que en el pasado hayan formado Gobierno fuerzas como Cinco Stelle y PD, que meses antes se acusaban y se insultaban, ilustra la falta de coherencia de la política local.

Una de las soluciones que tenemos es lo que llamamos Governo Tecnico que es buscar una persona de afuera (como lo fue Draghi) y nombrarlo presidente del Consiglio con el voto de los partidos. Esto crea un sistema muy débil y fácil de chantajear. Consideremos que hay partidos muy pequeños como lo era en la última legislatura el de Matteo Renzi (tenia 2 %) y hacia lo que le daba la gana, porque era la pluma que podía inclinar la balanza de un lado u otro.

El programa de FdI responde a esta problemática proponiendo el “presidencialismo”. Se plantea que se pueda elegir al presidente y dar mayor estabilidad a los gobiernos, sabiendo quién va a ocupar el poder por espacio de 5 años. Si lo hace mal, está la posibilidad de cambiarlo.

¿Por qué las izquierdas —no sólo italianas, sino europeas— recurren a un discurso que agita el fantasma del fascismo? ¿Siente que su apellido es un hándicap político?

Regresando a una respuesta anterior: la izquierda ha perdido su rumbo. No hay nada más fácil que inventarse un enemigo imaginario para combatir. La Historia es Historia, y puede gustarnos o no.

Hay gente en Italia que ha solicitado quitar fotos, placas o símbolos. Yo siempre digo que es una ridiculez porque quitando una placa de un edificio fascista, por ejemplo, no va a dejar de haber sido construido en esa época. Basta ver ciudades donde la arquitectura de entonces sigue siendo memorable; o basta pensar en los Littoriali, que eran desafíos entre los jóvenes universitarios sobre varios temas culturales. No se puede tener una visión tan limitada de un periodo complejo, que duró más de 20 años, dentro de un escenario histórico mundial muy particular.

La Historia debe ser estudiada, y hay muchas cosas que entender y que aclarar. Eso les corresponde a los historiadores, que se supone deberían hacerlo de manera objetiva (cosa que no ha sucedido en los últimos años).

Varios de los fascistas después de la guerra fueron “antifascistas”. Hay fotografías de declarados antifascistas que recibieron condecoraciones del Duce (uno de ellos es Scalfari, el fundador de La Republica, un importante periódico de línea progresista). Con eso se ilustran un poco las incongruencias de muchos italianos.

Fue un tiempo dramático, donde una guerra civil abrió heridas profundas. Hay que dejarlo atrás y ver a futuro, pensar en los problemas actuales en esta Italia, la de 2022. Lamentablemente, sirve como mantra a la izquierda. Los mismos que se quejan tanto del fascismo son quienes se enriquecen con, por ejemplo, los recientes libros sobre Mussolini, películas, obras de teatro u otras manifestaciones.

Usted no tiene idea la cantidad de libros que hay sobre Mussolini, algunos de figuras como Aldo Cazzulo y Antonio Scurati. Estos últimos son una porquería, libros mediocres, llenos de errores y mistificaciones; pero al hablar de Mussolini se vuelven exitosos. Si uno quiere estudiar el fascismo seriamente puede empezar con obra de Renzo De Felice, Prezzolini, Malaparte, Bruno Tomasich, Gianfredo Ruggero, Emilio Gentile, Trizzino, Giorgio Pisano o Hannah Arendt (en especial El origen del totalitarismo).

Lo que tenemos hoy en día es gente que lucra hablando mal del fascismo. Ellos mismos son los que no están interesados en superarlo. Ha transcurrido un siglo desde la Marcha sobre Roma y se habla como si mañana va a haber camisas negras en las calles de la ciudad.

Mi familia y yo fuimos a Venezuela en 1978 porque era demasiado peligroso vivir en Italia. Cuando regresé en los años 80-90 la situación se había normalizado. Recientemente, sin embargo, ha habido un retroceso. He tenido muchos problemas con mi apellido, sobre todo en el trabajo. Durante mi campaña electoral (al parlamento europeo en el año 2019) me insultaron, amenazaron y decían que era una vergüenza que me lanzara a la política.

Las redes sociales permiten escribir estupideces, cualquiera se siente libre de insultar y de amenazar. A mí incluso se me ha amenazado de muerte. Finalmente, tomé acciones legales porque me cansé. Es muy pesado. No era así hace sólo 15 años, pero ha ido empeorando. Hay mucha violencia, mucha rabia, algo que la izquierda siempre ha fomentado, pero con lo que debe tener cuidado porque se le escapa de las manos y no quisiera que regresáramos a los tristes años setenta (referencia a los años de años de plomo de las Brigadas Rojas).

Supongo que está familiarizado con la situación de Sudamérica que, yendo a contramano de Europa, está viviendo una segunda marea rosa. ¿Qué deberíamos aprender de este lado del mundo del auge de los movimientos antiglobalistas y soberanistas del Viejo Continente?

Yo siempre digo que vean lo que sucede con los gobiernos de izquierda de manera objetiva. Pobreza, falta de trabajo y empeoramiento de la calidad de vida. Eso vale para Argentina; vale para Colombia (con su nuevo presidente); vale para México; vale para Chile y vale para Venezuela, donde yo viví. Veinte años de comunismo y la ridícula revolución bolivariana, antes con Chávez y hoy con Maduro, han destruido ese país, que era uno de los más modernos, pujantes y lindos del mundo. Se convirtió en un lugar donde no funciona nada, lleno de pobreza y corrupción.

La izquierda no trae ningún tipo de beneficio. Por más que traten de explicarlo, el comunismo no ha funcionado en 150 años y no lo hará nunca jamás.

Ahora bien, hay excesos de la “derecha” que no comparto. A mí no me gusta el capitalismo desmedido, no me gusta el poder de las finanzas sin control. Se debe, eso sí, permitir el desarrollo de la libre empresa y proteger la propiedad privada, que es lo que genera riqueza; como también es necesario promover la inversión y premiar la meritocracia, pero sin olvidar las políticas sociales.

Mientras que el populismo, el darle plata a quien no hace nada (como con el Reddito di Cittadinanza en Italia), destruye a un país. Ocurrió también en Argentina, que era muy rica y actualmente tiene gente pasando hambre.

Silvio Salas, Venezuelan, is a writer and Social Communicator, with an interest in geopolitics, culture war and civil liberties // Silvio Salas, venezolano, es un comunicador social interesado en temas de geopolítica, libertades civiles y la guerra cultural.

Sigue a Silvio Salas en Twitter: @SilvioSalasR

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